Entre el Demonio y El Profundo Mar Azul.

Capitulo 6. (3)

Es increíble lo que se puede conocer de una persona con solo verla comprar alimentos. Pero es así. Luke compraba de manera salvaje, iba arrojando productos en una canasta como si los detestara. Sunshine compraba lenta e irreflexivamete, paseando de un pasillo a otro. Miraba los quesos importados durante veinte minutos y luego decidía comprar el primer paquete de papas que podía manotear de camino a la caja. Ninguno de ellos había olido nunca café ni frotado huevo ni undido las manos en los frijoles Borlotti. Ni una vez.

-¿Dónde aprendiste a comprar alimentos? -pregunté-. Eres bueno. Ni muy lento ni muy rápido.

-Fui a una escuela gastronomía -respondió.

-No, no es cierto. Todavía estás en la escuela secundaria.

-¿En serio? -preguntó River.

Me sonrió, con esa sonrisa torcida, traviesa y hermosa.

-Sí, en serio -dije y luego fruncí ligeramente el ceño-. Se supone que todavía estás en la escuela, ¿no?

River solo sacudió la cabeza y rio.

Cuando regresamos al Ciudadano, me ayudó a guardar los comestibles. Nuestra cocina había pasado décadas sin ninguna renovación, pero los electrodomésticos todavía funcionaban bien. Era una habitación grande y sólida, con paredes de color azafrán, techos altos y una larga mesa de roble en el centro. Había cuatro ventanas en dos de sus lados y un viejo sofá amarillo en la pared más lejana, que recibía todo el sol de la tarde. Las ventanas tenían cortinas cuadriculadas y el suelo estaba revestido con mosaicos de color amarillo oscuro. A veces, yo dormía ahí dentro, en el sofá. Estar en la cocina por la noche me traía muchos recuerdos, como cuando horneaba galletas holandesas de Navidad con Freddie: el aroma a canela caliente me cubría como una manta y las migas azucaradas se derretían en mi boca como la nieve.

River se puso de rodillas y comienza a examinar los armario. Se le levantó la camisa en la espalda y me quedé mirando la piel tostada que asomaba por arriba de los pantalones de lino.

Tuve un deseo súbito de besarlo allí, en la parte inferior de la espalda. Para ser sincera, nunca antes había querido besar a un chico. A ninguno de esos chicos con los cuales Luke y Sunshine me encerraban en el vestidor, y a ninguno de los muchachos del pueblo, torpes, desconsiderados y tan poco parecidos a un héroe romántico estilo Lord Byron.

Pero River era.. River era...

-¿Violet?

Parpadeé y moví los ojos hasta encontrarme con los de River.
Estaba observando por encima del hombro, viendo cómo lo miraba.

- ¿Sí?

-¿Tienes una sartén? No de teflón, las odio. ¿De hierro fundido? ¿O de acero inoxidable?

Le encontré una vieja sartén de hierro fundido en el armario que estaba junto al fregadero. La apoyé sobre las hornallas y me imaginé, por unos segundos, a Freddie joven, con un collar de perlas y un sombrero caído hacia un costado, utilizando esa misma sartén para omelette después de una larga noche de bailes locos y geniales, propios de su época.

-perfecta -comentó River. Enciende la hornalla y arrojó un poco de manteca en la sartén. Luego, cortó cuatro rebanadas de baguette, las frotó con un diente de ajo e hizo un hueco en cada una. Colocó el pan en la manteca y cascó un huevo sobre el pan para llenar el hueco. Las yemas eran de color anaranjado brillante y, según el padre de Sunshine, eso implica que, cuando pusieron los huevos, las gallinas estaban tan felices como un cielo azul.

-Huevos en canasta -River me sonrió.

Cuando los huevos ya estaban hechos, pero con la yema todavía líquida, los puso en dos platos, cortó un tomate en cuadraditos jugosos y los apiló arriba del pan. El tomate se habia cultivado a unos kilómetros de Eco, en el invernadero de una persona tranquila, y era rojo como el pecado y maduro como el sol del mediodía. River roció los tomates con sal marina, un poquito de aceite de oliva y me extendió un plato.
Me relamí los labios, pero no como lo haría Sunshine. Lo hice en serio. Dejé el tenedor sobre la mesa, tomé el pan frito con la mano, mastique, tragué y me reí carcajadas.