Capitulo 1.

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-DEJAS DE TENERLE miedo al Demonio una vez que le tomas la mano.

Freddie me decía eso cuando yo era pequeña.
Todo llamaban a mi abuela por su apodo, hasta mis padres, porque, como ella misma lo explicaba, su nombre era "Freddie, forma abreviada de Fredrikke" así lo explicaba. Ni madre ni abuela. Simplemente Freddie.

Luego me preguntó si quería a mi hermano.

-Luke es un malditos bravucon -respondí.

Recuerdo que estábamos subiendo juntas la antigua e imponente escalera y yo me había quedado observando el mármol rosado. Tenía vetas negras que se parecían a las venas azules y varicosas de las piernas blancas de Freddie.

Recuerdo haber pensado que la escalera se estaba poniendo vieja como ella.

-Violet, no digas maldito.

-Tu también lo dices -y era cierto. Lo decía todo el tiempo
-Luke me empujó una vez por esta maldita escalera -dije sin despegar la mirada de los escalones de mármol. La caída no me mató, si es que esa había sido su intención, pero me rompí dos dientes y me hice un tajo en la frente que sangró una barbaridad-. No quiero a mi hermano-afirme- Y no me importa lo que piense el Demonio acerca de eso. Es la verdad.

Freddie me echó una mirada penetrante, sus ojos holandeses eran azules muy brillantes , a pesar de la edad. Ella me
había dado esos ojos azules, y también el cabello rubio.

Apoyó sus manos arrugadas sobre las mías.

-Violet, hay verdades y verdades. Y algunas malditas verdades no deberían decirse en voz alta, pues el Demonio puede escucharte y
venir por ti. Amén.

Cuando Freddie era joven solía usar pieles, asistir a fiestas, beber cocteles y patrocinar artistas. Me contaba historias desenfrenadas, de alcohol, mujerzuelas, muchachos y problemas.

A veces, muy tarde en la noche, veía a Freddie escribiendo con rapidez y con fuerza, tanta que el papel se rasgaba debajo del bolígrafo... Pero no sabia si se trataba de un diario o de cartas a sus amigos.

Tal vez, fue el hecho de que su hija se ahogara siendo muy pequeña lo que la convirtió en una persona tan recta y religiosa. Tal vez, fue por otra cuestión. Fuera lo que fuese, Freddie comenzó a buscar algo para llenar el vacío que le había quedado. Y lo que encontró fue a Dios. A Dios y al Demonio: porque no existían uno sin el otro.

Ella hablaba todo el tiempo del Demonio, casi como si fuera su mejor amigo o viejo amante. Pero a pesar de toda su charla sobre el Demonio, nunca la vi rezar.

Sin embargo, yo si rezaba y rogaba.
A Freddie, después de que murió. Lo había hecho tan a menudo en los últimos cinco años, que se habían transformado en algo inconsciente, como soplar la sopa cuando está muy caliente. Hablaba con ella y le contaba que mis padres se habían marchado, que se nos acababa el dinero y que, a veces, me sentía tan sola que el maldito ulular del viento a través de la ventana me parecía más cercano que el hermano que tenía en el piso de arriba.

Y le hablaba del Demonio.

Le pedía que mantuviera mi mano lejos de la de él. Le rogaba que me mantuviera a salvo del mal.

No obstante, a pesar de todos mis ruegos, el Demonio igual me encontró.

Entre el Demonio y El Profundo Mar Azul.Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz