9. Sueña, pero no te duermas

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Abrí la boca, pero de allí no salió nada. Ni una mota de aire. Tenía una batalla interna. ¿Atracción a primera vista? ¿Podía ser? Alek era alto y esbelto. Tres pecas descansaban en su clavícula, formando una constelación que me resultó imposible de descifrar. Sus ojos... Joder. Sus ojos avellana, adornados de una fina película de pestañas larguísimas, brillaban más que el hielo bajo los últimos rayos de sol.

Mierda. Debía decir algo.

— Lena Rose.

— ¿Por qué repites tu nombre, tontainas? — murmuró Oliver mientras ponía los ojos en blanco.

— Baño. — dije antes de salir corriendo.

— ¡Te guardamos sitio en geología! — gritó Oliver mientras yo volaba hacia el baño.

Entré en el primer cubículo. Dejé ir un gemido de paz interior cuándo me senté encima de la tapa del váter. Yo no era estúpida. Juré por Marvel que no caería en la trampa de Alek. No. Era el último año de bachillerato y tenía que centrarme en mi futuro. No en chicos. Ni en chicas. Me levanté y me repeiné con las manos mi media melena encrespada.

— ¡Lena! — saludó Nia enfática.

Nia era una sureña de cabellos largos y negros cómo el carbón. Habíamos coincidido en algunos trabajos grupales. Sus gruesos labios se curvaron en una sonrisa.

— Nena, ¿has visto al chico nuevo? Está para mojarlo con pan — comentó mientras se retocaba la base de maquillaje.

Arrugué los labios.

— Es apuesto, la verdad — afirmé al final. — Pero no es oro todo lo que reluce.

Nia frunció el ceño.

— Quiero decir... — a veces se me olvidaba que tenía 17 años y hablaba cómo una anciana. — Es apuesto. Pero no todo es físico, también debemos tener en cuenta su interior. No lo conocemos.

— Tienes razón cariño — sonrió. — Tal vez, tiene el pene pequeño a pesar de parecer un dios griego.

Me atraganté con mi propio aire. Tosí varias veces.

— ¡Qué es broma, tía! — se carcajeó Nia mientras me daba golpes en el hombro. — Tendrías que haberte visto la cara.

Sí. Me había dado tal sofocón con ese comentario que mi rostro se confundía con un Solanum lycopersicum; lo que la gente común suele llamar tomate. Mi mente había reaccionado, creando de la nada una imagen de Alek desnudo. Un lienzo que te ponía la miel en los labios. Me lo imaginé en un balcón, su silueta a contraluz y las olas del mar repiqueteando cerca. Creando harmonía entre nosotros. Volví a toser. ¿Por qué pensaba en aquello? Si no había llegado ni a tener un primer beso. Aunque, en ese momento tampoco me apetecía intercambiar fluidos líquidos y viscosos de reacción de alcalina complejo, también llamada saliva. Me daba auténtica repugnancia.

Esperé que Nia terminara de aplicarse un bálsamo de labios, el cual le dejó un rastro de purpurina. Cuando finalizó, ambas recorrimos el extenso pasillo hasta los laboratorios. Justo pusimos una mano encima del picaporte el timbre del Instituto sonó. Di un salto del susto, Nia rio con ganas enseñando los dientes y abrió.

Mierda. No se podía llegar tarde a la clase de geología del viejo Profesor Ruíz.

— ¿Cómo osáis entrar después de que sonara el timbre, jovencitas? — sus gafas de culo de botella resbalaron hasta el puente de su nariz.

— Sólo ha pasado un segundo, profesor — protestó Nia.

Mierda. Mierda. Mierda.

— ¿Ah sí, señorita Izquierdo? — soltó con un tono de voz alarmante. Suave pero desafiante.

Hasta que dejemos de ser Idiotas ✔️ | EN FÍSICO CON MATCHSTORIESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora