Capítulo uno

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Antes de ir a clase, pasé por el comedor con la intención de desayunar. Bajé la cartera que acomodé en el hombro, y la escondí debajo de la silla que ocupé. Ronald, el novio de mi madre, se encargó de untar mermelada y crema de cacahuete en las tostadas que nos sirvió Xiao-Mei. Me relamí los labios ante el deseo de hincarle el diente al trozo de pan de molde, y cuando conseguí atraparlo entre mis dedos y guiarlo hasta mi boca, sentí como una mano impactaba en mi mejilla.

—Te he dicho muchas veces que no puedes superar las doscientas calorías en la primera comida—dijo mi madre, retirando las tostadas que había sobre la mesa. —Yo con tu edad pesaba cuarenta y cinco kilos. Y tú, Alanna, pesas siete más. Prometiste adelgazar. ¿Lo recuerdas?

Bajé la cabeza. Mi madre siempre había sido muy estricta conmigo, tanto, que controlaba semanalmente mi peso. Solía decir, que una mujer gorda no podía salir preciosa en las fotografías. Yo pensaba que se equivocaba, pero no reunía el valor suficiente para decírselo. Así que me limitaba a observar cómo comían los demás mientras que yo intentaba disfrutar de una pieza de fruta y un yogur edulcorado.

—Quedan dos meses para que nos presentes en sociedad como una familia feliz. Intentaré perder los siete kilos.

En un intento de levantarme de la silla, ella me detuvo. Empujó mi cuerpo y me obligó a que la mirara a los ojos; unos ojos grandes, negros y muy expresivos. Los temía.

—Lo harás —me corrigió. —No me importa como lo consigas. Pero deshazte de ellos. ¿De acuerdo?

Zarandeé el brazo para librarme de su agarre. Finalmente, acabé asintiendo con la cabeza para desaparecer de casa. Ni siquiera fui capaz de despedirme de Ronald cuando me crucé con él en la entrada. Bajé la cabeza y leí los últimos mensajes que había recibido de mis amigos.

Jiang esperaba sentado en el capó del coche. Al verme aparecer, tiró el cigarrillo que sostuvo durante unos segundos, y se adentró en el vehículo para llevarme a clase. Antes de que arrancara el motor, le pedí que me dejara en el hogar de Evie porque iríamos juntas al instituto. Le mentí. Los padres de mi mejor amiga habían decidido celebrar las bodas de plata y la dejaron sola, sin nadie que cuidara de ella. El plan era saltarnos las clases aquel día.

Arrastré junto a mí la cartera, y cuando abrieron las puertas de la mansión Thompson, me deshice de la carga que destrozaría mi hombro.

—Aquí tienes, nena —dijo Evie, cambiándome los libros por un cigarro liado —, disfruta. Harry está arriba. Lo he invitado. Pensé que querías verlo.

Le di una calada; no sabía muy bien cómo me afectaría fumar marihuana con el estómago vacío. Se lo devolví porque no quería arriesgarme, y planté otro beso en su mejilla antes de desaparecer. Estaba deseando ver a Harry desde hacía semanas. Subí los escalones, y antes de reencontrarme con él, me colé en la habitación de Evie para cogerle prestado uno de sus bikinis. Estaba segura que acabaríamos todos juntos en la piscina, así que me adelanté.

Terminé de vestirme de nuevo, y salí con una sonrisa que no desapareció. Al otro lado del pasillo, se encontraba Harry, sosteniendo una birra mientras que me guiñaba un ojo. Me acerqué hasta él y dejé que me besara desesperadamente; sus labios, finos pero juguetones, atraparon los míos.

—Me gustan los mensajes guarros que me envías por las noches —susurró, y lamió el lóbulo de mi oreja. Empujó su cadera para que sintiera lo excitado que estaba. —¿Te gustan las fotos que te envío?

Reí.

—Sí —jadeé, cuando una de sus manos se encargó de tirar del elástico de la falda. —Pero ya te lo he dicho, Harry, no me pienso acostar contigo.

Dejó de besarme, pero no detuvo su mano. Harry me gustaba, pero no lo suficiente como para llevarlo a mi cama. Mientras tanto, el chico con el que solía ir cogida de la mano, solo estaba dispuesto a tener sexo. Por eso accedía por las noches a seguirle el juego hasta que me quedaba completamente dormida.

—Déjame meterte un par de dedos —suplicó. —No te haré daño, Alanna.

Detuve su mano antes de que tirara de la fina tela de la parte inferior del bikini, y agradecí que Evie apareciera junto a su novio y me pidiera que abriera la puerta principal. Harry se molestó, y volvió a empujar la botella de cerveza a sus labios. Le dije que después hablaríamos, y desaparecí de allí para recibir al último invitado; Noah, el chico que le vendía el cannabis a Evie. No solía moverse en nuestro circulo social, pero se dejaba caer en las fiestas que organizábamos.

Me escondí el teléfono móvil detrás de mi espalda y dentro de la falda. Y cuando me aseguré que la goma sostenía el iPhone, abrí con la intención de recibir al quinto miembro del grupo de estudio. Pero delante de mí no se encontraba Noah, había un hombre joven, de media melena rubia y ojos azules. Su forma de sonreír no me gustó.

—¿Quién eres?

Antes de responder, acomodó un cigarrillo en su boca.

—Bloody —se presentó, echándome todo el humo en la cara. —¿Ves la furgoneta que hay detrás? —Miré por encima de su hombro. Como bien había dicho, detrás de él se encontraba un vehículo negro con unas llamas de fuego grafiteadas en uno de los laterales. —¡Bién! Metete ahí. No quiero hacerte daño.

¿Estaba bromeando?

Intenté cerrar la puerta, pero su enorme bota marrón me lo impidió. Adentró el brazo y sus dedos tiraron de mi camisa, empujando mi cuerpo a que abandonara la casa de Evie.

—¡Suéltame, hijo de puta!

—Cállate, cielo. Sigo pensando que será un secuestro limpio.

¿Un secuestro?

Antes de que me rodeara con su fuerte brazo, empecé a gritar con todas mis fuerzas sin importarme que se me destrozaran las cuerdas vocales. Pero el tal Bloody fue rápido. Su mano aplastó mis labios, impidiéndome que siguiera pidiendo ayuda.

Empujó mi cuerpo, arrastrándome hasta la parte trasera de la furgoneta. Y antes de que cerrara las puertas, luché una vez más, intentando huir.

El problema fue el golpe que recibí. 

Secuestrada por el peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora