Prólogo | Básico.

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Miles de voces rondan por su cabeza, menos la propia, aún no lo entiende. No entiende muchas cosas aún. Pensamientos que van y vienen cada dos segundos. La mirada fija en la hoja de papel, trazando líneas al azar sin saber exactamente qué es. La mente vuela, nosotros debemos dejarla ir por lo menos unos segundos, no podemos estar aferrados a ella siempre.

El único sonido que hay en su habitación es el que proviene de su respiración mezclado con el sonido del grafito contra la hoja de papel. El viento sopla levemente afuera, pero la ventana está cerrada e impide que penetre la habitación.

Un día básico, demasiado para su gusto. Un poco de viento que mueve las nubes atrayéndolas, el sol comienza a ocultarse y sus rayos son más tenues. Un cielo rojizo no es algo que sorprenda a nadie, es el típico escenario que todos buscan para dibujar, pintar o fotografiar.

Se detiene un momento, observa su lápiz y lo deja sobre el pequeño escritorio. Posa su vista en la hoja de papel donde el lápiz dejó rastro anteriormente y divisa su dibujo.

—No lo entiendo— se dice a sí mismo.

Así es, no lo entiende. Pero se detuvo, paró de dibujar y eso significa que está terminado. Una obra no se corrige. Cada obra es única, es arte. Dejó su mente ser libre un momento, ese fue el resultado y no va a cambiarlo.

Toma la hoja de papel, la guarda en el cajón del escritorio, lo cierra. Rasca su nuca, se levanta de la silla y camina hasta estar frente a la pequeña ventana a un lado de su escritorio. Observa una calle desierta y suspira.

Lo único que ilumina su habitación es esa lámpara pequeña que está sobre el escritorio. El sol se oculta por completo y el alumbrado público comienza a iluminar la acera de la calle donde vive. Varias luces comienzan a verse por las ventanas de sus vecinos y el viento hace un poco más de ruido.

Introduce las manos a los bolsillos de sus pantalones grises holgados, se da la vuelta para salir de la habitación y camina hasta la cocina. No tarda mucho en llegar, la casa es pequeña.

Enciende el interruptor a un lado de la puerta iluminando el pequeño espacio, se dirige hacia donde está la cafetera y la enciende. Mira su reloj de mano —21:08—, dirige su mirada hacia la pequeña ventana a un lado del fregadero y observa que el viento empuja las hojas de otoño hacia otro lado con más fuerza.

—Probabilidad de lluvia— se dice.

Siente una vibración en el bolsillo de sus pantalones, toma su celular y revisa las notificaciones. Un mensaje del número de su jefe.

William: Necesito que me entregues el trabajo que te pedí, en un mes máximo. Lo necesito. No amenazaré con despedirte, pero te reduciré el sueldo. Estás advertido.
9:12 pm. Leído.

Lee el mensaje dos veces para procesarlo bien, en la primera no le prestó mucha atención. Guarda nuevamente su dispositivo. Regresa su vista hacia la ventana y divisa unas pocas gotas de agua bajando por ésta. Lluvia.

Apaga la cafetera, toma la taza con café en ella y se sienta a la mesa. Bebe un poco del líquido y siente su celular vibrar constantemente indicando una llamada. Toma el dispositivo de su bolsillo por segunda vez y revisa quién marcó a su número. Su amigo. Desliza para contestar, presiona el botón del altavoz y deja el celular sobre la mesa.

—Hola— saluda para después dar un sorbo de café.

—¡Silas, amigo mío! ¿Qué haces?— responde su amigo energético a través de la línea.

—Bebo café en una noche lluviosa— vuelve a sorber—. ¿Sólo me marcaste para preguntar eso, Avan?

—Ah, no, no. Quería saber si aún sigue en pie todo eso de salir el fin de semana a esa cabaña que vimos hace unos meses.

Se había olvidado de eso, se distrajo un poco con el trabajo. Bueno, en realidad, se distrae muy fácil con todo. Le había prometido a Avan que lo llevaría ahí hace dos semanas. Esa cabaña había llamado la atención de los dos cuando regresaban de un pequeño concierto que estaba al otro lado de la ciudad.

Hace dos semanas, viajó por cuestiones de trabajo, nada interesante que sea digno de narrar. Al regresar, volvió a mirar esa cabaña a un lado del bosque, pensó que sería bueno pasar un tiempo libre con su amigo y le prometió que irían cuando su trabajo se hiciera menos pesado.

—Aún sigue en pie, pero quizá surja algún percance en éstos dos días. No te iluciones de anticipo— le dice a través del micrófono de su celular.

—Muy bien, yo lo entiendo, no te...— la comunación falla.

—¿No me qué?

—¿Qué?, no te escu...— falla.

La llamada se corta por problemas de señal. Dirige su mirada a la ventana y observa que la lluvia está a punto de convertirse en tormenta. Termina su café lo más rápido que puede, toma su celular, se levanta, apaga el interruptor de la cocina y camina hasta su habitación.

Se saca los pantalones, se recuesta, se cubre con las cobijas de su cama y se queda mirando a un punto fijo en el techo. La pequeña lámpara de su escritorio sigue encendida, sigue siendo lo único que ilumina su habitación.

Escucha un trueno fuera y se sobresalta un poco. Se escuchó cerca. Mira un momento la lámpara sobre su escritorio y trata de dejarse vencer por el sueño, pero no hay sueño. No se siente demasiado cansado como para dormir, quizás el insomnio atacará otra vez.

¿Pero qué puede hacer en una noche así? ¿Salir a caminar? Que gracioso. Nunca ha sido una persona bromista. Lo único que se puede hacer en una tormenta es esperar a que pase pronto. No entiende cómo hay personas que "adoran" la lluvia.

Los días lluviosos son aburridos y depresivos, mucho más las noches. No son dignos de admirarse, según su criterio. Los días soleados tampoco son tan agradables, son tediosos y llegan a ser demasiado alegres. Prefiere la luz de su pequeña lámpara en su habitación.

Afuera, la tormenta comienza a tener más impulso. El aire sopla con mucha fuerza y las copas de los árboles son empujados por él hacia los lados. Varios relámpagos iluminan las nubes y no se puede divisar a un ser vivo en la calle.

Continua con la mirada fija en la pequeña lámpara por unos segundos, suspira y cierra sus ojos para intentar dormir. Piensa en qué puede pasar en éstos dos días antes de llegar al fin de semana. Pensar en el futuro no es muy inteligente, no se puede saber qué surgirá e imaginar los posibles resultados produce estrés y ansiedad la mayoría de las veces.

Se mantiene con los ojos cerrados intentando dormir. Piensa en el trabajo pendiente que tiene, piensa en su amigo, piensa en viajar, piensa varias cosas para tratar de conciliar el sueño. Abre los ojos y se da cuenta que no hay ni una pisca de cansancio. Su mente está demasiado despierta, dormir es casi imposible ahora.

Se sienta en la esquina de la cama, observa un poco la lluvia a través de la ventana y suspira con desgano. Tiene que aprovechar esos pensamientos que pasan por su cabeza en éstos momentos, deben servir de algo. Se levanta, camina hasta el escritorio y se sienta para tomar una hoja de papel en blanco.

Toma un lápiz, mantiene su mirada fija en el color blanco de la hoja y deja que sus pensamientos fluyan como tengan que fluir. No importa que tarde toda la noche, no puede dejar ir algo que su mente puede aprovechar para hacer arte.

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H E S H E  V U © enero 2021

24 Días Sin Mi SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora