Capítulo único

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Wooden Heart

Había una vez, en los confines de un pueblito cualquiera, un humilde carpintero llamado Leo. Desde joven sus manos aprendieron a construir casetas de pájaros, marcos y cuadros. Más adelante, tabiques y casas enteras. Esas mismas manos, esa misma inteligencia y habilidad, le labraron una profesión. Clientes nunca faltaban. Sin embargo, esas manos también crearon cuando tanto quiso destruir.

El hermoso féretro de un primer amor, encontrado en los ojos bonitos de un aprendiz. Un amor tan puro como prohibido en ese pueblo de creyentes del fuego y el pecado. Escondiéndose del qué dirán, las dificultades sólo eran un complemento más para el amor que se prodigaban. Pero, sólo amor no fue suficiente.

Las mismas manos que le enseñaron, le acariciaron y le cuidaron, cobijaron su trémulo y enfermizo cuerpo hasta que su calor se hizo recuerdo. Había vomitado sangre hasta desfallecer en un dolor que tampoco pudo consolar. Veneno era la respuesta. Las mismas manos que tanto crearon, grabaron su nombre en aquel reluciente ataúd caoba.

Su nombre era Hongbin.

Leo llenó los fragmentos de su casa y su mente con lo que quedaba de Hongbin, como los grabados en madera de las flores que cultivó en su jardín, ahora marchitas por la soledad compartida. También figuritas y motas de aserrín le acompañaban en la obsesión.

Sus manos podían crear cualquier cosa, menos emular la risa escandalosa y malas mañas de Hongbin. De nada valía todo esto, si sus días se resumían en añorar lo que no podía crear.

En una noche febril, se levantó de golpe y corrió hacia su mesa de trabajo. Con lágrimas a los ojos y gotas de sudor en las sienes, comenzó a diseñar; comenzó a crear. De los trazos salieron planos, y de los planos, las herramientas y el fervor.

Día y noche sin descanso sus manos crearon una última súplica.

—Su nombre será Hongbin. —Prometió a las Estrellas, enjugándose el sudor.

En la última madrugada, Leo soltó el martillo y sus manos trémulas acunaron esas firmes y lisas mejillas. Sus pulgares ampollados sintieron, durante un destello de pasión, su calor. Sus ojos de cristal permanecían ausentes, pero para su corazón, brillaban como infinitas estrellas. Construido con la más fina y blanca madera, articulado con precisión científica, pintado a mano y con pelo natural, un muñeco de madera le regresaba la mirada. Idéntico al amor que injustamente le arrebataron, aunque carente de alma. De todas maneras, Leo sonrió y lo abrazó con fuerzas. La concepción del alma escapaba del entendimiento de un hombre de pueblo como él, pero, mientras sus dedos sintieran y su mente recordara, su creación tendría una.

Aquella pasión no escapó de la atención de las Estrellas, las que atestiguaron el nacimiento y caída de aquel amor ingenuo. La Divina Providencia entregó una de ellas para aquel hombre.

Los dedos engarrotados de Hongbin se estiraron temblorosos. Un exhalo, como el despertar de un profundo sueño golpeó sus sentidos. El muñeco balbuceó su nombre. El mismo timbre y la misma desazón de la última despedida, la volvió a escuchar.

Su débil calor, sus ojos como límpidos cristales y una remembranza al más vívido recuerdo se acurrucó entre las manos ampolladas de Leo. En medio de su llanto de dicha, el viento nocturno silbó.

"Atreviste retar el juicio de Las Estrellas, pero, valiente carpintero, te daremos una oportunidad. Si el corazón de tu creación comienza a latir, volverá a ti. El amor que una vez lo hizo latir debe regresar con él".

Un grillo del azul de la noche, asomó entre los cabellos de Hongbin. Removió sus patitas y en sus ojillos negros, pareció sonreír. Leo carcajeó y volvió a llorar. Quizás la locura lo había consumido, quizás el dolor lo había corrompido, pero la apuesta de un latido verdadero le hizo vivir también. Por un latido de un corazón verdadero regresaría Hongbin.

Wooden Heart  (LeoBin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora