Shouyo recuerda perfectamente esa noche nevada. Donde suspiro, lloro, y suplicó por qué todo terminase, que sus superiores decidiesen volver, por la simple casualidad de que olvidaron alguna pertenencia. Pero nunca paso aquello, y sus lágrimas secas...
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Cada día, cada tarde, cada noche. Sin importar cual sea la hora, siempre lo recuerdo.
Las yemas de mis dedos de un calor pálido por ejercer una fuerza que a su comparación era nula.
Tanto mi rostro como mi pecho en el frío suelo de aquél gimnasio del que tantos buenos recuerdos me lleve. En donde también tendría una de las memorias más asquerosas que pude tener.
No pude hacer absolutamente nada, rogue por que Tsukishima y Yamaguchi volvieran a buscarme.
O tal vez con la esperanza de que Nishinoya y Tanaka también lo hicieran.
Pero nadie cruzó por ésa puerta.
Y en esos momentos solo pude sentir como mi interior era profanado, desgarrado al punto de que mis gritos se dejaron de escuchar.
Era inútil, nadie vendría por mí.
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