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Nunca es sencillo permitirle a otro navegar por las aguas turbias de los pensamientos propios. Al igual que la desnudez que adoptan los cuerpos al entregarse a un cómplice y confidente, la lectura que hace alguien más del libro de nuestras mentes es el acto más puro de desvalimiento; es permitir la entrada a la vulnerabilidad, la debilidad y la fragilidad, es quedar indefenso y endeble, entregado y fragmentado.

La barca en la que aquel muchacho navegaba iba cada vez más hondo y avanzaba sin naufragio. Incluso cuando muchas tormentas, unas invocadas por ella y otras provocadas por el cosmos, turbaron su camino era ahora que podía recorrer el mar de su interior. La chica permanecía como sus adentros, vertida, extensa, sumergida en la rompiente mientras lo observa bogar lejos y profundo.

La calidez que habían adoptado sus manos por el liviano pero insondable objeto que sostenían se desvaneció cuando el muchacho se inclinó frente a la mesilla y dejó la libreta sobre esta. Volvió su espalda hacia el espaldar del sofá y con una sonrisa traviesa, halagada, conmovida, impresionada y burlona, todo al mismo tiempo, volteó la mirada hacia la chica junto a él.

—¿Por qué en todas las versiones soy un cabrón? —preguntó directamente soltando una risa. La chica, que se encontraba encogida en el sillón completamente avergonzada y riendo levemente, lo miró de vuelta entrecerrando los ojos.
—¿Te pareciste un cabrón?
—Sí. Ni siquiera me esfuerzo en preguntarte las cosas, simplemente llego, como todo un cabrón, convencido de te mueres por mi.
—Pues es cierto. —Él sonríe.
—Sí, pero... que cabrón.
—A mi me pareces bastante encantador —dijo ella mientras sus mejillas se encendían en un tono carmesí que el chico no veía desde los días de universidad. Ella se removió en el sofá y dejó la mirada perdida en la pared de en frente. Aitor sonrió de nuevo.
—Tú sí eres totalmente fiel a la realidad, siempre librándote de mi.
—No lo niego —dijo ella aún sin mirarlo. Al ver la mirada seria que reinaba en el rostro de la chica Aitor se acomodó en su asiento para mirarla mejor mientras la seriedad regresaba nuevamente para dictaminar su carácter. —De qué crees que va?
—De tus miedos.
—¿Eso crees?

—Creo que en cada versión se reflejan cuales eran los miedos que nunca te dejaron hablarme. El miedo a la intensidad, al rechazo, a confiar en la persona incorrecta, a la iniciativa, a la exposición, a la confrontación, al sufrimiento, al riesgo y a no ser suficiente —dijo este con seguridad y también con mucha razón. Sin embargo la chica no dijo nada, sólo soltó un profundo suspiro y se mantuvo con la mirada perdida—. Y eso que que sólo es una de las libretas —agregó él—. ¿No dices nada? —preguntó al ver que la chica seguía sin hablar.
—Ya lo sabes todo, no sé que más podría decir.
—¿En serio sigues avergonzada?
—Aitor... —Comenzó ella aún sin mirarlo y con muy poca vivacidad—. Mientras los demás estaban viviendo sus vidas, sin dejar nada sin decir ni bocas sin besar, yo estaba escribiendo, en la madrugada, sobre todo lo que podría pasar si no tuviera miedo. No me da vergüenza que leyendo te enteres de que te quiero, ya te habías enterado sólo mirando, me da vergüenza que esa sea la prueba de que desperdicié mi vida sin necesidad.

Aitor quedó mudo. Ella no dijo nada que él no supiese ya, pero el profundo remordimiento que la chica sentía en aquellos instantes también lo invadió a él y lo hizo aterrizar dolorosamente sobre su corazón.
—Supongo que eso es algo que puede pasar. Todos alguna vez desperdiciamos alguna oportunidad por culpa de la duda. Todos lo hacen.
—Solo los cobardes lo hacen —dijo ella con los párpados apagados y los hombros caídos. El chico se acercó a ella y sujetó fuertemente sus manos haciendo que esta lo mirara.
—No, no es cierto. No es tu culpa haber tenido tanto miedo. Te perdiste de muchas cosas por él, sí, pero todavía tienes muchas más por vivir. Es tiempo de que dejes ir el pasado y que olvides la culpa porque esa también es una manera muy efectiva de impedirte a ti misma vivir plenamente. —La chica apretó los labios y ladeó un poco la cabeza mientras observaba, entre la precaria luz de la sala, el rostro de Aitor—. Además, eso es lo que tú haces, escribes, eres escritora, puedes vivir tanto aquí como allá y ninguno de esos espacios es más o menos real que otro. Está bien pasar por ambas experiencias mientras no dejes ninguna de lado ni te descuides a ti misma. —Los ojos del muchacho se encontraban profundamente clavados en los de Trina y mientras esta lo observaba podía jurar ver el mundo entero a través de ellos—. En serio está bien, todos lo han hecho, hasta yo. —Él no quería que ella volviera a reprocharse nada de ahora en adelante. La quería viviendo, sin arrepentimientos, hasta que el mal ponzoñoso que debilitaba su cuerpo dictaminara que era el final del juego o desapareciera para siempre, pero las cadenas de la chica parecían no alivianarse de ninguna forma.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora