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Había una sombra que se movía, aunque oscura y turbia, mucho más que él. Estaba llena de mucha más vivacidad, de turbaciones joviales y de pasión por la vida. Incluso podría llegar a decir que esta hasta le consumía lo poco que le quedaba de todo aquello. Era difícil para él avanzar y no ver más que un horizonte de desiertos, no ver más que ojos pintados de desconfianza y mucho amor vulnerado.

A veces, cuando sale tarde y camina a casa rodeado por la noche y el frío nebuloso que lo estoquea a muerte, avanza lento por el asfalto, arrastrando los pies con rendición y sumido en un vacío, pensando en lo insignificante de su existencia mientras que lo acucian vibraciones en los lagrimales. De la acumulación de esas noches concluye que su persona se reduce al recipiente en donde los seres intrépidos y osados que alguna vez llevaron vidas arriesgadas se vacían ininterrumpidamente. No sería más que eso, más que un ser contemplativo que avanza perdido por el mundo que a sus pies parece pequeño. Ellos son del mundo, hablan del mundo y el mundo los oye, pero él parecía sentirse, como nunca antes, una pieza restante.

Aitor, ahora atravesando la madurez que llega con los años, divagaba constantemente. Era extraño pero era muy feliz en la duda y en la sombra, donde habitaba en aquel instante.

Siguió caminando por el asfalto parcialmente iluminado de la desolada calle que transitaba. Ya a un par de minutos de su departamento empezó, sin darse cuenta, a disminuir mucho más el ritmo de su paso. Su mochila colgaba de su hombro izquierdo y titilaba de frío mientras apretaba más el abrigo a su pecho. Mientras caminaba fue empujando bruscamente con los pies las basuras que enmugrecían el piso y murmurando cualquier canción que en su cabeza apareciera. Aún ensimismado en sus susurros pudo sentir la presencia de un ente, con acelerado paso, que se le acercó.

Continuó su camino intentando ignorar aquella sensación lo que le permitió al muchacho encapuchado que pasó intempestivamente por su lado arrancar la mochila de su hombro sin detenerse y correr, aún más rápido, lejos de él.

—¡Mierda! —dijo para sí mismo y sin pensarlo dos veces, lo cuál era inusual en él en aquellos tiempos, corrió detrás de aquel desconocido.

Corrió por varias cuadras incluso pasándose de la entrada a su departamento gritándole al chico que se detuviera mientras que se le acercaba cada vez más. Fácilmente tomó ventaja y lo alcanzó. Ya estando sobre la espalda del ladrón este cruzó apresuradamente hacia la izquierda, entrando por instinto a un callejón obscuro y apestoso.

Ya estando en la profundidad de este a Aitor se le hizo imposible no detenerlo, más aún cuando aquel muchacho cayó derrumbado sobre el piso temblando y respirando agitadamente. Aún así, Aitor no se detuvo e impotente lo tomó por el brazo con fuerza y de un tirón lo levantó del suelo. Enojado lo sacudió de un lado a otro haciendo que la capucha que le cubría el rostro se cayera y que un abundante mar de largos cabellos negros saliera a la vista, pero Aitor de nada de esto se percató, pues era la ira lo que lo cegaba por casi completo. Siguió sacudiendo a lo que el creía era un muchacho y lo arrastró hasta el muro de ladrillos del callejón estampándolo de espaldas contra este, sujetando ambos de sus brazos y dejando al descubierto aquel inolvidable rostro.
—¡¿Qué mierda crees que haces?! —exclamó Aitor con una voz ronca y colérica.

Entonces la vio. Se sorprendió al ver que aquel ladrón no solo era una chica, sino que era ella. La chica se mantuvo inmovilizada y atrapada entre el pecho de Aitor y la pared. Su respiración era arrítmica, su expresión era de profundo temor, sus ojos estaban inundados en lágrimas y su cuerpo temblaba amenazando con desplomarse por segunda vez. Al percatarse de quién era ella y de que la tenía acorralada y asfixiada Aitor soltó sus brazos y retrocedió rápidamente.

—¿Trina? —dijo anonadado al verla. La chica bajó la mirada soltando algún tipo de último aliento y se aferró a la pared para no caer—. ¿Eres tú? —preguntó él aunque ya estaba seguro de conocer la respuesta. Ella se mantuvo callada—. Por Dios, hace años no te veo. Desapareciste. —Esta, de nuevo, pareció no tener nada que decir. En cambio, lo miró entristecida, con los pómulos enrojecidos y las facciones tristes, y se dejó caer finalmente al piso. Aitor, preocupado y sintiéndose culpable, se arrodilló en el suelo frente a ella y la examinó apretándole cálidamente los hombros.

—¿Estás bien? ¿Te hice daño? —La chica le respondió negando con la cabeza y mirándolo directamente a los ojos. Aitor creía haber olvidado esos ojos cafes que tanto le atormentaron en el pasado pero recordaba, de memoria, cada tonalidad en estos—. Lo siento, creí que eras un chico.
—No me sorprende, todavía eres un idiota. —Aitor se sorprendió y de nuevo intentó justificarse.
—¡Creí que querías robarme!
—Sí quería robarte —dijo ella haciendo que un escalofrío recorriera el cuerpo de Aitor. Este soltó un suspiro. No quiso preguntar más al respecto. Que aquello había sido intencional, era evidente. Que ahora se dedicaba a robar, era probable. Pero nada de eso le interesó estando allí, de rodillas frente a aquella chica de cabellos negros y ojos profundos que lo había desgarrado en algún momento, nada le importó.

Solo importó que Trina, ese fantasma de su pasado, se hallaba tumbada frente a él con frío y herida en algún lugar. No supo si lo que pensaba hacer era lo indicado pero lo hizo de todos modos.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora