013.

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A esas alturas ya no había ni uno solo de sus sueños que no llevara su nombre. Eso aplicaba para ambos, cuyas fantasías y ensoñaciones estaban interminablemente dedicadas del uno para el otro, incluso excesivamente. Pero en algún momento a ambos les tocaba despertar. Y cuando fue el turno de ella se halló perdida y confundida en un lecho en el que siempre quiso estar pero que hasta entonces creía que no le correspondía.

Poco a poco la chica abrió los ojos con el cuerpo adolorido y la vista nublada. Le dolían las piernas, la espalda e incluso los hombros, y dicho malestar se había intensificado para cuando quiso despertar. Se movió suavemente en la cama e intentó ponerse de pie, lo cual logró únicamente recurriendo a la ayuda de sus brazos que también crujieron ante la fuerza. Se movió hasta la orilla de la cama y se deshizo de las abundantes sabanas que aunque la mantenían en calor también la habían hecho despertar inundada en sudor. Una vez sentada en la orilla de la cama y con los pies descalzos al contacto con el piso frío, se restregó el rostro con las manos y se deshizo de los largos mechones de cabello que le cubrían le impedían ver con claridad. Lentamente abrió los ojos en la oscuridad reconociendo la ventana, las cortinas y las pertenencias del cuarto de Aitor. Volteó detenidamente a su izquierda solo para ver al propietario del cuarto quien desde hacía bastante rato la observaba en silencio.

Aitor estaba recostado levemente en el escaparate frente a la cama y con la mirada fija en Trina, con el rostro sin expresión alguna y los brazos cruzados. Aitor la miraba fijamente y cuando esta lo miró también apretó los dientes y se cubrió la boca con la mano en signo de desaprobación. De inmediato la chica supo que lo que pasaría después no sería para nada bueno. Trina soltó un suspiro y ante la rudeza en las facciones de Aitor prefirió bajar la mirada.
—Dime que al menos toqué —dijo sarcásticamente. Cuando no obtuvo respuesta por parte del chico, sino la misma mirada vacía e impredecible, volvió la mirada hacia las cortinas en frente suyo y maldijo internamente. Buscó sus tennis en el piso y una vez los encontró comenzó a ponérselos con prisa.

—¿Tan rápido te vas? —Percibió el tono de burla en la voz de Aitor del otro lado de la habitación.
—No sé ni porqué vine en primer lugar.
—¿Ah, no lo sabes?
—De hecho, lo sé —dijo ella—. Tenía fiebre, me mojé en la lluvia y aluciné lo suficiente como para creer que venir a verte era buena idea. Y sí, ya me voy.
—Al menos es el mejor lugar al que pudiste venir. —Trina soltó un bufido bastante audible mientras se ataba los cordones de su zapato.
—Eso es cuestionable —Aitor gruñó ante su comentario, apretó los puños y miró hacia el techo. Ella lo notó—. Me odias demasiado, no sé cómo me dejaste entrar —dijo ella sin mirarlo y de inmediato el chico apretó los labios y frustrado aguantó la respiración.
—Ojalá pudiera odiarte, pero tú mejor que yo debes saber que no se deja de querer a alguien tan fácilmente. —Cuando Trina escuchó esto quedó inmóvil con la respiración cortada, la vista perdida en la ventana y ya con sus tennis puestos.
—¿Quererme tú a mi? Por favor...
—Sí. Igual que ayer y seguramente igual que mañana. —Ella esbozó una sonrisa burlona y todavía sin creerle bufó por lo bajo. —Pero ya habiendo aclarado ese punto sí me gustaría que me explicaras que hacen todas esas billeteras en tu mochila y creo que esta vez merezco la verdad ya que, por sorpresa, fuiste tú la que vino a mi...
—Soy buena carterista.
—Estoy hablando en serio. —Trina se mordió los labios aún sin mirarlo y suspiró hondo. Bajó la cabeza y permaneció sentada en la cama, mostrándole a Aitor solo su encorvada y decadente espalda.

Pasaron largos segundos hasta que ella por fin, con una voz entrecortada pero firme, le respondió.
—No es algo de lo que me sienta orgullosa, ¿sí? Solo es algo que me ha tocado hacer.
—¿Por qué?
—Necesito el dinero.
—¿Para qué necesitas el dinero? —Trina desvío la mirada hacia el techo, reuniendo valentía o simplemente ganando tiempo. Él no lo descubrió.
—Para el papel y los lápices.
—¿Qué? —Aitor arrugó el rostro sin comprender aquello.
—Ya me oíste —dijo ella buscando su chaqueta entre la habitación.
—¿Por qué no solo buscas un trabajo mejor? Trabajas una vez cada dos semanas a medio tiempo en una estación de gasolina, así siempre tendrás necesidades.
—Los trabajos toman tiempo, Aitor. No tengo tiempo para eso, necesito hacer dinero fácil para que el tiempo restante pueda usarlo para escribir —dijo Trina con una fluidez que hasta a ella le sorprendió. Aitor respiró hondo y con los brazos cruzados no dejó de mirarla ni por un segundo. Al ver que él no decía nada la chica se volteó para mirarlo con lágrimas en los ojos—. Tengo que escribir, ¿lo entiendes?
—Sí, lo entiendo. —Trina pareció aliviada—. Lo que no entiendo es porqué, puedes trabajar y escribir, dividir tu tiempo. —Trina de nuevo desvío la mirada y pensó en una respuesta. Parecía bastante nerviosa, pero Aitor lo atribuyó a su estado natural de temer siempre que conozcan mucho sobre ella.
—No, no puedo.
—Claro que sí. O mejor aún, buscar una forma de que te paguen por escribir, vivir de eso.
—Nadie me pagará por lo que escribo...
—No estoy seguro de que...
—¿Para qué me preguntas si de todas formas no vas a aceptar mi respuesta? Así es como es, no tengo tiempo para trabajar y esta es mi solución para eso —exclamó ella con la voz temblorosa.
—¡Bien! Si ponerte en peligro te gusta, pues bien. Hazlo —respondió él también bastante alterado. De nuevo se cruzó de brazos y clavó la mirada en el piso mientras que ella, de la misma forma, hacía todo lo posible para no mirarlo. Se mantenía muy quieta, sentada en la orilla de la cama, con las piernas temblorosas. Aunque el silencio los abrazó de forma incómoda y sin forma alguna de romperse el chico simplemente no podía quedarse con todo eso adentro.

—Trina... no lo entiendo. —Ella de inmediato supo que aquello ya no se trataba de los robos sino de algo más profundo y complicado que eso—. ¿Si no me quieres por qué no solo me lo dices? ¿Por qué siempre tienes que estar yéndote y huyendo, por qué todo contigo siempre tiene que ser así? Sólo dímelo, dímelo que no me quieres.
—Aitor...
—¿O esa es tu forma de decirlo?
—Aitor...
—Aún así preferiría que me dijeras: no te quiero...
—¡No puedo! —exclamó ella con fuerza estampando suavemente sus manos sobre el colchón de la cama y dejando a Aitor completamente mudo. Soltó un suspiro al darse cuenta de que muy probablemente se había delatado como solía hacerlo en el pasado, pero aún así terminó de hablar—. No puedo decirte eso, ¡si pudiera ya lo habría hecho! —Ambos se quedaron en silencio y ella, ya exhausta de la incómoda situación, se levantó de la cama con prisa—. Mejor ya me voy. —Aitor había quedado anonadado y con la mirada perdida y solo reaccionó hasta ver que ella se levantaba y atravesaba la habitación en medio de una huída improvisada.

Trina rodeó la cama y pasó rápidamente frente a él intentando llegar hasta la puerta, pero cuando este la vio avanzar frente a su rostro estiró su brazo sin moverse ni esforzarse y atrapó el de ella. La sostuvo por el brazo haciéndola frenar en seco y detener su camino. Aitor se reincorporó y se puso en pie abandonando el mueble en el que había estado recostado durante toda la conversación y una vez estuvo de pie por completo la haló cuidadosamente hacia él. Trina no pudo evitar retroceder al sentir que este la conducía de vuelta. Quedaron uno frente al otro. Ella sentía la mirada de Aitor quemándole la piel pero no se atrevió a mirarlo hasta que este fue dejando las manos en sus mejillas y enredándolas con su cabello para levantarle el rostro. Lentamente la hizo mirarlo y cuando sus ojos se encontraron Aitor reconoció en los inundados ojos de ella la confesión que había estado esperando.
—Todavía me quieres.
—Eso si te quise alguna vez. —El chico sonrió.

No esperó a que aquel momento, como todos, se desvaneciera y ansiosamente se arrojó hacia ella atrapando sus labios. Juntando con el suyo su pecho se movió profundamente sobre su boca sin tiempo ni ganas de tomar aliento. La chica hizo lo mismo y poco a poco fue rodeando el cuerpo del chico con sus brazos. Mientras el beso se hacía más profundo Aitor pasó sus manos a la espalda de la chica recorriéndola de arriba a abajo, incluso por debajo de su camiseta. Trina, que había llegado a hundir las manos en el rebelde cabello suelto de Aitor, había empezado a llevar y a conducir lentamente al chico hacia la cama junto con ella. Cuando sus cuerpos rozaron las orillas de las sábanas el chico se dio cuenta de lo que ahora proseguía y por instinto se detuvo. Se separó de ella atrapando su rostro nuevamente en sus manos y pasó a respirar hondo sobre su piel mientras le acariciaba los pómulos en donde aún se hallaban las abiertas pero superficiales heridas y cortadas que la chica se había hecho entrando por la ventana.

—¿Estás segura de esto? —preguntó él sobre los labios de la chica, quién yacía con la respiración acelerada y las mejillas enrojecidas. Trina de inmediato asintió, sosteniéndole la mirada y sin dudar ni por un segundo—. Acabas de atravesar una ventana, no quisiera lastimarte.
—No lo harás —dijo ella también sobre sus labios. En medio de una sonrisa Aitor peinó lentamente el oscuro cabello de la chica y lo dejó tras sus hombros. Finalmente la condujo poco a poco hasta la cama.

Suavemente la acostó entre las sabanas y estando sobre ella, con cuidado de no aplastarla ni lastimarla, continuó besándola esta vez con una lentitud que sin saberlo la enloqueció. Fue bajando suavemente las manos por el cuerpo de la chica y deshaciéndose de sus prendas. De la misma forma ella recorrió el pecho de Aitor lentamente con las manos y le arrebató la camisa. En aquel momento la ropa empezó a estorbar y sus desnudos cuerpos se encontraron después de estar extraviados tanto tiempo, y todo a su alrededor se enmudeció para potenciar infinitamente ese momento juntos.

La realidad aveces y para algunos podía ser algo debatible, aveces era lo que para todos era una verdad común, universal e inamovible, pero para otros la realidad se movía por el deseo, la necesidad y la imaginación, a imagen del anhelo y a semejanza de las ansías. Pero aquel momento fue real para ambos y nada era más importante que eso en adelante.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora