De cuando metí la pata hasta el fondo

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El juglar, después de contar la leyenda del origen de Daizar, continuó narrando las últimas noticias del reino, como que en Pandro parecía que los volcanes iban a entrar en erupción y que la cosecha de higos este año parecía abundante. Cuando terminó, cogí en brazos al pequeño Hadrian, que estaba dormido y  nos volvimos para casa. 

Aun era de noche cuando me desperté. En la pequeña habitación dormíamos mis hermanos y yo en un colchón tirado en el suelo. Y yo prácticamente acababa en el suelo, porque me daban pataditas y me alejaba para intentar dormir. 

Me levanté en silencio y salí por la puerta, dejando atrás a los dos pequeños durmiendo. Pasé por delante de donde dormían mis padres y salí finalmente por la puerta. Entré al gallinero con cuidado de no despertar a ninguna gallina y fui a ponerme los pantalones y la camisa vieja. Del fuego que hace mi madre para cocinar me manché la cara. Cogí mi bolsa de tela y salí por la ventana. Cuando salí, el viento me golpeó en la cara y respiré profundo. Me puse manos a la obra y fui a paso ligero hacia el centro de Talbion. 

Las calles aún estaban oscuras y corría un viento helado entre las calles cercanas al puerto. Había vivido toda mi vida en Talbion, y en estos 20 años no había cambiado absolutamente nada: los puestos del mercado, los barcos que volvían de pescar al amanecer, la panadería, los callejones, las tabernas, las plazas... Había recorrido toda la ciudad y me la sabía como la palma de mi mano, podría caminar casi con los ojos cerrados. Y había crecido viendo las mismas caras, la misma gente, las mismas cosas... 

Por eso siempre que salía por la mañana a robar, me alejaba de casa lo más que podía. La segunda regla que me enseñó Sean fue esa: vete a donde no te conozca nadie. La primera fue que evitara que me pillasen. 

Cuando era más pequeña pasaba mucho tiempo con mi madre, ayudándola a sus tareas: trabajaba limpiando la ropa de la gente de la zona rica y haciendo arreglos y vestidos para las que se lo pudiesen permitir. Pero cuando no era posible que yo fuese con ella, me quedaba en la taberna  de Lyam, el padre de Maira. Allí pasábamos horas y horas jugando por debajo de las mesas, colándonos detrás de la barra, corriendo por la calle donde estaba la taberna... Mi infancia la había pasado allí.  

Allí también había visto a otros muchachos jugar como Maira y como yo, debajo de las mesas. Pero cuando me fijaba más, no sólo jugaban, sino que hacían algo más: metían la mano en los bolsillos y las bolsas de la gente del bar y les cogían el dinero que tuviesen. Antes de que Lyam les viese, ya se habían ido corriendo. Y volvían al día siguiente. 

Y justo, en esa misma taberna, perdí a los 7 años mi inocencia: escuché a mi padre hablar con Lyam de que al día siguiente no tendríamos dinero para comer. Mi padre nunca supo que lo escuché, pero como hierro incandescente me marcó un antes y un después en mi vida. 

Al día siguiente, mientras Maira y yo jugábamos, hice lo que hacían los otros niños: metí la mano en un bolsillo de un borracho y cogí las pocas monedas que había. Me las guardé en un bolsillo que tenía mi vestido. Miré al señor al que le había robado, que seguía abrazado a su jarra de aguardiente como si le fuese a salvar la vida. De tanto beber, los borrachos se olvidaban hasta de su nombre: era muy fácil seguir robando. Y muy tentador. Así empecé. Poco a poco, por ayudar a mi familia (y por la sensación de emoción y riesgo, aunque me fastidiase admitirlo), seguí robando hasta el día de hoy. 

Una mañana, cuando tenía 9 años, iba la ciudad, conocí a Sean y a un grupo de muchachos que vivían en la calle y robaban por necesidad. Me enseñaron todo lo que sé: cuáles eran los mejores sitios, que es más fácil robar si la gente había bebido y que nunca debían verte la cara. Si te reconocen, estás perdida. 

Y en ese momento, que ya era más mayor y mi cara era menos aniñada, no quería ni que el propio Sean me viera: ahora robaba en zonas que él no frecuentase, para no encontrármelo. Aún así, seguro que sabía que yo seguía por ahí, aunque no supiese quién soy.  

Caballeros De DragonesWhere stories live. Discover now