De cómo es un día normal para mí

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Mierda. Me habían visto. En cuanto la mujer empezó a gritar "¡al ladrón!", salté por la ventana de su cocina y corrí lo más que pude a través de la calle hasta un callejón, sorteando a los tenderos que estaban colocando los puestos del mercado. Me choqué con uno que tenía patatas y me llené de tierra, pero seguí corriendo. 

Estaba amaneciendo y yo acababa conseguir los que mi madre me había pedido. Aunque supongo que sería más adecuada la palabra "robar", intentaba no pensar en mí como una ladrona. Tomaba lo que necesitase, no lo hacía precisamente por placer. Ahora que lo pienso, sí era ladrona, y una de las buenas, me atrevería a decir'. Era ágil, rápida y silenciosa, tres atributos muy codiciados a la hora de coger cosas que no son tuyas. Aunque en esta situación no parezca la mejor ladrona que hayas conocido. 

Tras cruzar varias calles miré para atrás y nadie me perseguía, pero no iba a parar ahora. Iba a correr hasta el puerto, y del puerto ya volvería para casa, lo último que quería era que me pillasen y me descubriesen.  

Giré hacia la derecha, donde ya me golpeó el olor a salitre y a pescado. El aire me alborotó el flequillo y hacía que me lloraran los ojos. Además, mis pulmones estaban ardiendo por el esfuerzo, pero no paré. 

Rodeé el mercado y continué recto, hasta donde se acababa el puerto y comenzaban los pequeños riscos y las calas más alejadas de la ciudad. Cuando ya entré a la zona humilde de Talbion, relajé el paso y me dirigí a mi casa, con mi premio bajo el brazo. 

Talbion es una de las 4 grandes ciudades de Daizar, uno de los países más altaneros que existían. Aunque todos los ciudadanos estaban orgullosos del rey y de su familia, a mí, personalmente, me daba igual quienes fueran. Mientras que mantuviesen la paz en el reino, me parecía bien. 

Cuando vi mi casa a lo lejos y vi la luz encendida, me escondí en un callejón sin salida. Me miré y vi que estaba hecha un desastre y además oliendo a pescado. Los antiguos pantalones de mi hermano estaban llenos de tierra y manchas, y la camisa del color verde del bosque, arrugada. Llevaba ropa de hombre, porque estaba mucho más cómoda y además, para que no me reconocieran, quería parecer lo más que pudiese a un muchacho cualquiera.Me miré el reflejo en un cristal de una casa, y vi a través del hollín, mis mejillas encendidas por la carrera. Me limpié con la manga de la camisa la cara  e intenté desenredarme mis rizos color miel, cosa que no surgió mucho efecto. 

Bueno, tal y como fuese, tendría que entrar en casa antes de que me viese nadie.

Sigilosamente, rodeé mi casa y entré por una ventana trasera que daba a nuestro pequeño gallinero. Estaba amaneciendo, pero aún no había entrado la claridad a la casa, por lo que, me llevé un buen susto cuando, al intentar entrar, pisé la cola de una gallina, y comenzó a cacarear como loca. Segundos después, el gallinero entero estaba despierto. Mierda. Ahora sí que tenía que correr. 

Salté a la pobre gallina que había pisado, que me picó varias veces los talones sin poder esquivarla, y subí unas escaleras para poder llegar a una balda donde escondía mi ropa. Me quité los pantalones y la camisa rota, y me puse un vestido, que a pesar de ser viejo, tenía mucha mejor pinta que lo que llevaba ahora, por lo menos estaba limpio. Cogí mi bolsa de tela donde guardé mis nuevas adquisiciones y escondí debajo de un pequeño montículo de paja, el dinero que había robado, de manera que cuando lo necesitásemos, sabía dónde estaba. 

Bajé de un salto, esquivando como pude a las gallinas y saliendo de nuevo a la calle a través de la ventana. Me dirigí a la puerta de mi casa y antes de que mi madre se diese cuenta de la revolución que había en el gallinero, entré haciendo ruido.  

- ¡Buenos días madre! - saludé con una voz más alta de lo normal, intentando que no se me notase sin resuello.

- Buenos días, Brianna. ¿Qué has conseguido comprar? Esta vez no te pude dar mucho dinero, espero que hubiese algo decente - soltó un suspiro. 

Caballeros De DragonesWhere stories live. Discover now