Capítulo 12: Reflexiones

7 3 0
                                    

Todos los magos, incluyendo los más novatos, poseen una cierta habilidad, un hechizo capaz de revelar todo sobre una persona, con excepción de lo que está quiera evitar que se sepa.

Para los usuarios de este hechizo, es como si tuvieran en frente de sí un libro abierto con toda la historia del individuo y la única condición para que este hechizo se active, es que el mago hable con alguien y esta persona acceda a revelar esta información.

Gracias a esto, Gabriel aprendió mucho sobre Midori. Ella es una mujer que sabe mantener muy bien las apariencias, siempre con una sonrisa y una actitud alegre y amable... pero que, por dentro, alberga un sinfín de desesperación. Ella quiere que quienes la rodean sean felices y para esto, ella acumula todo lo malo.

Midori es como una urna que poco a poco se va llenando de negatividad. Ella sufrió durante años, en silencio la muerte de su novio y la carga por asesinar a una mujer. He incluso llegó a pensar en el suicidio en más de una ocasión

Por suerte, llorar logró vaciar un poco esta urna.

Con el paso del tiempo, el cariño por su hija le ha devuelto las ganas de vivir. Quizás, la ayuda del mago la incentivo a dar el último paso que le faltaba para vivir una vida feliz junto a su hija. Después de todo, ella no tiene por qué cargar con los pecados de su madre.

El pecado de su madre... ella, hace seis años, asesino a una mujer frente a su hijo, con la intención de salvar a la sacerdotisa del pueblo, Tanaka Sachi. No solo eso, sino que aprendió más sobre todo lo ocurrido desde antes de aquel momento hasta ahora.

—Ya veo... así que esa es la historia de este lugar...

Desde hace cinco siglos, en un pequeño pueblo de pocos habitantes, un dios y varias generaciones de sacerdotisas han sido adorados. Quienes les rendían culto tenían una fe inquebrantable...

—Hasta que repentinamente el amor que todos tenían por ellos se convirtió en odio y esto termino en tragedia, el dios asesino a todos quienes no le eran fieles —el aprendiz de mago piensa en voz alta mientras camina sin un rumbo fijo a través de la desierta calle—. ¿Pero cuál fue la causa de que el amor hacia los Tanaka se convirtiese en odio? Estoy seguro de que Midori debería saberlo, pero aun así no me dejó ver esos recuerdos... ¡demonios!

Rebuscando entre los recuerdos de Midori, halla algo interesante. Se encuentra con la imagen de una familia, ellos, tras expulsar a los Tanaka de su templo, comenzaron a administrar el pueblo en su lugar.

Se apellidaban, Fujioka. Todos ellos, sin excepción, llevaban crucifijos. Si, crucifijos en Japón, en un pequeño pueblo apartado de todo lo demás. Es demasiado sospechoso... sobre todo, cuando el aprendiz de mago no puede encontrar nada en los recuerdos de Midori sobre que alguna vez llegasen creyentes cristianos a este remoto lugar.

No solo esta fue la información que ella se negó a revelar; ella mencionó que muchos turistas de otros pueblos que por alguna razón venían a conocer este. ¿Qué sucedió luego con todos ellos?

El aprendiz de mago debe buscar más información, no sabe cuántas cosas le fueron ocultadas, pero si a quién le preguntará... el niño de los Fujioka, Saburo Fujioka.

El aprendiz de mago avanza con tranquilidad, envuelto en sus pensamientos, pero sin previo aviso el rastro mágico de su maestro se acrecienta. Ahora sabe a la perfección cual es el camino que debe seguir. Es como si Ariel lo estuviese guiando, no, lo está haciendo.

Apura el paso, pero a diferencia de antes no usa magia, por alguna razón ni el dios ni la sacerdotisa del pueblo lo han detectado y no puede arriesgarse a que así sea ahora. Las antiguas casas japonesas son poco numerosas, lo cual sin duda no es un problema para la población. Gabriel dobla con rapidez en una esquina, siguiendo la calle.

No tarda en toparse con una casa bastante chica, donde desemboca el rastro mágico. Por su apariencia puede saber que ha estado abandonada por años: la mayoría de sus tejas se han caído, la madera esta húmeda y podrida. La puerta no está cerrada, al abrirla casi parece que se va a caer.

Gabriel se adentra en el oscuro interior de la casa. Con la mano a la altura del pecho y la palma hacia arriba, dice las siguientes palabras:

—Lux spiritualis

Una llama azul se manifiesta sobre esta, iluminando el lugar con un tono azul. Este fuego es incapaz de quemar a su dueño o a cualquier otro que lo toque.

El interior es húmedo, con los pisos llenos de polvo y las paredes de telarañas. El rastro mágico de Ariel, como si estuviese guiando al aprendiz de mago, no se pierde dentro del lugar. Si lo siguiera a través de sus sentidos físicos y no espirituales, Gabriel ya hubiese perdido la pista, después de todo el olor a humedad en este lugar sería capaz de hacer desmayar a cualquiera.

No tarda en encontrar una trampilla de hierro en el suelo, allí termina el rastro. Se encuentra firmemente cerrada por un candado. Se arrodilla y acerca su mano derecha al candado.

—Aperta padlock.

Tras decir estas palabras, este se abre y logra levantar la trampilla. Acto seguido Gabriel desciende a través de unas largas escaleras de piedra.

Lo que Gabriel se encuentra allí abajo es un largo pasillo con solidas paredes. A cada lado, puede verse un buen número de celdas. El ambiente aquí dentro no es para nada húmedo.

Avanza con tranquilidad, antorchas en las paredes mantienen el lugar iluminado, por lo que el mago cierra la palma y la llama sobre esta se apaga.

Dentro de la primera de las celdas del pasillo, a su izquierda, puede ver a una joven chica, quien se encuentra sola, rodeada con estantes llenos de libros. A diferencia de lo que podría esperarse de un prisionero, lleva un precioso y abrigado kimono, mientras que lee con tranquilidad un libro. Está sentada sobre una preciosa alfombra con diseños florales y se mantiene frente a la luz de su lampara de papel.

A pesar de todo está demasiado delgada, pueden verse cuencas en sus mejillas y su piel es muy pálida.

Al ver a Gabriel, su expresión cambia a una de sorpresa, pero al instante pasa a ser de desprecio. De la misma manera dice:

—¿Un hechicero...? Queremos muertes rápidas, prefiero eso antes que desfallecer de pura inanición, la sacerdotisa es cada día más dura con nosotras. Puede que seamos pecadores, pero nos merecemos, como mínimo, una muerte decente...

Primero parece haber un dejo de ironía en sus palabras. Pero al final, ella parece tomarse lo que acaba de decir más enserio. Parece que esa sacerdotisa en verdad planea matarlos de hambre.

—Por suerte o por desgracia, no estoy aquí para acabar con sus vidas —responde Gabriel con una sonrisa irónica—. Y no soy un hechicero, sino un mago.

—¿Entonces vienes a reírte de nosotros?

—Tampoco es mi intención, estoy buscando a alguien. Si lo encuentro, de seguro todo termine bien para ustedes.

—Eres cruel al darnos esperanzas, "mago". ¡No te burles de nosotros!

Enfurecida, la chica ignora a Gabriel por completo y vuelve a la lectura de su libro. Casi al instante demuestra una expresión serena, como si nada hubiese ocurrido.

El mago tan solo se detiene un momento, ya que no es hacia ella donde lo lleva el rastro de su maestro. Antes de continuar se vuele a adentrar en sus pensamientos.

"Midori mencionó a un extranjero y esta chica a un hechicero... estoy seguro de que son la misma persona, además de la pieza faltante entre los recuerdos que conseguí. Pero... ¿él era acaso un hechicero de verdad? No puedo sentir restos de magia en el pueblo que no sea la de su dios"

Sin más Gabriel avanza hacia una de las celdas de más al fondo, donde lo guía el rastro mágico de Ariel. En el camino se percata de que todos los que están aquí encerrados son adolescentes de entre quince y dieciocho años. Quien está dentro de la última, donde termina el rastro de su maestro, no es la excepción.

A diferencia de las demás celdas, en la que cada prisionero tiene todas las comodidades que desee —con excepción de la comida—, su lugar está por completo vacío.

El Dios Rechazado (Finalizada)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang