Capítulo 39: 14 de febrero

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A partir de ese viaje, el hecho de extrañarnos se incrementó: nuestras almas continuaban unidas, pero ahora nos habían arrebatado los cuerpos. Y, aunque no nos gustara, éramos una unidad de alma y cuerpo, y las dos mitades de nuestros seres clamaban por tenerse cerca. Se volvía cada vez más desesperante, como si nos faltara el mismísimo oxígeno.

—No puedo esperar para volver a verte –me decía Guada y se me estrujaba el corazón. ¿Cuándo podríamos volver a vernos? ¿Por qué tenía que vivir tan lejos?

—Quiero tomarte de la mano otra vez –le confesé mis deseos más anhelantes. Me miré mis manos, vacías sin las de ella, lo daría todo para volver a sentir su cuerpo junto al mío, su calor, sus sonrisas, su perfume.

—Quiero tomarte del cuerpo y tenerte cerca del mío –me respondió ella.

Nuestras conversaciones nocturnas, poco a poco, comenzaron a limitarse a decirnos cuánto nos extrañábamos. Durante el día habíamos desarrollado la habilidad de aparentar normalidad, pero en la soledad y oscuridad de la noche ya no se podía más, nuestras almas ardían, nos necesitábamos y no podíamos tenernos. Solíamos desvelarnos todas las noches, mucho más que antes.

—No nos dimos cuenta, pero cuando viniste a México pintaste varios lugares con tu hermosa presencia; y ahora ya no son los mismos, ahora les falta algo sustancial. Les faltas tú, a mí me faltas tú.

Las lágrimas no tardaban en aparecer en mi rostro, me sentía atrapado, me invadía la angustia. No me costaba nada cerrar los ojos y recordar miles de detalles de Guada y de mi viaje a México con ella: su risa, el brillo en sus bellos ojos color café, la manera emocionada en la que me hablaba y me explicaba sobre arte, la manera en la que se peinaba su cabello verde, los lunares de su pecho.

—Te extraño tanto –le respondía yo, con las lágrimas invadiéndome silenciosas todo el rostro—, ¿por qué estás tan lejos de mí?

—Debiste llevarme de souvenir –bromeaba ella, aunque solo exhalaba una pequeña risa—. No lo sé –se ponía seria de inmediato—, conozco tantas parejas que están juntas y no se aman, y nosotros que nos amamos tanto no podemos estar juntos, ¿por qué? ¿Qué pasa con el mundo? ¿Acaso es un plan malvado para que me termine todo el aguacate del planeta?

Me sentía tan impotente, llorar, golpear la almohada, nada servía, lo único que calmaría nuestros dolores sería poder tenernos nuevamente en nuestros brazos. Me invadía la culpa por haber hecho que Guada sufriera de este modo, por no ser capaz de ir a visitarla, por no poder brindarnos el contacto físico que necesitábamos.

A veces, cuando jugábamos Magnus, podía pensar que no la extrañaba tanto. Ver a su personaje cerca del mío me generaba cierta falsa ilusión de cercanía corporal. Era la única triste forma que habíamos encontrado para calmarnos un poco, aunque lógicamente no servía del todo, no alcanzaba, nos necesitábamos en carne y hueso.

Pero lo cierto era que había algo bueno en todo esto: nuestro amor, el amor era un milagro. Pocas experiencias en la vida generan este sentimiento. Te llena por dentro. Creo que con lo único con lo que lo puedo comparar, lo que más se le parece, es el arte; pero ni siquiera el arte ha podido recrear algo así de hermoso, así como ella, así como el amor.

Qué suerte teníamos de habernos encontrado en este mundo tan gigante y cruel, qué suerte que teníamos de conocer este sentimiento, de poder apreciarlo y vivirlo con toda nuestra fuerza, de poder aprender de él. Pensar así era lo único que podía tranquilizarme.

***

El color verde de mi mechón de pelo comenzaba a decolorarse, pero no, no iba a permitir que se me fuera aquel recuerdo de Guada. Lo mantuve por varias semanas más, yendo bastante seguido a una peluquería para que el verde nunca se apagara.

El amor en los tiempos del internetWhere stories live. Discover now