Capitulo 2 (Parte 2)

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Adelain estaba sentada en uno de los asientos de la limusina de su familia dirigiéndose hacia la casa de los Jirmelh, leyendo una y otra vez el mensaje que le había mandado su padre de que no vendría a la fiesta. Había surgido algo muy importante en la oficina que tendría que solucionarlo toda la noche. Indignada, bloqueó el móvil y lo guardó en su bolso. Lo dejó en el asiento de al lado y miró por la ventanilla del coche apoyada en la puerta, intentando distraerse con el paisaje nocturno de la ciudad.

Sobre las nueve de la noche, la limusina de Adelain entraba en el recinto privado de los Jirmelh. Cuando el coche frenó en frente de la entrada de la enorme mansión, el chofer bajó rápidamente para cruzar al otro lado y poder abrirle la puerta a la joven dama.

-Gracias Henry.

-No hay de que señorita -dijo su chofer inclinando la cabeza y ayudándola a bajar con cuidado de no tropezarse con el vestido.

La joven estaba preciosa. Aquel vestido negro de encaje ajustado a su cintura que acababa con una cascada de flores en la falda y brillo por todos lados del vestido la hacía destacar. El vestido solo dejaba a la vista sus brazos desnudos y parte de su espalda, pero tampoco escondía la hermosa figura curvilínea y bien proporcionada que cubría aquella tela tan fina. Simplemente era elegante y bello. En cuanto a lo demás, su cabello estaba recogido en un hermoso moño por debajo de su oreja derecha. Su maquillaje era sencillo pero elegante. Aquella noche había elegido como joyería unos pendientes de diamantes con forma de lágrima y una pulsera del mismo material, acompañada de un pequeño bolso negro de mano donde sólo se podía meter lo mínimo.

Adelain echó la vista hacia arriba viendo la estrafalaria mansión de los Jirmelh. Realmente eran unos fanfarrones y unos egocéntricos en gastarse un montón de dinero solo para presumir ante los demás. Pero la joven no tenía opción. Su plan debía salir a la perfección. Antes de entrar a la mansión, donde unos porteros aguardaban la entrada y pasando lista a los invitados que querían entrar, se giró hacia Henry.

-No hace falta que esta noche estés conmigo. Puedes ir a casa tranquilo- dijo Adelain firmemente.

El chofer dudó, no quería dejar sola en aquella fiesta a su señorita.

-Pero, señorita Schazwer…

-Estaré bien, Elizabeth estará conmigo. Además, tu mujer está embarazada de ocho meses y medio, es a ella a la que deberías de cuidar y vigilar – razonó Adelain con él.

Sabiendo que saldría perdiendo de aquella conversación, se rindió.

-Muchas gracias señorita. Por cualquier cosa…por favor, llámeme.

Volvió a meterse en la limusina y salió del recinto, rodeando la rotonda con la gran fuente de la diosa griega Afrodita en medio. Mientras tanto, Adelain miraba como partía a lo lejos. Sabía que Henry se sentía muy incómodo en estas fiestas estrafalarias de ricos y prefería mil veces que estuviera con su familia que con ella. Además,…nadie la podría ayudar.

Se giró sobre sí misma y lanzó un suspiro de resignación. Aunque no tuviera a su padre en este momento a su lado, ella podría valerse por sí misma. Era el momento de demostrar quién era Adelain Schazwer, sin que la trataran como la sombra de su padre.

Una vez que confirmaron su asistencia, contuvo el aliento y empezó a andar cuando le abrieron la puerta de la entrada.

Si el exterior era horroroso, dentro era como retroceder en el tiempo y volver al siglo XVIII. La decoración estaba ambientada al estilo barroco, con enormes lámparas de araña de oro colgadas en el techo por todos lados. Las paredes blancas proporcionaban más luminosidad a la estancia, como si fuera de día. En una esquina estaba la pequeña orquesta de violonchelistas y violines dando ambiente a la fiesta con su música clásica y entre los invitados pasaban camareros ofreciendo aperitivos a aquellas personas que veían la bandeja de plata con ansias de tomar un bocado, sin olvidar que también rondaban las copas de vino y champán.

EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora