XXVIII

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Al abrir la puerta de su casa, vio a sus papás en la sala, sonriendo ampliamente.

—¡¿Ya son amigos?! —sonrió.

Charlize y la abrazó, besándola suavemente en la frente.

—Te extrañé mucho, hija.

—¿Papá se quedó aquí?

—No, fui a mí casa —le dijo abrazándola, antes de darle un beso en la cabeza.

—Oh, bueno... —murmuró.

—¿Oh bueno? —le inquirió su madre con una ceja arqueada.

—Pensé que ustedes harían las pases.

—Pues sí, las hicimos ¿Verdad, Sebastien?

—Sí.

—Sí, pero yo...

—¿Qué, cariño?

—Queríaunhermanito —sonrió traviesa, hablando rápido.

—¿Qué? —rio Charlize, sin entenderle.

Sebastien rodó los ojos y sonrió, antes de tomarla en brazos, como si de una niña pequeña se tratara.

—¿Desayunaste ya con tu abuela?

—Sí.

—Bien entonces.

—¿Podemos jugar un juego de mesa, pa?

—Claro, ve a buscarlo —sonrió bajándola.

Giselle se fue contenta a su habitación, y Sebastien ayudó a Charlize a correr el sillón, para que pudieran sentarse los tres en la alfombra.

—¿Tú entendiste que dijo?

—No, seguro alguna travesura.

***

Le acarició suavemente el cabello a la niña, hasta que Giselle se quedó completamente dormida. Ambos estaban acostados en la cama con su hija, uno en cada lado, a pedido de ella.

Tal vez con ocho años, era un pedido absurdo aquel, pero ahora que tenía a sus dos papás, Giselle quería hacer todo aquello con lo que siempre había soñado.

—Duerme como tú —sonrió Charlize.

—¿Cómo yo?

—Con la boca abierta, y los brazos sobre la cabeza. Ahora porque recién se duerme, pero en un rato, va a cambiar de posición —rio bajo.

—Cuéntame de ella, cuando aprendió a caminar, a hablar, si gateó, todo.

Charlize se acomodó en la cama, y miró hacia arriba, tomando una de las manos de su hija.

—Comenzó a decir sus primera palabras a los diez meses, decía mama, mam, o mm, que es cuando quería comer —sonrió divertida—. Era muy linda, porque empezaba con su mm, mm, y no paraba más hasta que no le diera algo, aunque fuera sólo una galleta. No gateó, porque no quiso, pero dio sus primeros pasos cerca de los dos años. Eso fue culpa mía y de mi mamá, que siempre la teníamos en brazos. Se sentaba en el suelo, y se arrastraba de trasero cuando quería llegar a algún lugar.

Sebastien sonrió suavemente, y miró a su hija, acariciándole el cabello. Tantos momentos importantes se había perdido de su vida.

—La primera vez que me preguntó de ti, tenía cuatro años. En el instituto de nivel infantil donde iba, mientras yo trabajaba, habían hablado de la familia, y entonces nombraron a los papás. Cuando fui a buscarla, me preguntó quién era su papá, y dónde estaba.

—¿Y qué le dijiste?

—Que su papá se llamaba Sebastien, y vivía muy lejos. Yo... Aún estaba muy resentida contigo, pero mi madre insistió en que le mostráramos una foto tuya, porque ella no dejaba de preguntar por ti. Y así fue, le enseñé una foto tuya, y desde entonces, la lleva siempre con ella.

—¿Qué foto le mostraste de mí?  —le preguntó curioso.

—Una dónde estás acostado, mirándome, obviamente yo no salgo, pero... Tú mirada lo dice todo.

—Ah, ya veo ¿La mirada de estúpido enamorado?

—Sí, esa misma —sonrió rodando los ojos, diciéndolo en un tono bajo—. Y la segunda vez que preguntó por ti, fue ahora. No sé porqué, pero un día simplemente fue a la sala, entró y me dijo, quiero conocer a mi papá. Ella es muy terca, es insistente, cuando se le mete algo en la cabeza, nadie se lo puede sacar. Así que no me quedo más que buscarte. En ese aspecto, se parece mucho a ti.

—No me ha ido muy bien que digamos al insistir —suspiró.

—Mírala entonces, y dime si no fue así.

...

Sin míWhere stories live. Discover now