PARTE I

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    Era una tranquila mañana de Octubre, recuerdo perfectamente el canto de los pájaros sobre los arboles primaverales, la calidez y preciosidad del anaranjado sol, era ideal para una fotografía sin filtros.

Aquel día se celebraba el septuagésimo octavo aniversario de Perito Moreno Nº10, la escuela donde cursaba el último año del secundario. Como ese año nos despedimos para siempre del colegio, por lo tanto mi curso era el protagonista absoluto, en el salón de actos había fotos nuestras, obras de plástica como dibujos y esculturas de papel, etc.

Los profesores, preceptores, mis compañeros y sus familias, estaban realmente contentos con lo que habíamos presentado. Si bien todo transcurrió bastante tranquilo, en ese momento estaba impaciente por mi participación en la olimpiada matemática, un torneo donde competían alumnos de distintas edades y eran evaluados por tres prestigiosos jueces.

El destino había echado sus cartas, la suerte pareció estar de mi lado, por segunda vez consecutiva estuve a punto de ganar la medalla de oro pero fallé. Algo había arruinado ese momento, recuerdo con precisión que no fueron los nervios ya que había estudiado muchas semanas, tampoco fue miedo. Aunque me acuerdo de Juan, un amigo de otro grado, a él si le jugaron una mala pasada.

       —¡Che Bruno! ¿No tenés alguna pastilla de carbón?

       —No —le respondí negando con la cabeza, había hecho reírme por un rato largo.

Las risas desaparecieron cuando sonó el fuerte y aturdidor sonido de la campana, que marcó el comienzo del juego. Como el gol de media cancha de Maradona, todo iba perfecto, me faltaban tres ejercicios de matrices y finalizaba, estuve a punto de resolverlos cuando vi la hoja cuadriculada manchada de sangre.

En ese instante mi reacción fue de espanto, no por ver sangre roja como el vino tinto, sino por quedar afuera del concurso. Me levanté velozmente del pupitre, tape con mi mano derecha mi nariz ya que de ahí provenía la sangre. Camine hasta la mesa del jurado para dar aviso de lo sucedido. Sin embargo, después de escucharme no les importo demasiado mi situación, nunca se me cruzó por la cabeza semejante idiotez.

     —Alumno, si va al baño por cualquier tipo de circunstancia, quedará totalmente eliminado del juego.

Tiré los ojos hacia atrás, estaba muy enojado.

     —¿Y qué hago? Continuo resolviendo cuentas matemáticas mientras me sale una catarata de sangre. No sé dígame alguna solución...

     —No se enoje Lombardi —señaló el juez de unos cincuenta años, se cruzó de brazos y me miro–. Así son las reglas del juego, hay que respetarlas.

¡¡¡A la mierda las reglas del juego!!! Gritaba mi cuerpo, sin decir ni una palabra, con mala gana me dirigí a la puerta y abandoné el salón de clases. Bajé lentamente por las escaleras, tenía que llegar cuanto antes al baño.

Cuando había llegado, lo primero que hice fue abrir la canilla del baño y poner la cara debajo del agua. La sensación de frescura no pudo cesar la salida de sangre.

     —Bruno... —escuché detrás mío, era la voz de alguien que yo conocía. Camino hasta acercarse—. Disculpa que el jurado haya reaccionado de esa manera pero sabes que el año pasado ocurrió algo similar con un alumno y no quieren que vuelva a suceder.

     —¿Qué? —fue mi reacción, no tenía ganas de ponerme a discutir, menos en ese momento, que además me dolía la cabeza. Solo le recordé que lo sucedido el año pasado con el chico de quinto fue un tremendo error, pero ella continuó sin reconocerlo.

Irene era la profesora de Biología, era una joven que pisaba los treinta años pero se comportaba como una adolescente de dieciocho. Siempre le tuvimos respeto y admiración, no por ser una profesional en su labor sino por la amistad que entabla con cada persona que dialoga, para mí era considerada una amiga.

En ella se podía confiar ciegamente, cualquiera ponía las manos en el fuego si era necesario. Aunque en sus avellanos ojos vi otras intenciones, no fueron con fines malos sino que provinieron del lado del amor.

     —Y perdón por lo que paso el sábado a la noche —volvió a disculparse.

La verdad que lo sucedido el sábado por la noche en el boliche no tuvo importancia para mí, ya que muchas amigos confunden la amistad con amor. Irene por más hermosa que era, no daba, no era el tipo de mujeres que me gustaban.

Esa noche supuse que quiso aprovecharse de mi ebriedad e intentó llevarme a la cama, a pesar de eso, apareció Benicio, mi mejor amigo y me libero de aquella vergonzosa situación. Ella se moría de vergüenza, estaban presentes todos sus alumnos, como modo de disculpas me regalo un vaso lleno de Champagne, mi bebida favorita.

     —Ya fue, olvídalo —contesté con una voz entre cortada, mi cuerpo daba miles de vueltas, parecía que me había bajado de una montaña rusa. Antes que me abandonarán mis sentidos, alcance a decirle:–. No me siento bien... Llame una ambulancia...

Luego de decir eso, había caído tendido al piso. Irene no tuvo tiempo de alcanzarme y mi cabeza golpeó brutalmente contra el solitario y frío suelo. Pude percibir que había un gran humedal alrededor mío, no necesariamente agua sino sangre.

Escuché que mi profesora tenía un amigo suyo que trabajaba en un hospital público de la ciudad, que lo había llamado y venían por mí.

Lo que vino más tarde fue muy confuso, solo me acuerdo muchas personas gritando, entre ellos los paramédicos pidiendo que se alejarán de mí, ¿pero porque? ¿Era algo altamente contagioso lo que poseía mi cuerpo? La verdad que no tenía ni idea. También oí los gritos de desesperación y preocupación de mi madre. Y recuerdo que uno de los médicos me pinchó el brazo y me llevo a un plácido y precioso sueño...

                                                                                    ***

Estuve varias horas dormido, no supe nunca con exactitud cuánto pero deseaba levantarme de la cama donde estaba postrado. Los ojos estaban cerrados como culo de monja, las manos estaban inmóviles. Cada vez que quise levantar un dedo y llamar al médico para decirle que estaba bien no podía, estaba quieto, ESTABA EN COMA.

No tuve idea como llegué hasta allí, hasta que mi cerebro llegó a la conclusión de que estaba aislado, debido a que ningún familiar fue a visitarme, además no escuché las voces de los enfermeros. Creí que mi cuerpo poseía algo grave, pero nunca imagine ese virus letal que asesino a miles de personas años anteriores y lo siguió haciendo.

Estaba enojado con mi cuerpo por no poder moverse pero si escuchar. Había escuchado el portazo que hicieron en el exterior. Seguramente se trataba de un enfermero ya que ingresó y desconectó varios cables de mi abdomen. Después encendió un televisor.

No era justo lo que había pasado, no a mí. Lo que escuché a través del televisor me fue difícil de asumir, más cuando se trata de uno mismo, en que el protagonista de esa horrible noticia es uno mismo.

La cálida y suave voz de una mujer afirmaba lo siguiente:

"...Seguimos en las afueras de la Hospital Santa Isabel, acá en La Plata, esperando el parte médico de Bruno Lombardi... El joven que se encuentra en terapia intensiva desde hace tres días. Estamos con la mamá de él que hasta el momento no ha podido visitarlo debido al virus que contiene... Recordemos que es el primer caso de ÉBOLA en Argentina... Nos acaban de avisar que hoy a la tarde el Presidente de la Nación lo visitará, acompañado de especialistas determinarán si lo trasladan a Estados Unidos, para un mejor cuidado y tratamiento, y poder así salvar la vida del joven..."

Homicidio CulposoWhere stories live. Discover now