La familia Amano

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Había sangre, mucha, sabía lo que era la sangre pero nunca la había visto tan de cerca y ciertamente no era la mejor manera de conocerla; siempre pensó que la vería en el doctor o en un hospital, vaya, tal vez nunca se había planteado en dónde conocería la sangre, tampoco era parecida a la de las caricaturas o programas que sus padres le prohibían ver.

A la fecha estaba seguro que incluso a un adulto regular el espectáculo le resultaría demasiado grotesco, nadie sería capaz de soportarlo. Aún así recordaba a la perfección estar petrificado mirando la escena. Estaba aferrado a los brazos de su hermano mayor, pero sin demostrar ninguna emoción, era incapaz de llorar o gritar, sentirse asustado había pasado a segundo término, lo único que importaba era seguir a lado de su hermano.

Sólo contaban con siete y cinco años. ¿Qué podían hacer ellos para ayudar a sus padres mientras eran brutalmente asesinados frente a sus ojos? Yutaka se había repetido la misma cantaleta durante años, no había nada que pudiera hacer frente a los tres matones que habían entrado sin permiso a su casa durante la noche. Nada podría haber hecho más que observar como los cuatro: sus padres, su hermano y él; eran arrastrados a la sala a base de gritos y burlas. No podía haber metido las manos cuando un cuchillo había atravesado de lado a lado la garganta de su padre, se había defendido, lo había intentado pero con su madre amenazada había sido prácticamente imposible hacer algo. No lloró mientras su padre era asesinado, quería demostrarle a su madre que era fuerte, pero una lagrima rodó por sus ojos cuando el mismo cuchillo apuñaló a su madre no una, ni dos veces; había contado catorce, entre gritos y risas.

Yutaka sintió una gran tensión en sus brazos, sin darse cuenta tenía los puños cerrados al punto de estar temblando, probablemente seguirían ellos y a sus cinco años no estaba muy seguro si estaba preparado para morir. Sin embargo, su cuerpo se relajó un poco al escuchar que no le harían daño a los niños, es decir, ellos. A pesar de que no corrían algún peligro inminente, ninguno de los dos soltó el abrazo del otro, como un conocimiento intrínseco de que si estaban juntos, nada podría ir peor.

—Creo que la próxima vez no se atrasarán en los pagos —dijo uno de los hombres asesinos riendo, mientras los otros dos se carcajeaban a su lado.

Uno de ellos se atrevió a patear el cuerpo inerte de su padre, dejándolo en una posición antinatural. Sintió que pudo haber gritado en ese momento de terror, pero su hermano mayor atinó a abrazarlo más fuerte, haciendo que permaneciera en calma, se atrevió a verlo, su hermano tampoco estaba asustado, al contrario, en su cara se dibuja una furia que Yutaka estaba seguro, jamás le había visto.

Escuchó la puerta principal abrirse, había abandonado toda posibilidad de que fuera la policía, lo que había pasado, sabía bien que no tendría solución. Alguna vez había escuchado hablar a su padre de aquello, acerca de sufrir algún ataque, y como nadie vendría en su auxilio. Por eso era tan importante para él y para su hermano, entrenar y hacerse fuertes.

Yutaka vio a un cuarto hombre entrar en la sala, a diferencia de los otros tres, no tenía cubierto el rostro, pero deseó que así fuera, pues la mueca que adornaba su rostro era demasiado siniestra para su mente tan joven. Pensó que era casi elegante la forma en la que caminaba entre los cadáveres de sus padres, en medio de tanta sangre, aquel hombre se desenvolvía a la perfección sin que le pareciera un problema manchar sus zapatos. Finalmente aquel hombre de cabellera rubia y expresión solemne, lo miró a él y a su hermano.

—Siempre que alguien se rehúsa a escuchar las advertencias, lo acaba pagando muy caro —siseó, los miró tratando de explicarles. Casi en un tono comprensivo que a Yutaka le provocó náuseas—. Es un castigo por portarse mal y sus padres tenían que pagarlo. La buena noticia es que, ustedes no hicieron nada malo —sonrió en medio de la oscuridad. Nadie se había molestado en prender las luces, todo había sido iluminado por las luces de la calle, de los autos que pasaban, los cuales proyectaban sombras siniestras sobre la sala—. Así que ustedes no tienen que ser castigados, pero, —Yutaka tembló— uno de ustedes me tiene que pagar lo que sus padres me deben —dijo sin dejar de verlos—. Tienen cinco minutos para decidir quien se va conmigo —su voz cambió, ya no era comprensiva, era seria e incluso cruel. Les dio la espalda y esperó con la misma elegancia con la que había entrado.

The True Murderous Intent [The Gazette]Where stories live. Discover now