4 - Eterna Pesadilla

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Publicada aquí en 2016.

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Aviso:

Eterna pesadilla es una obra atípica de por sí, no intentéis buscarle la lógica a todo pues habrá momentos en que no la tenga.

Importante: el protagonista es un niño, debemos tener en cuenta las diferencias madurativas con respecto a un adulto ya que, por supuesto, tendrá miedo a distintas cosas y sus reacciones serán también diferentes.

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«Buenas noches», dijo Clara mientras arropaba a su hijo. Le dio un beso en la frente y terminó de colocar la frazada antes de darse la vuelta y encaminar hacia el corredor.

«Buenas noches», respondió Juan. En ese momento, la mujer apagó la luz y abandonó la estancia. El niño se quedó tumbado calmadamente, admirando el brillo de los planetas y estrellas que adornaban su techo en la oscuridad.

Una tenue luz se colaba por la pequeña abertura de la puerta, entornada en aquellos momentos. Era suficiente para que el chiquillo no se pusiera nervioso en la oscuridad, y a su madre realmente no le molestaba dejarla prendida el poco rato que tardaba en dormirse. Después, la apagaba y él seguía dormido plácidamente. Por la mañana, con cualquier luz que se colase en el dormitorio, despertaba inmediatamente.

Juan observaba las figuras del techo hasta que los ojos se le cerraban solos, siempre recostado boca arriba. Normalmente descansaba mucho y se movía poco durante la noche, por lo que se levantaba rebosante de energía. Acostumbraba a soñar y recordar lo que soñaba, fuese lo que fuese, incluso cuando eran pesadillas. Éstas últimas le resultaban tan realistas que se despertaba atemorizado y, en varias ocasiones, no había podido diferenciar correctamente un mal sueño de la realidad.

Era un niño como cualquier otro, enérgico, risueño, activo y feliz.

Le fascinaba todo lo relacionado al espacio y tenía un telescopio en su habitación, regalo de los últimos reyes. Vivía emocionado pensando en que de mayor aquellos planetas, las constelaciones y todo lo que le quedaba por descubrir serían su vida y podría dedicarse a ello libremente.

Tenía miedo a las arañas, a los monstruos bajo la cama y a montar en tren. No le gustaba la soledad, se sentía triste al estar solo. Era, como solía decir cuando le repetían cuán inteligente era, simplemente un niño más. Simplemente, Juan.

Aquella noche, Juan se encontraba sumido en un sueño profundo, como habitualmente sucedía. No acostumbraba a despertar mientras soñaba y siempre, absolutamente siempre, recordaba lo que había visualizado en sueños. Parecía como si hubiera un mecanismo en su cerebro que supiese cuándo debía marcar el final, por lo que siempre eran historias terminadas. Al día siguiente, contaba a sus familiares y amigos su aventura nocturna y, en ocasiones, las utilizaba para realizar las redacciones en la escuela.

Hacía frío aquella noche, pues no en vano era ya mediados de noviembre. Juan, en la cama, se acomodó inconscientemente haciendo que la ropa de cama que lo cubría le rozase la barbilla. Se sintió bien, protegido por la calidez de la sábana polar, y soltó un suspiro mientras seguía durmiendo tranquilamente. Su madre hacía escasos minutos que había apagado la luz del pasillo y ya se hallaba acostada, leyendo bajo la luz que le regalaba la lámpara de su mesita y con la puerta cerrada.

La oscuridad en el resto de la vivienda era absoluta, pues todas las persianas se encontraban cerradas por completo. Era una noche apacible, sin viento fuerte, lluvia o tormenta. No molestaban los perros del vecino ladrando a deshoras, ni los del cuarto piso arrastrando los muebles por la noche. Casi no circulaban coches y se notaba que faltaba ese ruido tan típico al que todo el mundo se acaba acostumbrando en algún momento. El silencio había dominado la noche y resultaba tan relajante que Clara decidió abandonar la lectura y dormir, esperando descansar como hacía mucho tiempo no lo hacía.

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