6 - Desvaído

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Publicada aquí en 2016.

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Nada tenía sentido.

Era incapaz de creer lo contrario, menos todavía con el molesto pitido de fondo, entorpeciendo sus pensamientos como si éstos no tuvieran importancia ninguna.

Hacía meses que todo había dejado de llamarle la atención, cientos de días sin sentido en su vida, miles de horas inservibles y desperdiciadas. Odiaba lo que era su vida, no podía negarlo y lo sabía cualquiera de sus conocidos, quienes callaban ante la situación. En realidad, lo que odiaba era la vida en sí misma, no la suya concretamente o lo que le había tocado vivir, sino todo, en general.

Tumbada sobre las blancas sábanas, poco suaves a decir verdad, dejó a su mente viajar a un pasado no muy lejano. Un pasado en el que, de un día para otro, la luz ya no era tan luminosa, el calor no era tal y el frío era ciertamente molesto. Un pasado en el que los colores no eran intensos como siempre habían sido, sino desgastados a sus ojos. Un pasado en que los sentimientos habían dejado de funcionar en ella y nada a su alrededor le transmitía algo o despertaba reacciones en su ser. Sólo un pensamiento seguía latente en su mente: nada tenía sentido.

Su mundo de color de rosa ahora era gris, su perfecta vida era de todo menos ideal, y ella dejaba que desear en todos los sentidos, cuando antes siempre se había considerado buena para un sinfín de cosas. ¿Qué había pasado? Nada, esa era la respuesta. No había motivo alguno para que todo su mundo se desmoronase, y eso era extraño sin duda pero no podía darle importancia a ese detalle; no era capaz.

Había dejado de valorar o sopesar las cosas, había asumido que los tonos grises sustituían la escala de colores completa, que el aspecto desvaído de todo a su alrededor era lo que la rodearía de por vida, y no le había importado ni un ápice.

Sólo quería olvidar que alguna vez hubo brillo, color y sonidos en su mundo, porque le molestaba seguir albergando el recuerdo en un rincón asignado en su destruida mente.

En aquellos momentos percibía el frío contacto de la tela bajo su cuerpo, mientras el continuo pip-pip-pip que llenaba el cuarto la descentraba.

«Frío. Únicamente frío», pensó.

¿Cuándo saldría de aquel lugar? No quería estar allí, pero le habían dejado claro que iba a quedarse hasta que estuviese bien. Tampoco se oponía, simplemente le daba igual. Un lugar u otro no importaba, sería la misma mierda fuese donde fuese que se hallase. Sus desaparecidos sentimientos iban a seguir quién sabe dónde o por cuánto tiempo.

«Quién los necesita, de todos modos», discurrió mientras la puerta de la estancia se abría y el intruso de finos labios convertidos en una línea la observaba. Supo que le decía algo, aunque desconocía qué, pues, a decir verdad, lo estaba ignorando involuntariamente. No lo oía, su voz no le llegaba.

«Adiós, oída. Adiós, sentidos; olvidé despedirme de vosotros», se dijo. Parecía ir eliminando aspectos necesarios paulatinamente, como si nada. Y ahora, no había sonido alguno a su alrededor, ni siquiera aquél tan molesto proveniente de las máquinas a las que estaba conectada. «¡Gracias!», exclamó cuando se sintió relajada sin aquella molestia taladrando sus tímpanos.

Entonces, tras mucho tiempo, sintió algo. Quizá alivio, no podía estar segura. Sólo sabía que, mecida por el silencio que la acompañaba, se había relajado lo indecible y que, por primera vez, el color cenizo no era tan así sino que ciertos tonos coloridos parecían asomar tras él, dándole un aire nuevo. Desvaído, gris, pero menos triste. Eso se dijo a sí misma mientras parpadeaba y, en lo que debía ser un breve parpadeo que decidió alargar dejando cerrados los ojos, sintió que estaba lista para decir aquello que parecía haberse negado a llegar. Y, al pensar en ello, todo cobró sentido. Sonrió, con una sonrisa sincera, sentida. Respiró profundamente y dejó escapar el aire con un pequeño esfuerzo que le supo a gloria mientras hablaba: «Adiós, finalmente adiós».

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