18장

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William no estaba bien. La joven con la que estaba el pelinegro últimamente lo tenía harto. Mientras que rechinaba los dientes, leía química y escuchaba a Bach. La furia que corría por sus venas provocó que el lápiz de madera que llevaba en la mano derecha se rompiera en dos. Observó el teléfono que tenía a un lado y llamó a Emerson, pero colgó de inmediato. Tenía miedo de ser enjuiciado por sus actos. Miró las máscaras que estaban colgadas en la esquina de la biblioteca y se relajó un poco. Tiró al suelo los restos del lápiz y se echó para atrás, recargándose en la silla. Miró hacia el techo alto con detalles barrocos que sintió un pequeño alivio al estar calmándose por unos segundos. Sabía que, tarde o temprano, su abuela Elizabeth le daría toda la fortuna y tierras que tanto anhelaba. ¡Él era el favorito! Se sonrió y volvió a observar las máscaras que estaban colgadas. Se puso de pie y caminó hacia ellas para observarlas de cerca. Había hecho el meticuloso trabajo de limpiarlas cuidadosamente para no levantar ninguna sospecha. Se olió ambas manos. La fragancia de sandía y fresa que había usado lo traía un poco loco. Mataría si una mujer llevase puesto un perfume como estos, había pensado. Se enjuagó la boca y comenzó a dar vueltas por el vestíbulo. Tenía que pensar en cómo podría separar a la perra de Violet de su querido Emerson. Nadie tenía el derecho a tocarlo o hablarle a excepción de William. Su amor hacia él era tan grande que se sentía humillado y burlado una vez que le quitaban algo que él consideraba su propiedad, y Emerson era una de ellas. De repente, chasqueó los dedos y aplaudió mientras que celebraba en su propio idioma. Una idea, un plan, un pensamiento, había surgido después de todo. Iba a solucionarlo de la mejor manera que él considerase y, para ello, tenía que invertir tiempo, información e inteligencia. Se sentó de golpe en la silla y prendió su portátil. Inmediatamente, abrió su navegador Thor para no ser rastreado en su compra por línea. Iba a pedir enormes cantidades de fuegos artificiales y candados ilegalmente.

A la mañana siguiente, Violet Ramona se despertó incómoda al saber que se había besado con un hombre que a duras penas conocía. Se cubrió la cara con la almohada que tenía a un lado y volvió a pensar en lo que había pasado la noche pasado. Sólo fueron unos besos, Violet, sólo fueron unos besos y un abrazo, nada más, se había dicho mientras que se sentaba en la orilla de la cama y se miraba en el espejo. Se sonrojó cuando recordó la manera en la que se miraron cuando tocaron la puerta. Había sido un buen susto. Mientras que llegaba a la entrada escolar, a lo lejos, se encontró al sueco saliendo de un auto negro mientras que un hombre con guantes blancos y un traje bien planchado y zapatos lustrados le cerraba la puerta del coche. Se detuvo por un momento a contemplar a aquél muchacho de ojos claros. Ambos cruzaron miradas. La tensión que había en la situación era digna de ser enmarcada y ser fotografiada miles de veces. Al final, el joven castaño oscuro le sonrió desde lejos y la saludó. Su incomodidad fue tal, que ella también le devolvió la sonrisa y el saludo. Pero, ¿por qué? Siguió con su camino y unas manos delgadas posaron sobre sus hombros.

— Violet Ramona Cervantes Dávila, ¿cómo está usted el día de hoy? —preguntó Nicole haciendo burla y con acento español—. Veo que cojea y me enteré que tuvo un accidente el día de ayer, ¿es eso verdad? ¿Es cierto que fueron unos tipos con máscaras de animales? —la castaña asintió—. Pero qué enfermo. ¿Todo bien, amiga?

— Ya te dije que sí. Tan sólo tengo irritación en la piel —decía mientras que la miraba y metía las manos a los bolsillos de su abrigo—. Pasó algo ayer en la noche que necesito contarte —y se detuvo—. Necesito seriedad por tu parte, ¿lo tendré? —y Nicole hizo un saludo militar.

— ¿Qué pasó, eh? Ya vi cómo te saludó el sueco de allá. ¿Sabías que su abuela es una de las mujeres más ricas de Suecia? Por eso se viste así, el muchacho. Pero, no sé, se ve como si no tuviera interés por el sexo opuesto. Tan sólo ve cómo camina —y el comentario detuvo de golpe a Violet.

— ¿Qué acabas de decir?

— Que vieras cómo camina.

— No, antes de eso.

— ¿Que parece que no tuviera interés en el sexo opuesto?

— ¡Sí! ¡Ese! —y se detuvo a pensar. ¡Ahora todo tenía sentido para ella!

Se quedó quieta por unos minutos pues recordó las tantas veces que William la miraba con desprecio cuando estaba junto con Emerson. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo. Pero sus pensamientos se esfumaron cuando Nicole le dio unos golpes en el brazo.

— ¿Sí me escuchaste?

— ¿Perdón?

— ¿Me prestaste atención, acaso? ¡¿En qué estabas pensando?! ¡Te repetí la misma pregunta por más de tres veces y ni caso me hiciste!

— Perdón, estaba distraída. ¿Qué fue lo que me preguntaste? —y su amiga la miró molesta.

— Qué si qué me ibas a decir.

— Oh, eso —y titubeó por unos segundos. Ya no estaba segura de contarle o no. En esos momentos, la colonia del sueco la distrajo pues había pasado en frente de ella. Subió las escaleras, se detuvo a mitad de ellas y volteó a ver a la castaña de nuevo.

Por la manera en la que la miraba, se dio cuenta que algo no iba bien. Esa hipocresía que apareció de repente no aparentaba ser de las buenas (¿Cuándo era buena?).

— Nada, olvídalo. No es nada importante.

Y su amiga le reclamó la pérdida de tiempo. Violet le tenía pavor al sueco, pero no sabía por qué. La castaña sabía cuando algo no andaba bien, y lo supo desde pequeña cuando asaltaron a la señora de la tienda y en otras ocasiones en donde la vida de algún ser querido corría peligro. Subió las escaleras junto con Nicole. El peso de la mochila se triplicó por sus pensamientos, los pasos que daba los sentía cansados y sus parpados comenzaron a nublarle la vista. La multitud que caminaba junto con ella comenzó a evadirla pues no se movía. Ocasionalmente, varias mochilas golpeaban sus costados u hombros. Trataba de pensar en algo razonable, en algo que la hiciera sentir satisfecha, en algo que tuviera congruencia, algo que no luciera estúpido una vez que es compartido con otro ser humano, sin embargo, no llegaba a ninguna conclusión.

"Háblame, Musa, de aquél varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria." —se escuchaba la voz masculina y grave de Leonardo, un compañero de clase de Violet. Estaban en clase de literatura y se estaba dando lectura grupal de La Odisea por Homero.

Escucharlo leer le era tan reconfortante que era capaz de imaginarse toda una escena, emocionarse, llorar y reír si la lectura la insinuaba a hacerlo. Por un momento olvidó sus preocupaciones y se dedicó a escuchar aquella suave voz que estaba en el aula. La novela de La Odisea de Homero había sido un total éxito. Recordó cuando en su clase de historia de México, la maestra hacía hincapié en que, cuando las primeras escuelas empezaron a ser construidas y que los primeros libros de texto comenzaron a ser enviados a estudiantes mexicanos, se habían mandado a imprimir bastantes copias de La Odisea y La Iliada de Homero por su hermoso léxico y por ser uno de los clásicos de la literatura. Era una obligación leerlos en aquellos tiempos. También recordó cuando, esa misma maestra dijo que, antes de que se inventara la escritura, se relataban las historias y, la única manera de mantenerlas vivas y que no se olvidaran era memorizarlas al pie de la letra. Se decía que, en los tiempos de San Agustín, el filósofo, se dejó de leer en voz alta y se comenzó a leer para sí mismo, es decir, en la mente. No estaba segura de ello, pero algo vago recordaba de ello. Lo encontró fascinante y se sonrió un poco. 

Más ni aun así pudo librarlos, como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos! Comiéronse las vacas del Sol, hijo de Hipeirón; el cual no permitió que les llegara el día del regreso. ¡Oh diosa hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas.

Y, de repente, tocaron a la puerta del salón de clases. 


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