Capítulo 8

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Elena entró en el baño aturdida y vagamente agradecida. Salió enojada. 

No estaba muy segura de cómo había tenido lugar la transformación;pero en algún momento mientras se lavaba los arañazos del rostro y losbrazos, irritada por la falta de un espejo y el hecho de haberse dejado elmonedero en el descapotable de Tyler, empezó a sentir otra vez. Y lo quesintió fue ira. 

Maldito Stefan Salvatore. Tan frío y controlado incluso mientras lesalvaba la vida. Maldita su educación y su galantería y los malditos murosde su alrededor que parecían más gruesos y altos que nunca. 

Se quitó los pasadores que quedaban en su pelo y los usó paramantener cerrada la parte delantera del vestido. Luego se arreglórápidamente los cabellos, ahora sueltos, con un peine de hueso talladoque encontró junto al lavamanos. Salió del cuarto de baño con la barbillabien alta y los ojos entrecerrados. 

Él no se había vuelto a poner la americana y permanecía de pie junto ala ventana con su suéter blanco y la cabeza inclinada, tenso, aguardando.Sin alzar la cabeza, indicó una pieza de terciopelo oscuro colocada sobre elrespaldo de una silla. 

—Tal vez quieras ponerte esto sobre el vestido. 

Era una capa de cuerpo entero, espléndida y suave, con una capucha.Elena se colocó la pesada tela sobre los hombros. Pero no se sintióaplacada por el obsequio; advirtió que Stefan no se había acercado paranada, ni tampoco la había mirado mientras hablaba. 

Deliberadamente, invadió su territorio, envolviéndose más en la capa ysintiendo, incluso en aquel momento, el modo en que los pliegues caían asu alrededor, arrastrándose por el suelo tras ella. Fue hacia él y efectuó unexamen del pesado tocador de caoba situado junto a la ventana. 

Sobre él descansaban una daga siniestra con empuñadura de marfil yuna hermosa copa de ágata engarzada en plata. También había una esferadorada con una especie de dial incrustado y varias monedas sueltas deoro. 

Tomó una de las monedas, en parte porque eran interesantes y en parteporque sabía que a él le molestaría verla tocar sus cosas. 

—¿Qué es esto? 

Transcurrió un momento antes de que Stefan respondiera.

 —Un florín de oro. Una moneda florentina. 

—¿Y esto qué es? 

—Un reloj alemán en forma de colgante. Es de finales del siglo XV —dijoen tono angustiado, y añadió—: Elena... 

Ella alargó la mano hacia un pequeño cofre de hierro con una tapa conbisagras. 

—¿Qué es esto? ¿Se abre? 

—No. 

Tenía los reflejos de un gato; su mano descendió violentamente sobre elcofre, manteniendo la tapa bajada. 

—Esto es personal —dijo con la tensión muy patente en la voz.

 Elena reparó en que la mano estaba en contacto sólo con la curvadatapa de hierro y no con su propia mano. Alzó los dedos, y él retrocedió almomento. 

De improviso, su enojo fue demasiado grande para contenerlo por mástiempo. 

—Ten cuidado —dijo con ferocidad—. No me toques, que a lo mejorpescas una enfermedad.

Stefan se apartó en dirección a la ventana. 

Y sin embargo, incluso mientras ella se apartaba también, regresando alcentro de la habitación, percibió cómo él observaba su reflejo. Y supo deinmediato qué debía parecerle a él, con los cabellos pálidos derramándosesobre la negrura de la capa y con una mano blanca sujetando el terciopelocerrado a la altura de la garganta: una princesa mancillada dando vueltasen su torre.

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⏰ Last updated: Apr 01, 2020 ⏰

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Despertar, Cronicas VampiricasWhere stories live. Discover now