Capítulo 4

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Para cuando llegó a su taquilla, el aturdimiento se disipaba ya y el nudoen su garganta intentaba disolverse en lágrimas. Pero no lloraría en elinstituto, se dijo, no iba a hacerlo. Tras cerrar la taquilla, se encaminó a lasalida principal. 

Por segundo día consecutivo, regresaba a casa del instituto justo trassonar la última campana, y sola. Tía Judith no podría sobrellevarlo. Perocuando Elena llegó a su casa, el coche de tía Judith no estaba en laentrada; ella y Margaret debían de haber ido al mercado. La casa estabasilenciosa y tranquila cuando Elena abrió la puerta. 

Agradeció la quietud; quería estar sola en aquellos momentos. Pero, porotra parte, no sabía exactamente qué hacer consigo misma. Ahora quefinalmente ya podía llorar, descubrió que las lágrimas no acudían. Soltó lamochila sobre el suelo del vestíbulo delantero y entró despacio en la salade estar. 

Era una habitación hermosa e imponente, la única parte de la casaademás del dormitorio de Elena que pertenecía a la construcción original.La primera casa se había construido antes de 1861 y se había quemadocasi por completo durante la guerra de Secesión. Todo lo que se pudosalvar fue esa habitación, con su elaborada chimenea enmarcada pormolduras en forma de volutas, y el gran dormitorio del piso superior. Elbisabuelo del padre de Elena había construido una nueva casa y los Gilberthabían vivido en ella desde entonces. 

Elena giró para mirar por una de las ventanas que iban desde el suelohasta el techo. El cristal era antiguo y grueso y mostraba ondulaciones, ytodo en el exterior quedaba distorsionado, con un aspecto ligeramentesesgado. Recordó la primera vez que su padre le había mostrado aquelviejo cristal con ondulaciones, cuando ella era más joven aún de lo queMargaret era en la actualidad. 

La sensación de ahogo había regresado a su garganta, pero las lágrimasseguían sin acudir. Todo en su interior era contradictorio. No queríacompañía, y a la vez se sentía dolorosamente sola; realmente queríapensar, pero ahora que lo intentaba, los pensamientos la esquivabancomo ratones huyendo de una lechuza blanca. 

«Una lechuza blanca... ave de presa... devorador de carne... cuervo»,pensó. «El cuervo más grande que he visto nunca», había dicho Matt. 

Los ojos volvieron a escocerle. Pobre Matt. Le había herido, pero él se lohabía tomado muy bien. Incluso había sido amable con Stefan. 

Stefan. Su corazón dio un baquetazo, violento, arrancando a sus ojosdos lágrimas ardientes. Bueno, por fin lloraba. Lloraba de rabia yhumillación y frustración... ¿y qué más? 

¿Qué había perdido en realidad ese día? ¿Qué sentía en realidad poraquel desconocido, aquel Stefan Salvatore? Era un desafío, sí, y eso lehacía ser distinto, interesante. Stefan era exótico..., excitante. 

Resultaba curioso, justo lo que algunos chicos le habían dicho a veces aElena que ella era. Y más tarde se enteraba por ellos, o por sus amigos ohermanas, de lo nerviosos que estaban antes de salir con ella, cómo se lesponían sudorosas las palmas de las manos y sentían el estómago lleno demariposas. A Elena esas historias siempre le habían parecido divertidas.Ningún chico de los que había conocido a lo largo de su vida la habíapuesto nerviosa. 

Pero al hablar con Stefan hoy, su pulso se había acelerado y las rodillashabían estado a punto de doblarse. Había tenido las palmas húmedas. Yno había habido mariposas en su estómago..., había habido murciélagos. 

¿Le interesaba el muchacho porque la ponía nerviosa? No era una buenarazón, se dijo. De hecho, era una muy mala razón. 

Pero estaba también aquella boca. Aquella boca tan perfecta que hacíaque sus rodillas se doblaran con algo que no tenía nada que ver con elnerviosismo. Y aquellos cabellos negros como la noche; sus dedosansiaban entretejerse en su suavidad. Aquel cuerpo ágil de musculaturaplana, aquellas piernas largas... y aquella voz. Fue su voz lo que la habíadecidido el día anterior, haciendo que se sintiera totalmente empeñada entenerle. Su voz había sido serena y desdeñosa al hablar al señor Tanner,pero extrañamente persuasiva a pesar de todo. Se preguntó si podríavolverse misteriosa y oscura también, y cómo sonaría pronunciando sunombre, susurrando su nombre... 

Despertar, Cronicas VampiricasWhere stories live. Discover now