Capítulo 3

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La primera luz del amanecer veteaba la noche de rosa y del verde máspálido. Stefan la observó desde la ventana de su habitación en la casa dehuéspedes. Había alquilado aquella habitación específicamente debido ala trampilla del techo, una trampilla que daba a la plataforma deobservación del tejado situado encima. En aquel momento, la trampillaestaba abierta, y un viento fresco y húmedo descendía por la escalerasituada debajo. Stefan estaba totalmente vestido, pero no porque hubieramadrugado. No se había acostado. 

Acababa de regresar del bosque y llevaba algunos restos de hojashúmedas pegados a un lado de la bota. Los retiró meticulosamente. Loscomentarios de los estudiantes del día anterior no le habían pasado poralto y sabía que se habían fijado en sus ropas. Siempre se había vestidocon lo mejor, no sólo por vanidad, sino porque era lo correcto. Su tutor lohabía dicho a menudo: «Un aristócrata debería vestir como corresponde asu posición. Si no lo hace, muestra desprecio por los demás». 

¿Por qué se dedicaba a pensar en aquellas cosas? Claro, debería habercomprendido que hacer el papel de un estudiante era probable que lerecordara sus propios días como alumno. En aquellos momentos, losrecuerdos le llegaban copiosamente, como si ojeara las páginas de undiario, los ojos capturando una anotación aquí y allí. Una apareciófugazmente ante él: el rostro de su padre cuando Damon había anunciadoque abandonaba la universidad. Jamás olvidaría eso. Jamás había visto asu padre tan enojado...

 —¿Qué quieres decir con que no vas a volver? —Giuseppe era por logeneral un hombre justo, pero tenía mal genio, y su hijo mayor haciaaflorar la violencia que había en él. 

Justo en aquel momento, ese hijo se tocaba ligeramente los labios conun pañuelo de seda color azafrán.

 —Había pensado que incluso tú podrías entender una frase tan simple,padre. ¿Deseas que te la repita en latín? 

—Damon... —empezó Stefan con severidad, consternado ante aquellafalta de respeto.

 Pero su padre le interrumpió.

—¿Me estás diciendo que yo, Giuseppe, Conté di Salvatore, tendré quepresentarme ante mis amigos sabiendo que mi hijo es un scioparto? ¿Unbueno para nada? ¿Un haragán que no aporta ninguna contribución útil aFlorencia? 

Los criados se iban alejando lentamente a medida que Giuseppe seencolerizaba más. 

Damon ni siquiera pestañeó. 

—Aparentemente. Si puedes llamar amigos a esos que te lisonjean conla esperanza de que les prestes dinero.

 —Sporco parassito! —gritó Giuseppe, levantándose de su silla—. ¿No esya bastante malo que cuando estás en la escuela despilfarres tu tiempo ymi dinero? Ah, sí, lo sé todo sobre el juego, las justas y las mujeres. Y séque de no ser por tu secretario y tus tutores suspenderías todos loscursos. Pero ahora tienes la intención de deshonrarme totalmente. ¿Y porqué? ¿Por qué? —Su enorme mano se alzó veloz para agarrar la barbilla deDamon—. ¿Para poder regresar a tus cacerías y tu cetrería? 

Stefan tuvo que hacerle justicia a su hermano; Damon ni siquiera seechó atrás. Se mantuvo firme, casi repantigado en la mano de su padreque lo sujetaba, un aristócrata de pies a cabeza, desde la gorraelegantemente sencilla sobre la oscura cabeza pasando por la caparibeteada de armiño hasta llegar a los suaves zapatos de cuero. Su labiosuperior estaba curvado en un gesto de absoluta arrogancia. 

«Has ido demasiado lejos esta vez —pensó Stefan, observando a los doshombres, que se miraban fijamente a los ojos—. Ni siquiera tú serás capazde salir de ésta usando tus encantos.»

Pero justo entonces sonaron unos pasos suaves en la entrada delestudio. Stefan volvió la cabeza y se quedó encandilado con unos ojos decolor lapislázuli enmarcados por largas pestañas doradas. Era Katherine.Su padre, el barón Von Swartzschild, la había traído desde las frías tierrasde los príncipes alemanes a la campiña italiana, con la esperanza de queesto ayudaría a que se recuperara de una larga enfermedad. Y desde eldía de su llegada, todo había cambiado para Stefan. 

Despertar, Cronicas VampiricasWhere stories live. Discover now