10000 - Akasha

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La tierra es mi cuerpo, 

El agua mi sangre, 

El aire mi aliento, 

El fuego mi espíritu. 

Las casi infinitas escaleras de madera y flores los conducían a una isla enorme que pendía del cielo, envuelta en nubes y aves que planeaban bajo ella, ocultándose en las raíces que sobresalían de la base de tierra. Cada raíz conectaba con un río y el agua fluyendo hacia arriba coloreaba la madera de azul celeste y café. Fueron juntos de la mano hasta que el aire se hizo cada vez más frío. 

Cuando por fin llegaron a la isla flotante las zudras reverenciaron y regresaron por la escalera de madera. También las Kshatriyas abandonaron el lugar, como si supieran que no debían estar ahí. Así quedaron sólo ellos dos, en esa isla de colores luminosos y aire fresco. La música era más conmovedora ahí, el Árbol sabía quiénes eran ellos. 

Caminaron por un sendero iluminado de mariposas amarillas, repleto de pétalos rosas. Ahí eran diferentes, brillaban y se perdían en las nubes blancas. Jeongguk logró atrapar uno entre sus manos, mirándolo como si fuera una nueva especie de bicho. Qué bonito iluminaba. 

— ¿Qué es? — preguntó a JiMin. 

— Los pétalos del árbol, impregnados de Akasha — la cara de confusión de Jeongguk era la misma que al principio —. Es la esencia primordial. Más allá de la tierra, el aire, el agua y el fuego. Es lo que existía antes de nosotros, antes del universo, la chispa. Nos conecta a todos como seres vivos, la enorme red que nos une con las plantas, con los planetas y estrellas. De lo que estamos hechos más allá de los huesos y la carne. La quintaesencia. 

El pétalo voló de las palmas de Jeon con un suave viento que sopló entre ellas, haciéndose polvo que subió hacia más allá del cielo, perdiéndose en las estrellas. Lo observaron un buen rato, pero JiMin tomó la mano de Jeongguk y siguieron su camino hacia el gran árbol, cuyas raíces de luz cían envolvían la isla entera. 

Flores y agua. Eso era lo que rodeaba al Árbol de la Vida. Ahí estaba, frente a ellos, enorme e imponente, con agua clara en sus anillos milenarios, con pétalos cayendo de sus enormes ramas, lianas blancas que bajaban como cascadas desde los incontables brazos. Nubes doradas, como nebulosas que rodeaban el gran tronco, era una pequeña galaxia alrededor del núcleo, alrededor de la fuente de Akasha. 

Entre más avanzaban, más grande se miraba. Se sentían diminutos. Sí, incluso JiMin fue intimidado. Apretaron el agarre de sus manos, sudando. Jeongguk estaba nervioso, ¿cómo no iba a estarlo? Sentía que todo eso lo sobrepasaba, que era demasiado para él. Pero algo en la canción del árbol le daba tranquilidad. Quizá su iridiscencia. El vientre de JiMin cosquilleó cuando se encontraron ya bajo él. 

Un viento con aroma a loto corrió entre las lianas blancas, meciéndolas alrededor de la pareja que esperaba cualquier señal que pudiera dar el árbol. Esperaron y esperaron, hasta que un fuerte crujido que se escuchó hasta Saturno quebró el silencio. La madera antigua del tronco se dividió en dos, creando una pequeña puerta cuyo destino no era otro que una luz blanca. Antes de atravesar se miraron a los ojos, decididos a completar aquello. 

El blanco los absorbió como el agua aquella vez. 

Por un momento sintieron que flotaban en la nada, cegados por la luz. Y aunque seguían tomados de la mano, la sensación de vacío les llenó el estómago. Después de la luz tan intensa todo se volvió una oscuridad impenetrable, acompañada del rugido de mil soles aturdiendo sus mentes. Fue doloroso durante unos segundos, pero luego... Luego volvían a tocar el suelo. 

¿Era realmente el suelo? En el segundo que pudieron ver de nuevo, todo a su alrededor eran... estrellas. Estrellas brillantes que danzaban alrededor de ellos en el interior del árbol. Estaban desnudos entre constelaciones. Dieron vueltas sin dejar de admirar. Tanta belleza atravesándolos. 

COGITARE || KookMin (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora