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FBI en verdad temía ahora que lo había visto. Se encontraba en la morgue, había citado a los latinos y a España para que pudieran reconocer al cuerpo que se creía era del mexicano. Los que tenían estómago débil tuvieron que salir a vomitar, otros se cubrían la boca con ambas manos, otros lloraban y muy pocos habían quedado en estado de shock. España era uno de ellos.

Lo encontraron ayer en la noche. Queríamos que lo identificarán primero —el cadáver estaba irreconocible, completamente quemado y con múltiples heridas por todo su cuerpo.

No es mi hijo.

—Ese no es México, causa.

Perú y España fueron los primeros en reconocerlo. Sabían que el jamás usaría ropas como esas, ni aunque lo obligaran. Que si estaba muerto, no debía estar quemado, el secuestrador no había dejado rastros de que lo había quemado. Además, México era más bajito.

¿No hay alguien más que lo reconozca?

—No puede ser México, parce. México es más bajo.

—Denle la vuelta —España recordó algo a tiempo. Cuando cumplieron sus órdenes, un peso se le cayó de encima—. México tiene tatuado el calendario Maya sobre su espalda. No puede ser él.

Efectivamente, no lo tenía. No había rastro del calendario. No era México. El secuestrador los había vuelto a engañar. FBI, furioso, golpeó una mesa. Ya había pasado varias veces. Siempre que estaban cerca de descubrirlo, la pista era falsa. Era un horri le laberinto del que posiblemente jamás saldrían, o peor aún, México ya no estaría para que lo salvarán.

Se preguntaba una y otra vez, ¿dónde está México? ¿Por qué era tan difícil de encontrar?

(...)

ONU volvió a convocar a los países. La mujer traía una carpeta en mano y su blanco y largo cabello atado a una coleta alta. Sus alas sedosas se veian un poco decaídas. Se paró en medio comenzó a hablar, aún sin acostumbrarse a que la sala estuviera tan solitaria y callada desde que el mexicano desapareció.

Necesito su ayuda —comenzó a hablar—. Ya se cumplieron tres años desde que México desapareció. Me he esforzado mucho por encontrar evidencias, si, yo también he estado trabajando en este caso, y sigo sin encontrar nada. Nada ni nadie ha salido o entrado a México desde hace tres años, la gente comienza a desesperarse.

—What do you want to tell us? (¿Qué está queriendo decirnos?) —habló Inglaterra.

Quiero pedirles que se involucren en el caso. Lo más que puedan. Que me den los reportes con o sin sospechas de alguna base secreta en sus tierras. México no estará desaparecido otro año más.

Todos los países empezaron a discutir entre ellos. ONU tenía razón, no sabían dónde podría estar el amante del picante, pero realmente lo extrañaban y deseaban que estuviera de vuelta pronto. Todos excepto uno, quien mantenía su mejor sonrisa cínica un poco escondida y observaba todo lo que había provocado con orgullo.

Pero hoy necesitamos que Canadá acompañe al FBI. Le haremos unas preguntas —todos guardaron silencio y observaron al canadiense—. Los demás pueden salir a descansar.

Todos se retiraron, pero Canadá fue el único que permaneció allí. Se acercó a la ONU y le sonrió amablemente, como siempre solía hacer.

(...)

Nuevamente, el mexicano estaba en el sótano. Analizaba el hacha de Canadá, suponía que era de él porque era el único que sabía usarla a la perfección y era la única en su clase, especialmente diseñada para personas zurdas, como Canadá.

No, Canadá no puede ser, no sé atrevería —se decía a sí mismo en un leve susurro.

Además, sabía de antemano que la sonrisa de Canadá era amable, tierna... A diferencia de la que tenía su secuestrador. La suya parecía retorcida, dejando ver que estaba al borde de la locura.

Sintió un escalofrío recorrer su espalda y un par de cosquillas. Había otra araña recorriendo su cuerpo. Se quedó completamente quieto, sólo aquellos animales se atreverían a acercarse a su sucio cuerpo.

¿Cómo estaba México? ¿Cómo se sentía después de tanto abuso? Sucio, usado, abusado y manoseado. Sentía que se pudria por dentro. Su cuerpo estaba sucio desde el momento en que aquel monstruo lo tocó. Su piel estaba algo mugrosa y su cabello se veía grasiento. Aquel sujeto apenas y le dejaba bañarse, no sentía que México mereciera gastar agua sólo para asearse. La nueva cicatriz en su ojo derecho no le dejaría olvidar lo sucedido, no le permitiría olvidar ese secuestro. Tenía miedo de estar desnudo, sentía que en cualquier momento volverían los abusos. Pero lo peor de todo no era el trauma, sino que su mente lo traicionaba, lo hacía empatizar con su agresor.

Lo hacía verse débil frente a... Él.

Síndrome de Estocolmo: 50%

(...)

FBI estaba más que seguro. Era Canadá. Tenía que ser él. Dulce, tierno y amable, él sujeto perfecto y la personalidad perfecta. Claramente, las leyes no le permitirían condenar a un país sin antes escuchar su historia.

Acomodó su escritorio y las evidencias en orden. Alguien iba a caer, e iba a caer duro.

En primer lugar, la chica del camión de helados era canadiense, pero había migrado a los Estados Unidos. En segundo lugar, ¿por qué regresaría por su gorro? Además, tenían una grabación donde el chico hablaba por teléfono con alguien. La última pista decía que Canadá había llegado tarde la reunión que se llevó a cabo justo después de la desaparición de México.

FBI, cariño. Ya traje al acusado.

—Dejalo pasar —acomodó su traje y se recargo sobre el respaldo de la silla.

Did you want to see me? (¿Quería verme?)

Por supuesto, Canadá. Toma asiento —el canadiense entró y la ONU cerró la puerta a sus espaldas. Ya lo tenían.

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