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México lloraba. Su mejilla conservaba la marca de un golpe de su secuestrador. Sangre salía de su nariz y sus labios, ya estaba seca. No sabía que había hecho para merecer eso. Las puerta que accedía al sótano fue abierta haciendo que el mexicano se pegara contra la pared.

¿Por qué tanto miedo? —siguió bajando hasta llegar a sentarse en la misma cama que México—. ¿Acaso él valiente México al que conocía se ha acobardado con el paso del tiempo?

—¿Quién putas eres? —intentaba verse valiente.

Aquel hombre puso una de sus manos en la mejilla de México acariciando su suave piel. Sentía como el más pequeño temblaba. Sonrió con malicia.

¿Tienes hambre? —México asintió evitando hacer contacto visual—. Jugaremos un juego. Obedeceme, y comerás aquello que te preparé. Intenta escapar, y juro que esta noche sufrirás la más horrible de las torturas.

México no había comido nada desde que había llegado ahí. No tenía más opciones más que aceptar aquel macabro juego que le proponía su secuestrador. Estiró su pequeño brazo sintiendo como el sujeto estrechaba su mano. El juego comenzó.

(...)

—¿Dices estar con Rusia cuando México desapareció? —FBI interrogaba a Argentina.

—Así es, che. Pero debo decir que antes de encontrarme a Rusia en el bar, Canadá se encontró con México —su semblante era serio, no cabía duda de que estaba preocupado por su hermano—. Chile lo empujó chocó con Canadá, quién se mostró amable con México, como es usual. Nos separamos luego de aquel suceso, yo iba con mi hermano.

—Bien, bien... Uh, dime —acomodó ciertos papeles sobre la mesa para posteriormente abrir una carpeta con una estampilla de la bandera de Estados Unidos—. ¿Sabes dónde se encontraba él cuando todo esto ocurrió? Nadie nos ha mencionado nada sobre él y sabemos que México no se llevaba muy bien con su vecino.

FBI le mostró la carpeta a Argentina. Era un expediente de USA, se encontraba todo su historial y documentos importantes de la potencia.

No, pero si me entero que el pelotudo tiene a mi hermano yo mismo me encargaré de que no despierte nunca más —FBI se extrañó un poco ante el comportamiento sádico del argentino—. Quien debe saber algo es Perú, después de todo le gusta. ¿Qué tienen de bueno las hamburguesas y la comida rápida?

—De acuerdo, hablaré con Perú. Quiero llevar esta charla a algo más personal —profundizó su mirada—. ¿Cómo te has sentido desde el desaparecimiento de tu hermano? Tu comportamiento no es normal.

—Oiga, ¿me cree capaz de secuestrar al pelotudo de mi hermano? ¿Por qué querría hacer eso sí fácilmente puedo pedirle un préstamo? —dijo indignado de que lo acusaran.

Lo siento, no quería que se enfadara. Sabe que sólo hago mi trabajo —suspiró—. ¿Ha notado algún comportamiento extraño en alguno de sus familiares o amigos?

—No. Todos lucen preocupados, che—hubo un silencio incómodo—. Oficial.

—¡¿Tú también?!

—Oiga. Y escucheme bien, vigile muy de cerca al pibe de Canadá. No sé qué esté tramando pero ha actuado muy sospechoso últimamente —dijo casi en un murmuro.

Lo tendré en cuenta. Muchas gracias por tu tiempo, puedes retirarte.

Argentina salió de la sala. FBI junto cuatro expedientes, los dejó sobre la mesa. En el primero podía verse una bandera bicolor, rojo y blanco sin escudo. Perú.

(...)

El hombre quitó los grilletes de las manos del mexicano. Este sobo su muñecas con dolor, tanto tiempo entre esas cadenas.

Quítate la ropa —México abrió los ojos sorprendido.

¿Q-Qué? ¡No!

—No es pregunta, hazlo. Tú mismo fuiste quien accedió a este juego —México no hizo caso. Tampoco era un completo cobarde.

O al menos eso creyó antes de que el otro sacara un revolver que apuntaba directamente a su cabeza. Se quedó estático, pero siguió sin hacer caso omiso por la orden dada.

Vas a quitarte esa ropa y la dejarás en el suelo, sólo vas a usar esto —le entregó una sudadera amarilla bastante grande para el pequeño cuerpo de México.

¿Podrías por lo menos voltearte? —el contrario asintió y evitó mirar el cuerpo del mexicano.

México por su parte había ideado un plan. Se quitó la camiseta dejando su pecho desnudo. Sentía el frío del invierno. Casi inmediatamente se puso la sudadera. Con un rápido movimiento le arrebató el arma a su secuestrador disparandole cerca de la pierna. Tiró el arma y salió corriendo de aquel sótano subiendo con prisas las escaleras. Sentía el miedo helar su sangre y la adrenalina pidiéndole a gritos que escapara de ahí. Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave.

¿Hide and seek? Well, let's play this game (¿Escondidas? Bien, juguemos esto) —escuchaba sus pasos subir las escaleras—. Tienes diez segundos~

México, aterrorizado, corrió hacia la ventana y la abrió. Salió por ella callendo al suelo. Se puso de pie rápidamente y corrió, corrió entre el frondozo bosque que se extendía por kilómetros y kilómetros.

¡Listo o no, aquí voy! —escuchaba la voz del contrario muy lejana.

Se escondió dentro de el tronco hueco de un árbol rezando por qué no lo encontrarán. Las lágrimas salían de sus ojos y su respiración era entrecortada.

Un... —escucho un disparo cerca de él, lo que lo hizo encogerse aún más—. Dos... —otro disparo cada vez más cerca, empezó a temblar—. Tres... —un tercer disparo que lo dejó helado, había sido justo a su lado. El silencio inundó el lugar—. Por ti.

Sintió cómo sujetaba sus caderas y lo arrastraban fuera de su escondite. Gritaba y arañaba las paredes del tronco lastimando sus manos y uñas. Cuando salió pudo apreciar a la silueta de su secuestrador.

Te encontré, pequeño. Hora de pagar tu castigo~

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