Sin embargo, no la tocó. Fue directamente hacia la puerta de la entrada, la cual abrió con violencia, señalando dramáticamente el exterior.

Fue entonces cuando a Auguste se le escapó una carcajada que no pasó inadvertida para mi madre, quien parecía querer unirse al buen humor del gemelo Dumont.

—Fuera. Ya —dijo, muy firme, mi vecino. Tenía un tono de voz autoritario bastante creíble y probablemente nadie en su sano juicio se hubiera atrevido a contradecirle, exceptuando, por supuesto, a mi madre.

—Oh, querido, no vas a echar así a tu suegra.

Esta vez fui yo la que se levantó, roja de la vergüenza y de la rabia que me producía seguir escuchando las tonterías que salían de la boca de mi madre.

Me dirigí hacia la puerta, confiando en que ella me siguiera, sin darme ni siquiera la vuelta.

Sin embargo, cuando estuve a punto de bajar el primer escalón, un silbudo me llamó la atención, deteniendo mi huida.

—Que se vaya ya, señora, nadie la quiere aquí —le dijo Louis Auguste en un tono aburrido a la horrible persona que era mi madre, quien, por supuesto, se había quedado plantada en el sofá.

Bastien, quien me había llamado, se acercó a mí, dejando su portal desprotegido.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—Lo estaba hasta que esa maldita loca volvió a mi vida —respondí, sin atreverme a mirarle. Sentía tanta vergüenza en aquel momento que superaba todas mis ganas de mirar aquellos ojos azules tan intensos.

Él suspiró.

—Sabes que la estaba gritando a ella, ¿verdad? Siento haberte gritado —murmuró.

Fruncí el ceño ligeramente, haciendo un amago por levantar la cabeza. No creería de verdad que estaba enfadada porque hubiera alzado la voz, ¿a que no?

—Lo sé, no tienes que sentir nada —dije, conectando mi mirada con la suya.

Parecía verdaderamente preocupado, como si el hecho de haber oído su tono autoritario fuera a crearme un trauma, cuando lo único y verdaderamente traumático era que mi madre, a quien él no había visto en su vida, estuviera sentada todavía en su sofá como si fuera su propia casa.

—De todas formas, yo jamás te gritaría —aseguró, bajando mucho la voz, hasta el punto en el que hasta a mí, que estaba a su lado, me costó comprender lo que había dicho.

Sonreí ligeramente, sintiendo mis mejillas arder.

—¡Que que sí, que ya me voy! —chilló mi madre desde el interior de la casa, como siempre, llamando la atención.

—¡Pero no me toque, señora! —le reprendió Auguste, realmente afectado.

Esperaba que mi madre no hubiera intentado morderle. Recordaba a la perfección la vez que le clavó los dientes al padre de Paulette, mi única amiga, porque había olvidado ir a recogerla al colegio y mi madre tuvo que acercarla a casa. Las cosas se calentaron y, bueno, creo que aquel hombre tuvo que ir a urgencias ese día.

Mi ardilla era mucho más civilizada que Lorraine Tailler, sin lugar a dudas.

—¡Mamá! —chillé, antes de verla aparecer por la puerta.

Toda digna, se acercó hacia nosotros con la barbilla en alto, como si no la acabaran de echar de aquella casa.

—Adiós, Aggie —me susurró Bastien, haciendo un amago para besarme la mejilla de nuevo, aunque rectificando al instante y dándose la vuelta para desaparecer con ambas manos revolviendo su corto cabello castaño.

Cuando mi vecino cerró la puerta, mi madre ya me había alcanzado.

—¿Dónde está tu maleta? —le pregunté, animándola a empezar a descender las escaleras.

Ella gruñó un poco antes de contestarme, como si intentara ocultarlo.

—En el vestíbulo de tu edificio. Un señor muy simpático de la tercera planta me ha abierto la puerta.

Estaba segura de que estaba sonriendo, por alguna razón, porque a saber la conversación que había mantenido con el hombre que a más prostitutas llamaba en, probablemente, todo París.

—Te he dicho que no quiero que estés en mi casa —le reprendí, bajando el último escalón.

—Solo va a ser esta noche, Marie Agathe. Mañana tengo que defender a mi pareja en el juzgado y...

Me paré en seco, provocando que su cuerpo impactara con el mío, sin esperarse que me detuviera de una forma tan brusca.

—¿Tu qué? —pregunté, totalmente asombrada.

—Estoy saliendo con el padre de Paulette Andrieu.

Cerré los ojos para centrarme en respirar hondo. No podía creer que aquello me estuviera pasando a mí, justo aquel maldito día de desgracias acumuladas que estaba por llevarme a la ruina.

—No quiero que me vuelvas a hablar, mamá —le dije, abriendo la puerta que daba al exterior.

Ella me siguió, como si nada.

—Te lo conté en más de una de las cartas que te envié y te habrías enterado si hubieras mostrado un mínimo interés por mi vida. Eso, y que tu futura hermanastra se ha casado con Graham Gallagher, quien ahora es el director de la Modern Couture.

Estaba a punto de colapsar. Aquello era demasiada información que procesar y yo no estaba dispuesta a inmiscuirme en la vida de nadie, porque no quería acabar peor de lo que estaba ya.

Ella ya no tenía nada que ver conmigo y lo que hiciera con su vida, me daba completamente igual.

—Mamá, así como Paulette me rechazó como su amiga, tú lo hiciste como madre hace cuatro años. No quiero saber nada de ti, ni de ella y no quiero volver a veros en toda mi vida. Puedes quedarte en mi casa esta noche si quieres, pero dormirás en el sofá y nunca, jamás, volverás a entrar aquí. Ya me has hecho suficiente daño, ahora toca dejar de fingir que te importo porque todo lo bueno que he conseguido en mi vida ha sido por haberte dejado a ti. No quiero que te acerques más a mí.

Una lágrima cayó lentamente por mi mejilla, aterrizando en el sucio suelo del bulevar parisino.

Sentí las cámaras apuntarme sin discreción y los flashes intentaron dejarme ciega durante varios segundos, aunque yo no me dejé amedrentar y, como si aquello fuera lo que había estado haciendo toda mi vida, me abrí paso entre los periodistas y conseguí llegar a la puerta de entrada, la cual abrí con mi manojo de llaves, la mayoría de las cuales eran inútiles.

Mi madre me siguió, sin decir absolutamente nada, y subió las escaleras en silencio, siguiendo mis pasos.

Llegamos al quinto piso y yo tan solo me limité a abrir la puerta, dejándola entrar sin siquiera mirarla.

—Espero que mañana ya no estés aquí —le dije, antes de desaparecer por el pasillo.

Mi ardilla roja aplaudió mi vuelta desde su jaula en la terraza trasera cuando encendí la luz de la habitación y probablemente vio cómo me echaba a llorar.

No quería volver a sufrir mi pasado, no ahora que había conseguido todo lo que quería para mi futuro.

Y, de aquella forma, ni siquiera volví a pensar en que mi madre estaba en mi salón, porque ella, para mí, ya había dejado de existir.

* * *

Annyeonghaseyo!

¡Ya somos 50K en litnet! Voy a llorar de la emocioooooooooon 🤩

Y ahora a lo importante... ¡Vuelven los gemelos! Y la madre loca xd Pero bueno, ella parece que va a desaparecer pronto ya. No como ellos. #Relevancia JAJAJAJA

Y ahora, ¡ship del día!

#Nauguste (porque la rivalidad lonhave todo más emocionante 😏)

Annyeong!

Querido jefe NarcisoWhere stories live. Discover now