Capítulo treinta y cinco

22.2K 1.3K 191
                                    

Cuarente-Narciso día 5

Como era de esperar, la entrada volvía a estar llena de periodistas dispuestos a todo para conseguir una exclusiva a mi costa.

Había estado rezando al menos una hora para que todo saliera bien y no estuviera a punto de morir aplastada como el día anterior y, justo antes de salir de casa, había lanzado sal por encima de mi hombro repetidas veces para que me ayudara a sobrellevar aquella porquería.

Me aseguré de que mi camisa blanca y satinada estuviera bien anudada justo por encima del cierre de mis pantalones violetas, los que nunca me había atrevido a sacar a la calle por mucho trabajo que me hubiera llevado confeccionarlos. Nunca había vestido mis prendas porque jamás había tenido la oportunidad, aunque, después de comprobar cómo vestían los Selectos y lo horrible que le parecía mi estilo conservador a Claudine, me había decidido por usar un color tan llamativo y tan... Maldito.

Un periodista me dio un golpe en la cabeza con su micrófono al intentar que su pregunta fuera la primera en ser respondida, aunque lo único que consiguió fue que me ocultara el rostro y la zona dolorida con ambas manos.

—¿Cómo llegó a casa anoche?

Avancé un paso, aunque, desde luego, aquello no era nada con todo lo que me quedaba por recorrer hasta la parada del autobús.

—¿Sigues acostándote con Narcisse ahora que ya has conseguido el trabajo? —preguntó una mujer, apartando al periodista que me había golpeado.

Tomé aire e intenté trazar un plan para huir, aunque, en el último momento, la falta de oxígeno me jugó una mala pasada y lo único que hice fue intentar echarme a correr, aunque, por supuesto, nadie me lo permitió.

Todavía ni siquiera había conseguido bajar el último escalón hacia mi entrada y ya me estaba rindiendo.

Sin embargo, oí el estridente sonido del claxon de algún coche y, cuando levanté la cabeza, el brillante Maserati azul que me había recogido el día anterior cegó por completo mis ganas de morir.

Narcisse había vuelto a por mí.

—¿Esto confirma su relación oficialmente? —gritó alguien, agarrándome del brazo.

Desde luego que no había sido una buena idea calzar tacones aquel día.

Haciendo acopio de mi poca valentía, empecé a empujar a la gente, evitando mirar sus caras e ignorando los diversos objetos que se colocaban frente a mi rostro hasta que, para mi infinita desgracia, alguien desde muy atrás alcanzó mi mano, impidiendo que avanzara, aunque la horda de periodistas siguiera haciéndolo, provocando que cayera casi al instante al suelo, siendo aquello la primera alegría matutina de todos los que cargaban con una cámara, que me apuntaron como si yo fuera Kim Kardashian y tuviera algo interesante que ofrecer.

Conseguí, con toda la vergüenza y horror del mundo, levantarme de nuevo, sin que nadie me ofreciera su maldita ayuda, antes de empezar a empujar de nuevo a todo el que se interpusiera en mi camino, evidentemente enfadada. Odiaba todo aquello y los odiaba todavía más a ellos.

Pese a que siguieran persiguiéndome, logré alcanzar el coche que había estacionado junto a la acera e intenté abrir la puerta del copiloto sin éxito, pues parecía bloqueada.

Sentí cómo la gente empezaba a apoyarse en mí, berreando todas las preguntas estúpidas que querían aclarar, mientras yo seguía intentando abrir la maldita puerta, aunque no parecía ceder.

Fue entonces cuando Narcisse Laboureche bajó la ventanilla para observarme desde el interior a través de sus caras gafas de sol, como si se jactara de mi incomodidad de una forma totalmente retorcida, casi tanto como lo era él.

Querido jefe NarcisoKde žijí příběhy. Začni objevovat