CAPÍTULO XIV

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MARCELA VALENCIA NO ME ODIA

Hacía algunos años, la soledad de mi apartamento era lo más reconfortante al final del día. Una mujer merodeando en este lugar por mucho tiempo, me resultaba molesto. La única que lograba pasar días aquí era Marcela, pero la mayoría del tiempo era yo el invitado en su departamento, y no ella en el mío.

Esa mañana me desperté muy temprano, tanto que me dio tiempo de asear a galán y hacerle compañía un rato. No era algo que hacía desde que era un cachorro, pero ese día se me antojó hacerlo, y galán estuvo agradecido.

Había una persona a quien le encargaba la limpieza del departamento y de Galán, y otras cosas como hacer compras para la nevera. Ese día particularmente, se había acabado la comida, así que cuando el hambre acusó mi estómago, me dispuse a prepararme para ir por Beatriz y desayunar en su casa, como lo venía haciendo en las últimas semanas.

Cuando me disponía a marcharme, por el elevador salió doña Carmen, la persona que se hacía cargo de mi departamento y demás; le encomendé que comprara algunas cosas para la nevera y le di el dinero necesario. Entonces, ella me dijo:

-Don Armando, como hace varios días que no lo veía, no había podido entregarle un paquete que llegó. Es de doña Marcela. –bajó la voz al decir la última oración, como si fuera un secreto.

-Está bien, ¿y dónde está ese paquete? –pregunté yo. Justo hoy que estaba sintiendo que la soledad me pesaba mucho y que ya no quería vivir solo, pensé.

Doña Carmen se fue a mi habitación y me trajo un sobre amarillo sellado. Lo cogí y me dejó un momento a solas. Abrí el sobre. Adentro había fotos, fotos de Marcela y yo, fotos de nuestra infancia, de nuestra adolescencia, de toda una vida juntos. Muchas fotos, muchos recuerdos. Las vi todas como si fuera algo muy lejano. Estaba viendo a alguien que no reconocía más, un hombre que sonría a la cámara, que vivía a plenitud su sexualidad, que se gozaba la vida hablando y estando con mujeres, que creía que el matrimonio era un mal inevitable, que al final terminaba en divorcio. A pesar de tener el ejemplo de mis padres, un matrimonio de muchos años.

Yo, Armando Mendoza, pensaba esas cosas porque toda mi vida había vivido como se me había dado la gana, con mucha soberbia e inmadurez. Marcela había sufrido al inicio por mi culpa, pero luego había sufrido porque había intentado cambiarme a la fuerza. No me imagino qué hubiera sido de mi vida si no llegaba Beatriz a ella. ¿Podría ser que me enamoraba de otra mujer, y que de todas maneras yo no estaba destinado a amar a Marcela? Lo más probable es que sí, nuestro matrimonio hubiera sido un infierno, si no es que de igual forma no me casaba.

Luego vi que había una carta, escrita a mano de su puño y letra. Decía así.

16 de febrero 2002

Armando, esta es la última vez que yo me dirijo a ti. Probablemente no nos volvamos a ver porque yo me voy muy lejos, pero quiero que sepas que te voy amar hasta el fin de mis días. No quiero con esto que te compadezcas de mí, yo ya tengo suficiente con la compasión de la gente.

Este amor que siempre me va acompañar, es un amor que ya no me frustra no tener, es un amor más maduro, y me siento orgullosa de poder dejarte ir.

Entendí que el amor que te tuve no podía ser más grande que el amor que debo tenerme a mí misma. Me costó, pero lo aprendí. Antes pensaba que sentías el mismo amor por mí por la pasión que desbordabas cuando hacíamos el amor, pero cuando dejaste de hacerlo, comprendí que todo ese ardor, ese fuego que eras conmigo, no significaba que me amabas, significaba que estabas frustrado igual que yo, porque no podías amarme.

YSBLF_El Noviazgo (Ira Parte)Where stories live. Discover now