Capítulo 9

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Abrió los ojos. Estaba en el Laberinto. ¿Cómo había llegado hasta allí? No recordaba nada, nada de nada. Intentó hacer un esfuerzo por vislumbrar alguna imagen del pasado pero no pudo. Estaba sola, rodeada de muros altos como pisos y un silencio sepulcral anidaba en torno a ella. La oscuridad la envolvía y la hizo sentir fatal, le empezó a doler la barriga y las náuseas casi la tiran al suelo. Todo empezó a dar vueltas y justo cuando estaba a punto de caerse, vio delante de ella a su sombra, que cada vez se hacía menos larga. Una luz amarilla inundaba el callejón y Marta, al girarse, vio a un mutilador terriblemente enorme que con sus monstruosos pinchos se alzaba hacia delante e inminentemente se iba a tirar encima de ella.

Marta empezó a correr tan rápido como pudo. Giró muchas esquinas y en cada una se encontró a una aberración de esas, con su carne bulbosa haciendo ruido y sus colosales brazos moviéndose a diestro y siniestro listos para rebanarle el cerebro como si fuera mantequilla. Tuvo que retroceder en cada pasillo, y con todas sus fuerzas, consiguió avanzar hacia uno que estaba vacío. Estaba tan cansada que sintió que el estómago se le salía por la boca y no la dejaba respirar.

Giró a la derecha. Una pared. Estaba perdida, giró y vio cómo miles y miles de horrorosas criaturas repugnantes y mortales se le tiraban encima. Marta, llorando y manchándose la cara, gritó de impotencia cuanto pudo y por último, cuando su garganta estaba destrozada y no pudo proferir ningún sonido más, se agachó y se cubrió la cabeza mientras oía un estruendo de metales entrechocando, gemidos y ordenadores zumbando que le perforaba los tímpanos.

De repente, su respiración se cortó y se despertó profiriendo un grito ahogado. Isa le había puesto la mano en la boca para que no hiciera ruido y ver su rostro la tranquilizó sobremanera. Estuvo a punto de echársele encima y llorar encima de su hombro, pero se recompuso y se levantó quitándose la hierba de los pantalones. Sara seguía durmiendo, al igual que todas las demás corazanas. Eran las dos únicas despiertas.

Marta echó un vistazo a su alrededor y frunció el ceño. La luz que había era extraña, como si no hubiera. Isa señaló hacia el cielo y cuando alzó la cabeza, la chica se quedó sin aliento. Estaba gris. Pero no gris como cuando había nubes, no había ni una sola. Era un gris claro muerto y lúgubre. Todo el cielo era igual de uniforme, como si fuera un techo. Además, el sol había desaparecido. ¿Cómo era posible? No... No podías ser, el astro que era el centro del sistema solar no había podido esfumarse. Algo tapaba el cielo, ¿pero qué? Su mente racional no podía aceptar eso.

Estuvo a punto de preguntar qué demonios significaba aquello cuando Isa se llevó un dedo a los labios y le enseñó una roca que sujetaba con la otra mano. Arqueó una ceja y Marta supo a qué se refería. La pesadilla que acaba de tener la había enrabiado más y no podía controlarse. Las emociones que había vivido durante su estancia en el Laberinto de noche la enervaron, se dirigió hacia la lona debajo de la cual dormían las corazanas y buscó a Judith. Al localizarla, avanzó entre los cuerpos sin querer despertar a nadie y le dijo a Isa que se acercara. Entonces, a la vez que ella le tapaba la boca, Isa le dio un golpe con la piedra en la cabeza lo bastante fuerte como para dejarla inconsciente. Se la cargó a la espalda y salieron de entre las chicas con cuidado. Nadie las había visto.

Anduvieron hasta el Octágono, pasaron dentro y la dejaron en el suelo. Marta se quedó sin habla al ver aquel sitio. Las paredes estaban a reventar de armas tales como cuchillos, arcos, mazos, lanzas... hasta había un pico; y las ocho estanterías estaban repletas de frascos y otras cosas que la chica no supo identificar.

—Si hubiéramos tenido algo de esto cuando nos echaron a patadas del zuco Laberinto por la noche hubiera sido todo muy diferente —dijo Isa dirigiéndose hacia la pared que tenía enfrente. Levantó el baúl y sacó una cota de cuero corta, se la puso y ésta le quedó rodeándole toda la caja torácica. La corredora hizo un gesto señalándose el pecho—. Si fuéramos chicos esta puf no haría falta. Pero es útil para otras cosas —descolgó un cuchillo de la pared y se lo atravesó en la espalda metiéndolo por una presilla cosida.

GRUPO B - El corredor del laberintoWhere stories live. Discover now