Capítulo 3

686 31 4
                                    

Se despertó violentamente porque le estaba faltando el aire. Miró a los lados con desesperación y notó que algo le estaba tapando la boca. Sin saber dónde estaba ni recordar nada, parpadeó varias veces con con pánico para enfocar la vista y saber qué pasaba. Al ver la cara de Isa a unos centímetros de la suya, le vinieron de golpe todos los recuerdos del día anterior y se relajó. Por un momento pensó que todo había sido un sueño, pero la chica del pelo corto, que estaba en cuclillas, retiró la palma de su boca y llevándose un dedo a los labios se puso de pie y le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Marta la cogió e Isa tiró tan fuertemente de ella que pensó que se le iba a salir el brazo. Hizo un gesto para indicarle que la siguiera y mientras lo hacía, Marta miró a su alrededor y vio el Corazón, ahora vacío de vida. Giró la cabeza sacudiéndose la hierba del pelo y vio a las ochenta chicas tendidas debajo de una gran lona, durmiendo plácidamente.

La mañana era fresa, la hierba estaba húmeda y los altos muros estaban impregnados de un silencio agradable. El muro Este hacía sombra, pero todo lo demás estaba iluminado por el sol y Marta oyó algunos pajarillos trinar.

Cuando llegaron al Asensor, Isa cogió aire y exclamó:

—¡Buenos días, criaja! Empieza la visita al Corazón. Una humilde servidora te hará de guía —dijo haciendo una reverencia—. Puedes preguntarme lo que quieras, pinga, pero haz las preguntas despacio que a lo mejor se te acumulan en la boca y te ahogas al no poder respirar.

A Marta le pilló tan desprevenida que se quedó muda por un instante. Isa alzó una ceja, incrédula, y el cerebro de Marta se puso a pensar a toda velocidad.

—¿Por qué? —fue lo único que consiguió decir.

—¿Por qué, qué? —preguntó Isa.

Marta dio una vuelta sobre sí misma sin decir nada abarcando con las manos toda la extensión del Corazón.

—Preguntas concretas, pipiola —apremió la corazana.

—¿Por qué estamos encerradas aquí?

—No lo sabemos, pinga —respondió Isa—. Siguiente pregunta, vamos.

—¿Quién nos ha metido aquí?

—No lo sabemos tampoco, pero si le tenemos que echar la culpa a alguien, les llamamos “fundadores”.

—¿Les habéis visto alguna vez?

—Qué va. Te propongo algo, pinga, que te veo hecha un lío: ¿y si te voy explicando cada cosa y tú cuando quieras me preguntas lo que sea?

Marta suspiró.

—Está bien —las preguntas se le habían atascado completamente.

—Esto es el Ascensor —dijo Isa señalando unas puertas de metal en el suelo con una línea vertical en el centro—. Cada zuco mes, y esto quiere decir cada treinta días exactos, a la misma hora, llega otra zuca pipiola como tú junto con las provisiones que nos mandan los fundadores cada semana. Nos mandan aceite, miel, pescado, papel, lápices, si se nos ha roto una zodida hacha nos mandan otra, bolsas, sacos, potes, vendas… Lo que no tenemos aquí que necesitemos.

—¿De dónde viene el Ascensor?

—Ni idea.

—¿Y si…?

—No —la cortó Isa—. El Ascensor no vuelve si hay alguien dentro —respondió leyéndole el pensamiento—. Y un día que el Ascensor ya se había largado, intentamos abrir las puertas de metal y lo que vimos fue un hueco oscuro. Atamos un carnero a una cuerda, fuimos bajándolo poco a poco, y recuerdo perfectamente que la cuerda me vibró en las zucas manos, tiramos de ella hacia arriba y al carnero le faltaba la parte de abajo. Alguna zodida cosa le había cortado por la mitad tan limpiamente como el cuchillo corta la mantequilla.

GRUPO B - El corredor del laberintoWhere stories live. Discover now