✓DEMON'S FEARS ⎯⎯ ᴛᴡᴅ

chapter XXVI

Estaba atardeciendo, y fuera lo que fuera lo que ocurriera en Alexandria, solo me quedaba esperar que aún no fuera demasiado tarde para ayudar.

Pero la esperanza de encontrar a alguien vivo o, simplemente, alguien a quien salvar, se empezó a extinguir cuando observé la grotesca imagen de la comunidad. Cada calle, cada casa, absolutamente todo, estaba infestado de caminantes. Eran tantos, que no alcanzaría a contarlos en horas. 

¿Qué demonios ha ocurrido?

Comencé a acercarme y, tanteando el terreno, hallé el hueco por donde la horda se había colado. De inmediato fui objetivo de la atención de los caminantes, pero antes de que pudieran convertirme en su cena, me escabullí de nuevo al interior del bosque.

— Piensa Riley, piensa. —apreté mi sien alterada. De golpe, dejé caer los brazos— Tengo que entrar ahí... —miré mi ropa casi destrozada— Y únicamente hay un modo de no morir en el puto intento.

— Mierda. Doy un asco de la leche... —me quejé asqueada por la sangre de caminante en mi ropa— Apesto. —intenté no hacer contacto visual con los pedazos de carne pútrida a escasos centímetros de mi cara.

Voy a vomitar. 

Los caminantes pasaron por mi lado, rozando mis hombros y dedicando alguna mirada de soslayo que me ponía en alerta. Pero no me mostraron sus dientes, ni me gruñeron a medida que avanzaba. Era uno más de ellos.

¿Dónde estás viejo? 

Busqué a mi alrededor cualquier indicio de vida, pero no había nada.

Me detuve en seco cuando un caminante retrocedió para mirarme, se me acercó con la cabeza ligeramente ladeada. Sus ojos, inyectados en sangre y hundidos en un rostro a medio descomponer, me miraron. Un sudor frío me bajo por la nuca, se me helaron hasta las puntas de los pies mientras rogaba porque aquel capullo siguiera su camino. Mordió el aire, muy cerca de mi nariz, como si estuviera planteándose si hincarme el diente o no. Por puro instinto mi mano descendió hasta la pistola en mi cintura, pero atacar ahora solo me convertiría en la cena del resto de la horda.

Entonces, un grito femenino me rompió los oídos. Y, así como atrajo mi atención, también lo hizo con el caminante y el resto de sus asquerosos iguales. Con el miedo de que fuera Maggie quien acababa de chillar, aceleré el paso entre ellos hasta encontrar quien lo había provocado. No era Maggie, y no recordé el nombre de aquella mujer mientras veía anonadada como le devoraban las mejillas, las manos y las piernas. En a penas un segundo no quedó nada de ella. 

Cuando pude apartar al fin la vista de aquella carnicería, mis ojos chocaron con las figuras de Rick y Carl. No tardaron mucho en encontrarme también entre los muertos, y pude experimentar como un peso me abandonaba el corazón al verlos vivos, y en sus ojos pude ver que ellos sintieron lo mismo al verme a mí. 

Sonreí, caminando hasta ellos e importándome poco los gruñidos de mi alrededor. Pero el puto mundo no quiso verme tranquila por mucho tiempo, estuve a escasos metros de llegar hasta Rick, cuando un niño apareció de la nada. No tenía ni idea de quien era, pero su nombre importó una mierda cuando decidió alzar una pistola contra Carl. Vi rojo, vi todo absolutamente rojo por la ira. El adolescente balbuceó entre lágrimas algo que no pude entender, y cuando su dedo se acercó al gatillo, reaccioné por instinto.