𝘁𝗵𝗲 𝘄𝗮𝗹𝗸𝗶𝗻𝗴 𝗱𝗲𝗮𝗱 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻
[TERMINADA]
Riley apenas puede soportar su propia mente, pero cuando dos hombres se cruzan en su camino, se verá obligada a decidir entre: sostener la poca cordura que le queda o sucumbir finalment...
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Escuchaba al viejo siguiendo mis pasos, era muy ruidoso al andar. Sus pies rompían cada rama y pisaban cada hoja, y no parecía darse ni cuenta. Era muy extraño saber que ahora una vida dependía de mí, bueno, o que al menos alguien confiaba la suficiente para seguirme sin rechistar. Ambas opciones me descolocaban por igual.
— Ese sitio al que vamos... —jadeó cansado, sin embargo, no hizo el amago de detenerse en todo el camino— ¿es seguro?
— Lo era la última vez que me fui. —respondí seca.
Nos dirigíamos hacia una cabaña al Este, que encontré no hace muchas semanas vagando por el bosque. Era mi mejor opción ahora que éramos dos, pues intentar que subiera a un árbol, como yo hacía para dormir, no era viable. Era absurdo. Ahora no tenía que pensar solo en mi supervivencia, lo tenía a él, con todas las ventajas y, muchos, inconvenientes que eso implicaba.
No lo conozco, ¿por qué estoy haciendo esto?
Resoplé reduciendo la velocidad. No era estúpida, y no me hizo falta verlo para saber que estaba tambaleándose de cansancio a mi espalda. Si se le veía enfermo horas atrás cuando lo conocí, no quería ni imaginarme ahora.
— ¿Cómo te llamas? —pregunté rompiendo el silencio.
Por el rabillo del ojo vi como ladeaba una sonrisa dulce, feliz de que iniciara al fin yo la conversación.
— Thomas. —se paró frente a mí, obligándome a detenerme— ¿y tú?
— Riley... —alcé una ceja con desconfianza y, antes de que pudiera rodearlo para seguir mi camino, extendió su mano.
— Es un placer. —tuvo que agarrar mi mano para juntarla con la suya en un apretón, pues yo estaba demasiado reacia y perpleja para reaccionar.
— Igualmente. —entrecerré mis ojos, dando una única sacudida al agarre para después meter mi mano en bolsillo de la chaqueta— Va a anochecer, hay que darse prisa.
Asintió y, por primera vez en todo el camino, se puso a mi lado.
Recorrimos un par de kilómetros más, donde él se mantuvo en completo silencio y sin rechistar, aún sabiendo ambos que estaba muerto de cansancio. Aquello me alivió, después de todo no iba a ser un estorbo. No quería morir por su culpa, porque yo era tan imbécil a veces, que era capaz de matarme yo solita intentando salvarlo a él. Me conocía, y conocía mi instinto kamikaze y suicida.
Cuando creí que tendría que llevarlo arrastras el resto del viaje, la cabaña de madera comenzó a dibujarse en el horizonte.
Está igual de asquerosa que cuando me fui.
— Es... robusta. —intentó halagar.
Era tan diminuta que solo tenía dos habitaciones y una única ventana. La última vez que dormí allí, me generó tal ansiedad estar encerrada en cuatro paredes que terminé durmiendo en el porche.