31. Cinco botellas

1K 111 78
                                    

Obligándole a abrir los ojos con una caricia invisible, los primeros haces de luz del alba despertaron a Sylvain. Tardó un poco en situarse, incapaz de reconocer aquella estancia con la dorada iluminación del amanecer. Hacía un frío terrible y, buscando las mantas para taparse más, descubrió un brazo que rodeaba su cintura desde atrás.

Se quedó inmóvil, recordando de pronto todo lo que había ocurrido la noche anterior. Un poderoso rubor hizo que cerrase los ojos, volviendo a rememorar aquellas escenas en su aturrullada conciencia. ¿Podía ser más feliz en aquel momento? Si algo tenía claro es que nada de lo que dijo la noche anterior había caído en saco roto.

Con cuidado de no despertarle, Sylvain se giró con extrema cautela para poder verle. Había algo completamente distinto en aquel hombre, algo a lo que probablemente jamás lograría poner nombre. Su corazón le pidió que no pensase más de lo necesario y por una vez obedeció, pero la sola idea de que le había entregado todo cuanto era y que ahora le pertenecía... Dibujó en su rostro la sonrisa más emotiva que alguna vez habría esbozado en secreto.

Se preguntó si acaso no estaría desarrollando la siniestra costumbre de observar a la gente que quería mientras dormían, pero había algo de místico en ello. Se sentía privilegiado por poder atesorar en su memoria la paz de aquellas rasgos sin que nadie más lo supiera. Guardó aquella solemne imagen entre paños de terciopelo rojo, en el lugar más seguro y cálido de su conciencia.

De algún modo estaba impaciente por verlo despertar, y tuvo que contenerse las ganas de poner orden en su desastroso cabello. Ah... Aún así le confería un aspecto irresistible. Pudo apreciar con mayor claridad la línea de su clavícula y hombros, adivinando la fuerza que descansaba bajo aquellos músculos no tan visibles.

Mientras se había propuesto contar todos y cada uno de los pequeños lunares que advertía en su torso, un pequeño quejido proveniente del inglés lo alertó. Su ceño se había fruncido ligeramente, aunque no se movió. Dijo su nombre entre ruidos ininteligibles, y Sylvain se convenció de que no estaba despierto. Lo siguiente que pudo alcanzar a entender fue un «no te vayas» entre inconexos balbuceos que, lejos de sonar con dulzura, lo hizo en un angustioso lamento.

Dispuesto a acabar con su sufrimiento allí en el séptimo sueño, Sylvain lo instó a despertar con un delicado beso sobre su frente. Notó entonces que aquel cuerpo se relajaba lentamente. Esperando a que abriese los ojos, Sylvain dibujó pequeñas líneas imaginarias en su rostro a modo de caricias.

Cuando Darrell comenzó a parpadear perezosamente, observando a Sylvain un poco desubicado, un pequeño suspiro de alivio lo hizo destensarse del todo.

—Benditos sean mis ojos... —murmuró con voz extremadamente ronca— Qué visión me regalan al despertar.

Atrajo a Sylvain en un abrazo más que necesitado, sonsacándole una sonrisa al más joven. Se permitió descansar la cabeza sobre su pecho, arrollado por el acompasado latir de un corazón que llevaba su nombre.

—Sólo era una pesadilla —le aseguró Sylvain, perdiéndose en el calor que emanaba de su cuerpo desnudo—. No pienso irme a ninguna parte.

—¿He hablado durante...? Oh, lo siento.

Divertido, Sylvain alzó la cabeza para mirarle con falso reproche.

—¿De verdad vais a seguir disculpándoos hasta por respirar? —inquirió, testigo de cómo parecía haberlo aturdido aún más.

—¿Acabo de disculparme otra vez? Vaya, lo sient... Agh, ¡no puedo evitarlo!

Riéndose por lo bajo, Sylvain se deleitó en verlo sonreír algo azorado. Se limitaron a contemplarse en un estruendoso silencio durante más tiempo del que duran unos simples segundos. Darrell elevó una mano para esconderla entre los alborotados rizos del francés, dejando que poco después se deslizase por su blanco cuello hasta su hombro.

Sylvain ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora