3. Dame tu palabra

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—... De esta forma, la digitación que el señor Chevalier puso en su arreglo facilita mucho la ejecución de este compás. Aunque, si véis que aún se os quedan atrás los dedos... Eh, Sylvain, ¿me estáis escuchando?

Ensimismado, con el violín bajo el mentón y el arco en la mano a medio caer, había redirigido distraídamente su mirada hacia el ventanal que iluminaba el gran estudio, contemplando el exterior.

—Disculpadme, señor —dijo Sylvain, meneando la cabeza y bajando el instrumento—. No estaba prestando atención.

—Eso ya lo veo, pequeño. Pero lleváis gran parte de la semana algo ausentes. ¿Os preocupa algo?

Sylvain, sin saber si responder o no, decidió soltar primero el violín en su funda, dubitativo.

—Mi hermano... ¿Dónde está en estos momentos? ¿Cuándo volverá? Lleva fuera más de tres semanas y no hemos recibido noticias de él desde entonces. Se encuentra bien, ¿verdad?

Dedicándole una reconfortante sonrisa, Savary optó por relajarse un poco y aproximarse al chico, soltando las partituras sobre el escritorio del estudio.

—Sylvain, creo que ya va siendo hora de que sepáis unas cuantas cosas —esperó a que el niño asintiese con la cabeza, atento—. Actualmente en Francia, y sobre todo aquí en París, digamos que la gente de no está muy contenta. Cada vez hay más revueltas, y las trifulcas contra las autoridades son cada vez más frecuentes.

Sylvain entrecerró los ojos. Recordaba haber oído aquello antes de que su hermano se marchase.

—Pero, ¿qué tiene que ver Charles con todo eso?

—Tiene que ver, os lo aseguro, pero para que lo entendáis es preciso que conozcáis algo antes. A veces las personas se reúnen con otras que comparten su manera de pensar, y poco a poco se van creando círculos con una determinada ideología. Todo el mundo sabe que esos grupos existen, pero no son vistos con buenos ojos por parte del Rey —hizo una breve pausa para elegir las palabras adecuadas—. Estas personas quieren cambiar el país para obtener la justicia, libertad y bienestar de los que no gozan, y para cambiarlo, hay que empezar desde dentro hasta llegar a lo más alto. ¿Entendéis por dónde voy?

Sylvain tardó un poco en procesar la información, pero acabó asintiendo con la cabeza. Sentía que se le estaba siendo revelada información que no debería conocer, y esto no hizo más que avivar sus ganas por continuar.

—¿Eso es bueno? —inquirió,

—La idea de que la soberanía resida en el pueblo sí, es muy bonita y bastante acertada. Lo que no es tan bueno, tal vez, es la forma de proceder. La violencia, Sylvain, nunca ha de ser empleada bajo ningún concepto. El fin no justifica los medios, por mucho que el Rey y las autoridades se nieguen a ceder ante las peticiones de la gente.

—Entonces, ¿cómo van a ponerse de acuerdo si no se escuchan?

—Oh, se escuchan. Bueno, más bien se oyen, y constantemente. He ahí lo peligroso de la situación. Si no se hablan las cosas, es fácil que la desesperación pase a hacerse con el control de ambas partes. Unos por revolverse, otros por controlar a los revueltos. La desesperación lleva a la violencia, y con ésta se nublan los sentidos.

Con una pequeña mueca, Sylvain se escandalizó un poco. Comenzaba a comprender aquella discusión que había seguido dando vueltas en su cabeza, pero miles de preguntas se agolpaban en su mente, queriendo ser formuladas todas a la vez.

—Entonces Charles es de los revueltos, ¿no? —inquirió con cautela, temeroso de equivocarse— ¿Él... promueve esa violencia?

—Si lo promueve lo desconocemos, pequeño. Lo único que sabemos es que tu hermano tiene un corazón inquieto, aunque eso le viene de familia —sonrió. Notó cierta nostalgia en su voz—. Si no se anda con cuidado puede meterse en un buen lío, pero confío en que sepa utilizar su inteligencia.

Sylvain ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora