Cúmulo.

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Las ganas de odiarte se quedaron en la buhardilla

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Las ganas de odiarte se quedaron en la buhardilla. Y tomé tu mano y anduvimos sobre el andén de nuestras soledades.

La mirada fija hacia el alma inerte y luego el alma cambiante, transmutada y diferente. El alma en nuestras manos, aferrada y floreciendo casi como un nuevo odio al cambio.

El terror al disgusto, nuestro disgusto unido. La perdición, el completo desvarío, una casi locura. El hartazgo y una ignición espontanea, impulso controlado y la contención del auto-rechazo, de mí auto-terapia y el tratamiento ajeno.

Y luego llega la esquizofrenia y después la hipocondría con que colocas mi amargura sobre el fuego.  La paranoia, cuanta paranoia y cuantas manías filtradas a través del tiempo, aceptadas o resignadas.

Yendo más allá de mis quemaduras, de mi piel y tu piel que se alejan y se llaman. De la repulsión y la atracción sub atómica. De la verborrea, el absoluto silencio o la absoluta verborrea y el silencio casi definitivo. Y luego me callas, me silencias.

Me impulsas a la guerra propia, al combate civil que se cronifica más allá de los besos volátiles y las cicatrices como minas. Amor minado, palabras como escopetas o como misiles escondidos. Radares que desplazan lo intuitivo porque la intuición me llevo a la detonación de la culpa.

Entonces llega el cambio súbito, el placer golpeado y los amasijos de palabras y un beso, y otro, otro más... y nuevamente cesas, me detienes.  

  

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Post mortem.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora