La obsesión por escucharse así mismo lo llevó a aislarse del resto de sonidos. Se adentró en su anatomía acústica, estudió y separó cada onda sonora, cada ruido orgánico incluso llegó a conocer el sonido de su maquinaría celular. Moléculas entrando y saliendo, crestas y valles moviéndose y cambiando.
Cuándo considero que conocía perfectamente el mundo auditivo que residía dentro de él decidió volver a dónde estaban el resto de sonidos. Se preguntó si sería capaz de recordar algo, si sus canciones favoritas seguirían allí o si el sonido de la lluvia aún le fascinaba.
Al salir se encontró con su incapacidad para percibir el ruido macroscópico y ajeno. El sonido le resultaba nocivo cuando lo encontraba pero en su mayoría todo era silencio. Aterrador y temible silencio que le resulto semejante a estar en un mundo desértico, muerto desde hace décadas o que jamás había albergado vida.
Corrió despavorido sin fijarse en la ausencia que le rodeaba, huía a lugares que el silencio no hubiera alcanzado. Movió, rompió, trazo y golpeo todo a su alrededor pero parecía no haber respuesta ni efecto. Quizá toda la materia conspiraba para volverlo loco con su pacto de sigilo sonoro.
Horrorizado por la fatal experiencia se adentró de nuevo en su interior, buscaba el consuelo de sus sonidos, de los huesos crujiendo y casi rozándose incluso el tañido de sus intestinos le resultaba adorable. Absorto en sus recuerdos no se percató del silencio que le rodeaba y cuando lo hizo reconoció que había muerto.
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Post mortem.
PoetryPorque quiero que alguno de estos versos se escriba en mi epitafio. Poemas que surgen después de morir un poco todos los días, de cambiar y renacer casi al mismo tiempo. Versos distintos que aún buscan un orden en el universo.