Bien, no contestes. Me importa una mierda.

Los desconocidos guardaron las pertenencias en el maletero del coche y, sin retrasarse mucho más, subieron a sus respectivos vehículos. Los motores rugieron y aceleraron justo en la dirección donde yo me encontraba. Trastabillé ocultándome torpemente tras un cubo de basura, el hombre de la moto había pasado muy cerca. Cuando dejé de escucharlos y perdí de vista sus siluetas en el horizonte de la carretera, me permití descargar la ira contra el cubo de metal. Lo golpeé hasta que quedó una marcada hendidura en su lateral.

— Puta y pura mierda. —gruñí pegando más fuerte— Maldito viejo, maldita insulina... ¡maldito todo! 

Dejé caer mi pie cuando las puntas de los dedos empezaron a arderme.

Me falta autocontrol, soy una desquiciada...

Derrotada, me arrastré hasta la farmacia, con la inocente esperanza de que quedara algo para mí. No fue así. Era como si un huracán hubiera arrasado el interior. No quedaba absolutamente nada.

Salí del establecimiento, con la impotencia martilleándome el pecho. No sabía qué hacer, ni dónde ir en busca de insulina. No tenía vehículo, por lo que caminar a pie hasta cualquier pueblucho o ciudad, era inviable. El tiempo era mi enemigo, porque yo era capaz de recorrerme media Tierra por el viejo, pero él no aguantaría tanto. Vagando como un muerto caminé por la carretera sin rumbo, quizás, con suerte, encontraba algo, lo que fuera. 

Ilusa.

— Dios. —hablé al cielo sin detenerme— ¿Qué tanto te cuesta dejarme caer un poco de insulina? —junté mis manos— No te pido una bolsa entera ¿sabes? Un frasquito me sirve. —silencio— Nunca te he pedido nada, hazme el puto favor. —gruñí perdiendo los modales, al igual que estaba perdiendo la cabeza. Tanto tiempo sola pasaba factura, me hacía hablar con un Dios del cual ni creía en su existencia— De acuerdo. —me detuve pisando fuerte en el asfalto— No te necesito ¿vale? Puedo conseguirlo perfectamente yo solita. —solté orgullosa alzando el mentón— ¡Pero tampoco te cuesta nada! —ahí llegó nuevamente la rabia— ¡Jodido tacaño! Cómo te-

El sonido de un claxon interrumpió mi conversación con Dios. Aunque, más que conversación, era un jodido monólogo. 

Asustada, ya que se había escuchado muy cerca, me escabullí hasta el interior del bosque. Y, sin apartarme mucho de la carretera, seguí la dirección del ruido hasta hallar a los mismos desconocidos de la farmacia, estacionados en mitad del asfalto. Según lo que alcanzaba a ver y entender, el conductor del coche tenía un problema en el motor, por lo que estuvo obligado a parar. Un humo intenso salió del capó cuando su compañero lo abrió para inspeccionar los daños. No pintaba bien por la mueca que logré ver que hacía desde lejos.

— El maletero... —murmuré al recordar las mochilas que allí habían guardado, con, quizás, la insulina que yo necesitaba— Gracias Dios. —sonreí al cielo— Mañana empezaré a rezar, promesa de meñique. 

Agachada, fui aproximándome hasta conseguir distinguir sus voces.

— ¿Crees que tenga arreglo? —preguntó el hombre del coche, apoyándose en la puerta de este con los brazos cruzados— No tiene buen aspecto, Daryl.

— Hmmm... —afirmó en un ruido gutural— Creo que-

— ¡Caminantes! —gritó interrumpiéndolo.

¿Caminantes? Arrugué mi ceño. Oh, mierda, habla de los muertos.

Empezaron a salir de entre los árboles, justo en la dirección opuesta a donde yo me encontraba. El ruido del claxon había atraído a un pequeño enjambre.

✓DEMON'S FEARS ⎯⎯  ᴛᴡᴅDonde viven las historias. Descúbrelo ahora