Pestañeó varias veces, y se encontró desorientada, como quien despierta de un profundo sueño. ¿Cuánto llevaba ahí tumbada? ¿Minutos? ¿Horas? Más bien le pareció que había pasado una Edad entera. Miró a su alrededor mientras se ponía en pie y no pudo ver nada más que tierra y niebla. Su cabellera mojada caía como un manto sobre  los lados de su cara pegándose a sus mejillas, sus ropas estaban hechas girones, llenas de verdín y con un ligero olor a azufre. Arien arrugó la nariz.

- Ai? - repitió, ahora con la voz más entera. Pero allí  seguía sin haber nadie. 

Instintivamente fue a coger su lanza por posibles peligros, pero no la encontró en su espalda. Su corazón empezó a latir desbocado. No podía perder la lanza. 

Metió la mano entre sus ropas y suspiró aliviada al comprobar que el colgante aún seguía atado a su cuello y descansando sobre su pecho.

Echó a correr por el borde lago con unas energías renovadas debido a la preocupación sin dejar de buscar su lanza flotando sobre el agua. Pero era imposible desde donde ella estaba poder ver la otra orilla del lago incluso sin aquella niebla, pues el Lago Largo no fue nombrado así por pura casualidad. Tampoco sabía en qué orilla estaba ni hacia dónde debía ir. Solo sabía que estaba sola. 

Pero, al mirar hacia su izquierda, entre la niebla, una silueta negra parecía dibujarse. Le pareció que la figura hablaba, con un tono tan susurrante que ni la elfa pudo entender. Arien se acercó lentamente hacia ella esperando ver de quien se trataba.

-Ai - saludó, pensando que tal vez sería Legolas que había venido a buscarla; o tal vez Tauriel; o aquel hombre que había sacado de la cárcel, Bardo. En aquel momento se habría alegrado de ver incluso al Rey Thranduil con su flamante corona de hojas, su larga capa bordada y su mirada de condescendencia. 

Pero la sombra no respondió, y Arien no podía ver de quién se trataba. Pero de lo que si estaba segura era de que la altura de aquella figura era bastante mayor que la del más alto de los elfos. Arien se sobresaltó, pues la sombra no dejaba de aumentar y había alcanzado los trece pies de altura. Dos ojos rojos como rubíes la observaban. Y, pese a que su corazón latía veloz contra su pecho mientras la mirada incesante de la figura la traspasaba, no tenía miedo. 

Con movimientos lentos se acercó hasta estar apenas a seis pasos de la criatura. Ahora podía ver perfectamente sus rasgos. Como su un humo negro la envolviera, la figura compartía características con un humano o un elfo pero en mayor tamaño. Era capa de ver perfectamente la silueta de aquel espíritu que se encontraba delante de ella. 

La figura extendió su mano hasta ella, con la palma abierta, y continuó observándola. Arien vaciló. 

- Aphado nin, Morie.(ven conmigo, Morie)- susurró una voz ubicua, que ocupaba todo el espacio que la rodeaba. - Aphado nin. Aphado nin- repitió más deprisa y con más insistencia, casi con impaciencia- Aphado nin

La sombra comenzó a dar pasos hacia ella al mismo tiempo que Arien los daba hacia atrás. Por nada del mundo quería acercarse más de los seis pasos que los separaban. De pronto la sombra se detuvo, y sin apartar su mirada de la de Arien su tamaño comenzó a disminuir hasta tener la altura de un hombre. 

Un escalofrío recorrió la espalda de la elfa al ver aquellos ojos azules que tanto echaba de menos. Pensó que estaba soñando, como tantas veces lo había hecho mientras dormia e incluso despierta; pero aquello no parecía un sueño. Gal estaba de pie en frente de ella con aquellos grandes ojos azules, pero su mirada no era la misma. Porque aquella "cosa" no era Gal. Y Arien lo sabía. Pero por unos segundos deseó que lo fuera, que nada hubiera pasado, y que él volviera por arte de magia a su lado. 

The Things We Lost In The FireWhere stories live. Discover now