Gal I

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Edoras, 2920 Tercera Edad

El otoño había llegado a Rohan, y con él, Edoras abría sus puertas dando la bienvenida a mercaderes de todo el reino, para participar en la feria que cada año comenzaba con el equinoccio de otoño y se prolongaba durante la semana posterior.

La calle central de la capital se llenaba de puestos de madera, en donde separados por gremios, los comerciantes mostraban su mercancía y sus creaciones.

Alfareros, Canteros, Joyeros; a los que se les unían mercaderes más humildes como ganaderos o agricultores. Tampoco faltaban en Edoras los trovadores y juglares animando a la gente de la ciudad a salir de sus casas y pasar una semana riendo, bebiendo y festejando.

Esos días eran los que más feliz hacían a Arien. Ir a una ciudad ver a sus gentes disfrutar la llenaban el corazón.

Había pasado unos meses en Lebennin, en el centro de Gondor, en dónde sus gentes habían sido más que amables con ella y Shanga, a pesar del gran tamaño que ya el tigre presentaba. Pero los hermosos y extensos prados verdes, que en primavera se llenaban de coloridas flores y sus altas hierbas se mojaban por el rocío cada mañana habían sido elegidas por Shanga como lugar de asentamiento; por lo menos durante una temporada. 

Pero ahora les tocaba seguir explorando, y después de dejar Minas Tirith, llegando ya a atravesar el Corriente de Meiring, se topó con un grupo de ganaderos que se dirigían a la feria. En un principio los tres hombres se asustaron cuando les vieron, pues creían que el tigre se comería a su rebaño; pero pronto Arien les explicó que Shanga era muy disciplinado y que conocía los límites de lo que podía y no podía comer.

Aland, Bronson, y Ricker. Tío y sobrinos respectivamente.

Con ellos habían compartido días y noches hasta llegar finalmente a Edoras. Eran tres rohirrim verdaderamente encantadores, que no dudaron en acogerles ofreciéndoles comida y compañía. Nunca antes habían conocido a una elfa y al principio estaban muy impresionados con la apariencia de Arien, al igual que con el inmenso tamaño de Shanga, pero pronto se acostumbraron a los recién llegados, bromeando e intercambiando historias y vivencias. Arien les hablaba de sus viajes, y ellos a cambio la regalaban cánticos y relatos sobre Rohan.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Arien cuando divisó el castillo de Meduseld alzarse ante ella.

El Rey Fengel había sabido reflejar en la fachada del castillo todas las riquezas que poseía, pues bien estas solo se veían en su fortaleza ya que el resto del pueblo mostraba un aspecto desmejorado y descuidado. El barro cubría las calles, y los niños al chapotear mientras jugaban manchaban a los recién llegados.

Pero pese a la pordiosera imagen que la capital mostraba, sus gentes parecían felices, o por lo menos lo eran cuando se realizaba la feria.

Arien, enfundada en su capa gris y con la capucha puesta, tapando sus orejas como principales delatoras de su naturaleza, observaba absorta en sus pensamientos el trajinar de los rohirrim. La gente iba de aquí para allá, colocando sus objetos a vender en sus respectivos puestos, a los que la gente del pueblo la comenzaba a acercarse, pasando por el lado de la elfa conversando y riendo.

- Debemos colocar nuestro puesto- la informó Aland

-Dejadme que os ayude - dijo ella cogiendo una caja que Bronson la entregaba. La colocó en el suelo con cuidado mientras Ricker comenzaba a construir la cerca para las ovejas, las cuales habían dejado pastando algo alejadas del reino bajo la continua supervisión de Shanga.- ¿Dónde lo montareis?

The Things We Lost In The FireWhere stories live. Discover now