Gal III

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Arien se detuvo a analizar a cada uno de los integrantes de su minúscula tropa. Ninguno de ellos con apariencia de guerreros. Pero esto era lo mejor que la elfa había podido conseguir después de que Fengel se negara a otorgarle hombres bien preparados. Pero al parecer el Rey no estaba tan preocupado como quería parecer por la seguridad de sus tierras si dejaba asuntos "importantes" en manos del pueblo llano. 

Los hombres que tenía delante la miraban asustados y malhumorados; con ninguna voluntad de dejar su ciudad y sus que haberes para acompañarla en busca de una manda de orcos que al parecer estaban aterrorizando a las pequeñas aldeas que aún quedaban en la meseta de Él Páramo. 

Pero no Gal. 

El joven la esperaba al final de las escaleras del palacio, junto con sus cuchillos recién afilados y su nueva lanza. No hizo falta que la elfa abriera la boca para que el hombre supiera que no eran buenas noticas. Pero, nada más supo de su cometido, comenzó a sugerirle nombre de los hombres que tal vez estuvieran dispuestos a unirse a ellos; por un nada modesto precio, claro: 

Odo, de unos cuarenta años. Era pescadero de profesión y manejaba el hacha como si fuera un lapicero. 

Conrad,  cincuenta y tres años recién cumplidos. Antiguo soldado que habiéndose retirado al perder la mano derecha, la de la espada, se había hecho ebanista; pese a todas las complicaciones que conllevaba 

Derian, un joven de poco más de dieciséis años, huérfano desde los cuatro. Arien le dio un no rotundo cuando Gal se lo presentó. Pero el niño insistió más de la cuenta, y al fin y al cabo la otra opción que le quedaba al chico era seguir robando por la ciudad; así que Arien pensó que era mejor que el muchacho ganara algo de dinero de forma honrada.

- Recorreremos El Páramo, desde donde el Nevado se une al Entaguas hasta el Codo Norte. - dijo Arien cuando les hubo reunido- Las ordenes son interceptar cualquier partida de orcos que veamos. Al parecer últimamente están algo revueltos... ¿Entendido?

Como era de esperar, ninguno de los allí presentes dijo nada al respecto, solo algunos asentamientos de cabeza que hicieron a Arien poner la mirada en blanco. Mientras cada uno cogía un arma y cargaban sus pertenencias, Arien se alejó de allí con el ceño fruncido y su cerebro echando humo. Verse obligada a obedecer la voluntad de un rey nunca había sido de su agrado, y menos si esta sumisión era por un chantaje. 

Pero la juventud e inexperiencia de la elfa son lo que le habían llevado hasta allí; y ahora debía pagar las consecuencias. Si su hambre de aventuras no le hubieran llevado a arrastrar al hijo del Rey del Bosque hasta una aventura que prometía ser inofensiva nada de esto hubiera pasado. Pues su incursión en Harad no había pasado desapercibida para sus gentes y pronto había resultado en un desencuentro nada afortunado entre elfos silvanos y haradrim. Pero seguramente su mayor equivocación fue pensar que Thranduil era de los que olvidaba pronto, a pesar de que más de  doscientos años habían pasado de aquello.

Sus pies la llevaron hasta el puesto de Aland. El hombre daba de comer a las dos ovejas que aún quedaban sin vender.

- Ya me he enterado - dijo mientras se ponía en pie, ayudándose la valla de madera que cerraba el cerco de los animales

- Normal, se ha enterado toda la ciudad- Era ya evidente que en Edoras había una elfa, por lo que Arien ya no se preocupaba en mantener su capucha cubriendo sus orejas- Mandándome con esos hombres solo va a conseguir que el trabajo tarde más de lo debido. Podríamos hacerlo Shanga y yo solos sin armar tanto escándalo. De esta forma los orcos nos verán llegar a unas cuantas millas de distancia.

The Things We Lost In The FireOnde as histórias ganham vida. Descobre agora