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Conrad suspiró y se dijo que era el momento de ponerse serio. Sin embargo, de todas formas trató de ser cauteloso.

—Su majestad —dijo—. Creo que debemos discutir esto de una buena vez —comentó, tratando de sonar autoritario, aunque a él no se le daban bien esas cosas.

—Puedes tutearme —Altair estaba mucho más tranquilo y se movía manteniendo siempre la barbilla en alto, cómo si cualquier otra postura le volviera en automático menos interesante—. Es mejor que comencemos a hablarnos con confianza —él estaba ignorando deliberadamente el sentido de aquella charla y aunque eso hizo que Conrad se molestara, no lo demostró.

"El que se enoja pierde" se dijo a sí mismo y se obligó a respirar con normalidad.

—Su majestad —recalcó, repitiéndose que no era momento para retroceder—. No creo que esto sea buena idea —espetó, tomando todo su valor para mirarlo a la cara.

—No estamos hablando de que sea una buena idea o no, hablamos de las leyes universales —explicó, cerrándose en cuanto a querer negociar el asunto. Conrad tomó aire.

—Mire, el trato lo hice con su hermana, ya está cerrado, así que las leyes universales no tienen nada que ver con eso —explicó, muy lentamente, teniendo miedo de que Altair no pudiera comprender lo que estaba pasando—. Sé que realmente no se quiere casar conmigo, ni ella, así que podemos llegar a un acuerdo feliz y terminar con todo esto.

—No quiero llegar a un acuerdo feliz —dijo inclinándose sobre la mesa y mirándolo con desafío—. Quiero casarme.

Conrad apretó los puños, molesto por la manera en que Altair se estaba imponiendo sobre él y se levantó de la mesa, comenzando a recoger los trastes. Sus pobres platos de cerámica tuvieron que resistir la ira de su dueño mientras eran apilados y llevados al lavabo. Conrad se quedó un momento ahí, mirando la llave, mientras se preguntaba si debía comenzar a lavarlos, sin embargo, al final volvió a sentarse frente a Altair.

—¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó, tratando de ser comprensivo. Sin embargo, no le salió del todo bien—. No me creo que estés haciendo esto por las leyes universales —espetó, pensando que quizás si hablaba de frente sería mucho más fácil que se comunicaran con sinceridad.

No funcionó.

—¿Y por qué no? Mi sola existencia es la prueba de dichas leyes, no veo por qué habría de dudar de ellas —aseguró como si nada, dispuesto a continuar con su postura terca—. Tengo una deuda contigo, me salvaste, así que tengo que pagar de alguna manera.

—No, tu hermana tiene que pagar, ya te lo dije, hice un trato con ella, no contigo —espetó y luego de darle una mirada intensa, no pudo resistirse a agregar un par de cosas más—. Además ¿Realmente te importa pagar tus deudas? Cuando éramos niños parecía que te daba igual.

Después de decir aquello se arrepintió por un par de minutos hasta que notó la mirada en el rostro de Altair, que parecía haberse enturbiado con sus palabras. Un ambiente extraño invadió el lugar, el pasado no avergonzaba a Conrad, bueno, si lo hacía, pero al parecer el príncipe se llevaba la peor parte, porque la mención de este hizo que Altair enterrara la conversación de inmediato.

—Tengo sueño ¿Dónde puedo dormir? —comentó, levantándose de la mesa. Conrad se levantó también, pero se colocó frente a él para taparle el paso.

—Antes ni siquiera me dirigías la palabra —aseguró, envalentonado por la reacción del muchacho—. Pero ahora quieres pagar un favor con matrimonio ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocultas? —inquirió, afilando la mirada.

El deseo del príncipeWhere stories live. Discover now