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La primera vez que habló con Altair, el pequeño príncipe había huido hacia uno de los enormes balcones circulares de la casa, mientras lloraba amargamente. El chico siempre se mostraba impasible frente a su hermana pequeña, a quien consolaba continuamente después de la muerte de sus padres. Pero Conrad lo había visto varias veces escabulléndose en medio de la noche, sufriendo en silencio y soledad. Los dos eran niños en ese entonces, así que su presencia en la mansión de los Legerlof le causó mucho interés, esto llevó a que eventualmente terminara por acercarse al niño.

—¿Estás llorando? —desde entonces era experto haciendo preguntas estúpidas. Altair levantó la vista y se le quedó viendo, sus lágrimas eran gruesas, brillantes, parecía que estuviera llorando estrellas. Sin preguntar al respecto, Contard le tocó la cara y su mano también se manchó de algo parecido a la brillantina. Lo encontró fascínate.

—Déjame en paz —Altair giró el rostro para que no pudiera verlo, ocultando su debilidad de manera desesperada.

—¿Estás triste porque se murió tu mamá? —le preguntó, con tan poco tacto que resultaba casi increíble que hubiese formulado la pregunta sin malas intenciones.

—¡Déjame en paz! —inquirió el pequeño príncipe, dándole un empujón para que se alejara. Su tristeza se transformó rápidamente en furia, estaba molesto con todo el mundo y sobre todo con los Legerlof, a quienes culpaba de la muerte de su madre y la destrucción de su hogar.

No entendía cómo era posible que todo el mundo actuara como si estar en aquella casa hubiese sido lo mejor que les hubiera pasado, cuando ellos no serían huérfanos si no hubieran atacado a su familia en primer lugar.

Altair era joven, tenía nueve años, pero había escuchado a sus padres hablando antes de la fatídica noche en que murieron, ellos estaban preocupados porque sabían lo que les deparaba el destino. Al principio no quiso creerlo, pero cuando todo se volvió realidad frente a sus ojos, no pudo negar lo que estaba pasando.

Ahora estaba atrapado en una casa donde debía aprender a coexistir con sus verdugos, los cuales eran como estatuas que lo observaban, pero se negaban a hablar con él. Altair había pensado en escapar con su hermana, pero a pesar de su corta edad supo que eso era imposible. Entonces solo le quedó una opción, desear que los años pasaran con rapidez para poder marcharse.

—Si estás triste puedo ayudarte —Conrad era mucho más lento, sus líneas de pensamientos era más propios de un niño de su edad y por naturaleza era bastante descarado, así que no se dejó amedrentar por la reacción del chico. Aquel era el resultado de una crianza sin complicaciones, donde todo lo que necesitaba se le era dado de inmediato.

—¡No quiero que me ayudes, no puedes ayudarme, no puedes revivir a mis padres! —Altair apretó los puños, alejándose mientras le lanzaba una mirada cargada de odio y tristeza. Sin embargo, aunque era obvio que no pretendía ceder ante la insistencia del pequeño Legerlof, este se adelantó por cuenta propia y le cubrió los ojos con las manos de una manera tan sorpresiva que se quedó congelado.

—No puedo revivir a los muertos, pero te puedo mostrarte algo bonito —aseguró. La verdad era que en ese momento Conrad no tenía muy claro el alcance de todo lo malo que había hecho su familia. El concepto de la muerte era algo que solo conocía de las películas o los libros, así que se encontraban en sintonías diferentes.

De todas formas, fue esa ignorancia la que le permitió actuar como lo hizo. Al final gracias a eso Altair pudo presenciar realmente un sueño hermoso.

Cuando sus ojos se hundieron en la oscuridad, un extraño pitido hizo que los sonidos se distorsionaran hasta escuchar solamente el suave murmullo de la noche. Un paisaje lejano se materializó frente a él: había un cielo enorme, cubierto de estrellas y filas de dunas con la arena aún caliente. Casi podía sentir el viento soplando contra su rostro, el clima frío que otorgaba calma después de un día especialmente caluroso y daba la sensación de paz y silencio.

A veces, cuando era incluso más pequeño, Altair miraba un paisaje justo igual a ese antes de dormir. Era una escena cautivadora, mágica que no volvería a ver, porque el clan había sido destrozado y sus tierras ubicadas junto al oasis fueron tomadas por los Legerlof. Sin querer comenzó a llorar una vez más, porque estaba seguro de que nunca más volvería a ver ese paisaje en su vida.

—¿Estás bien? ¿Que viste?—Conrad estaba a punto de asaltarlo para obligarle a jugar con él un rato, cuando el hechizo se rompió y Altair se alejó de él.

—Déjame en paz —repitió, aunque con muchísima menos convicción que antes y se marchó de ahí.

Conrad no volvió a toparse a solas con el príncipe hasta unas semanas después, cuando el chico le pidió, esta vez de forma volutaria, que le mostrara "el sueño".

Aquello se repitió en muchísimas ocasiones hasta que eventualmente Altair se alejó de él. Un año antes de que cumplieran la edad prometida, el abuelo murió y la madre de Conrad se quedó a cargo del clan. Muchos miembros del concejo también murieron, así que cuando llegó el momento, dejaron ir a los hermanos después de un largo proceso donde el cincuenta y seis por ciento de los miembros activos votaron en favor de cumplir su promesa.

Conrad no volvió a verlos hasta esa noche.

—¡Lo logré!

Una complicada línea de patrones se dibujó sobre la superficie del cubo, iluminándose poco a poco hasta que todos los puntos correctos estuvieron conectados. Conrad lo sostuvo durante el proceso, empujando su energía del alma para romper el sello hasta que el cubo se abrió, liberando la llama que tenía dentro.

Una luz cegadora golpeó sus rostros, obligándolos a cerrar los ojos. El hechizo debió haber tomado al menos una buena cantidad de energía del grupo de magos que se encargó de llevarlo a cabo. Conrad entre abrió los ojos cuando la luz comenzó a menguar hasta que esta se detuvo. Entonces tuvo la oportunidad de ver por primera vez en mucho tiempo al ciervo real, Altair de Luna llena.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, a pesar de todo, no estaba preparado para el encuentro.

En muchos aspectos el príncipe se parecía a su hermana, desde los ojos dorados, el cabello castaño con mechones brillantes y la piel morena. Los dos eran especímenes hermosos, como cualquiera de los suyos, pero donde Aisha era pequeña y feroz, Altair era grande, elegante y de aura suave. Su mirada de cachorro se posó sobre él, mirándole con los labios ligeramente abiertos por la sorpresa. A diferencia de la última vez que lo vio, estaba usando una túnica simple, vieja, con pantalones que habían visto días mejores y estaba descalzo. En su pie izquierdo tenía una tobillera como la de su hermana.

—¡Altair! —Aisha lo llamó, obligándolo a girarse para encontrar de frente con los ojos llorosos de la chica, quien a cada minuto que pasaba se había puesto más ansiosa, como si su última esperanza muriera con el paso de los segundos.

Esa esperanza ahora era una realidad.

—Aisha —su voz era suave y cargada de sentimientos e hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo. A Conrad no le sorprendió en lo absoluto cuando Altair se precipitó sobre Aisha, atrapándola en un abrazo dulce y protector.

Sonrió sin poder evitarlo, luego bajó la vista y miró el cubo vacío, lo cerró y lo colocó en uno de los muebles. El trabajo estaba terminado, pero estaba seguro que no sería el final de los problemas.


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El deseo del príncipeWhere stories live. Discover now