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—¿Tienes algo con que cortar mi cabello?

Una vez que el sentimentalismo pasó, Aisha se parecía tan tranquila como si estuviera en medio de un paseo en el parque. Se notaba la influencia que tenía su hermano mayor en ella, pues cualquier rastro de debilidad en su postura desapareció. Ahora volvía a ser la regia y orgullosa princesa de Luna Creciente.

—¿Por qué quieres cortar tu cabello? —Altair la miró confundido ante la extraña petición.

El brujo los observó, avergonzado al recordar los encuentros que tuvieron cuando eran niños y el hecho de que estos fueron impulsados por las razones más egoístas e insensibles: que Altair se pusiera bien para tener para que Conrad tuviera a alguien con quien jugar.

Cada vez que miraba el rostro del chico se sentía tan abochornado que sentía ganas de comerse los dedos. Además, la cosa no se acababa ahí, pues Conrad tenía un montón de recuerdos vergonzosos relacionados con el príncipe.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por las palabras de la chica, que habló con su voz lacónica.

—Es el trato que hice con Conrad, me pidió mi cabello a cambio de que te sacara del cubo —explicó ella sentándose al lado de su hermano. Aisha se veía bastante graciosa con el suéter extra grande de Conrad y sus bermudas ajustadas hasta lo imposible por un cordón que normalmente se ponía en el cuello, toda la ropa que estaba usando eran prendas que él nunca había estrenado, pues ella se negó a utilizar nada que hubiese estado sobre la piel de un hombre con anterioridad. Aunque había llegado vestida con harapos, se comportaba como si todavía tuviese un reino que la respaldara.

—Es un precio que consideré razonable —se apresuró a explicar para que el príncipe no se exaltara igual que su hermana cuando escuchó del tema por primera vez. Todos los miembros de la realeza que conocía parecían haber sido instruidos desde la niñez en el arte de verse a su mismos cómo la cosa más valiosa en el mundo y teniendo en cuenta sus complicadas historias personales, no le parecía raro que eso pasara—. El cabello de los miembros de la realeza tiene infinidad de usos para... —intentó decir, pero fue interrumpido.

—Es demasiado poco —sentenció Altair, levantando la barbilla, mientras le dedicaba una mueca severa. Su acento era extraño, sonaba cómo algo que nunca había escuchado antes y al mismo tiempo, era familiar y hogareño: Era culpa del idioma universal, los miembros de la realeza hablaban una lengua que podía ser entendido por cualquiera y entendido en todas partes del mundo, pero que nadie más podía hablar. Su naturaleza parecía haberles dotado con todas las herramientas para gobernar.

—¿Eh? —Conrad parpadeó, quedándose congelado momentáneamente ante la manera tajante en la que l muchacho le había interrumpido—. No, no, no, en realidad a mi me parece... —pero de nueva cuenta el joven príncipe impuso su voz por encima de la del brujo.

—¿Crees que valgo lo mismo que un mechón de cabello de mi hermana? —sus palabras fueron duras y parecía profundamente ofendido. Aisha, quien era evidente que no había pensado que el tema fuera a trascender en lo absoluto, les dedicó una mirada de desconcierto.

—No me había dado cuenta de eso, pero ¿Qué clase de trato desigual es este? ¿Estás tratando de burlarte de mí y de mi hermano? —ella se llevó una mano al pecho en una pose que a Conrad le pareció demasiado dramática. Pero la chica parecía tomarse muy en serio su papel. El brujo estaba seguro de cuando su hermano todavía estaba encerrado en el cubo, ella estaba mucho más cooperativa.

—No estoy tratando de ofenderlos y no se trata solo de un mechón de cabello, es sobre los usos que se le pueden dar en la creación de amuletos y... —Conrad se sentía ligeramente desesperado por terminar de hablar, pero los hermanos no querían saber nada al respecto.

El deseo del príncipeOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz