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Cuando llegaron a casa, el peor problema que tuvo fue el hecho de que los vecinos parecían realmente sorprendidos por la "nueva y exótica mascota" que estaba metiendo en la sala. Al parecer, estas personas estaban al tanto de sus excentricidades, así que de inmediato pensaron que lo lógico era que estaba adoptando un ciervo. Conrad no se quejó, después de todo, era su culpa por dejar que los humanos lo vieran metiendo al cambiaformas a su casa, sin embargo, teniendo en cuenta la energía que había usado para manejar todo el trayecto hasta ahí, iba a tener que tomarse un respiro antes de lanzar cualquier otro hechizo.

El cervatillo no pareció fijarse en estos detalles, en su lugar, sus ojos se agrandaron al ver las dimensiones tan pequeñas en su casa, sobre todo cuando comenzó a chocar con todo. Conrad tuvo que quitar la mesita de la sala y empujar el sillón para que la criatura pudiera descansar a gusto. Una vez pasado un tiempo prudente, tuvo que actuar conforme a la lógica y a sus principios.

—Creo, su majestad, que debería tomar forma humana si quiere que lleguemos a un acuerdo con respecto a lo que acaba de pasar —comentó, rascándose la ceja derecha en un tic nervioso. El cervatillo lo miró, parecía expectante, pero no se transformó, Conrad comenzó a sentirse incómodo ante la mirada de aquel ser tan majestuoso hasta que se dio cuenta de lo que quería.

—Oh, disculpe mi falta de tacto, no me había dado cuenta —comentó, levantándose y caminando hacia su habitación, de donde sacó algunas prendas de ropa que colocó al lado del ciervo y luego lo cubrió con una manta, recordando que durante el proceso la desnudez era lo habitual y a los miembros de la realeza no les hacía mucha gracia mostrarse como vinieron al mundo frente a cualquiera.

Por esta razón, cuando volvió a sentarse en el suelo, a una respetuosa distancia se dio la vuelta, esperando a que el cambio estuviera terminado. El pudo escuchar y apreciar a través de las sombras, como los huesos se ajustaban, la carne cambiaba y poco a poco el animal se transformaba en humano. Conrad esperó con paciencia, hasta que la voz de una chica le advirtió que aquello estaba terminado.

—Puedes levantar girarte —anunció y él no tardó ni un segundo en hacerlo, sorprendiéndose ante aquel dulce rostro, acompañado de una expresión feroz y sobre todo, a la familiaridad que aquella persona le causaba.

La habitación se quedó en silencio, mientras cientos de recuerdos inundaban su memoria, consiguiendo que su corazón se sobresaltara por la nostalgia.

—Princesa Aisha —susurró, sin poder creer que se tratara de ella. De inmediato otro rostro llegó a su mente, pero no se atrevió a preguntar al respecto—. ¿Qué estaba haciendo en el bosque? —inquirió, sin embargo, de inmediato se sintió estúpido por haber preguntado, la mirada que la chica le dedicó fue suficiente para darse cuenta de ello.

—Puedes tutearme —su voz era una graciosa combinación entre dulzura y frialdad. Sus ojos dorados resaltaban en la piel morena, su cabello era largo y abundante, con hebras rubias, metálicas. Su expresión era elegante, era justo como la recordaba, excepto que ahora se veía como una joven y no como una niña—. No hay ningún reino para mí, así que no soy realmente una princesa —aseguró, mirándolo con cierta añoranza en su expresión.

—Si ese es su deseo, está bien —comentó, sin tratar de llevarle la contraria. Hacer enojar a alguien de la realeza podría traer cien años de mala suerte a su casa.

El silencio se hizo presente una vez más y Conrad comenzaba a buscar en su cabeza las maneras correctas de interrogar a una princesa, cuando ella tomó la iniciativa.

—Conrad Legerlof, el mago de los acertijos —ella pronuncio su nombre con tanta esperanza que se sitió sobrepasado—. ¿Serías capaz de ayudarme? —sus ojos lo miraron como si quisieran devorar el mundo. Conrad se quedó sin respiración por un instante.

El deseo del príncipeWhere stories live. Discover now