Una buena recompensa (Navi)

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Una mañana más la alarma de mi teléfono suena a las seis en punto. Abro un solo ojo, y a desgana la apago para que deje de molestar. Daría lo que fuera por dormir una o diez horas más, pero el deber de padre perruno, y de persona productiva, me llama, así que me incorporo con toda la pereza del mundo.

Me quedo sentado, mirando a la nada, tal vez buscando el significado de la vida o por qué no he nacido en una familia con dinero que me proporcionara el poder de quedarme en la cama el día entero. Corren los minutos y nada emocionante le pasa al calcetín tirado en el suelo, o al menos hasta que una bola de pelo tapa toda mi visión. Mi adorado bulldog francés ha aparecido de repente, mucho más feliz y despierto que yo.

Se sienta y me mira desde el suelo, con su pequeña lengua fuera y unos ojitos negros que me derriten de ternura. Con ellos no puedo hacer nada más que levantarme al fin, y ponerme algo de ropa cómoda y abrigada para salir a la calle. El perro da varias vueltas sobre si mismo, feliz de ver el mundo que ya conoce todos los días, loco por olisquear cada rincón y jugar entre la hierba.

Bostezo mientras camino hasta el parque cerca de mi casa, con el cielo aún amaneciendo. Me paro para dejar a Eundong hacer sus necesidades, y lo recojo en cuanto termina. Le permito corretear un poco más, y me gusta verlo socializar con otras razas que también han despertado a sus dueños para salir.

No pasa mucho más rato hasta que volvemos a casa, él cansado de jugar y yo con pereza de meterme en la ducha, aunque no me queda más remedio. Pongo el agua lo más caliente posible, tanto que hasta me quema la espalda, pero hace que me relaje completamente. Mientras me enjabono, aprovecho para repasar mis tareas del día.

Es viernes, así que a primera hora tengo clase con los de segundo año, historia para ser más exactos, y toca hablar de la revolución industrial. Luego hasta el almuerzo tengo libre, donde aprovecharé para corregir los exámenes de los de tercero y cuarto respectivamente. En el recreo debo hacer guardia en la zona del campo de fútbol y después, clase de matemáticas en el aula nueva.

Para finalizar el día me han solicitado que esté en la conferencia de orientación con los alumnos de último curso, básicamente para ayudarles con su futuro y aconsejarles en cuanto a universidades dependiendo de sus preferencias o metas. La verdad es que este punto es el que más me apetece, pues tengo muy buena relación con esos chicos, y he tenido la suerte de verlos crecer año tras año. Aunque...

Cierro el grifo cuando sus ojos me vienen a la mente. No es correcto que piense en ello, y menos estando desnudo, así que rápidamente me coloco la toalla en la cintura, y me dirijo al armario para escoger mi conjunto de hoy. Paso las camisas de la percha una a una, y ninguna me parece adecuada o al menos hasta que aparece aquella de cuadros con tonos marrones. Sonrío porque me da buenas vibraciones y recuerdos, así que la combino con unos pantalones negros.

Miro el reloj arrepintiéndome de haber pasado demasiado tiempo bajo el agua y eligiendo mi ropa, por ello no me da tiempo desayunar y tengo que correr para no perder el tren. Vivo la hora punta en todo su esplendor, y mi maletín casi no entra de lo apretados que vamos todos en uno de los vagones. Veo algunos dormir de pie, y otros entretenidos con el móvil, yo por mi parte no hago más que intentar agarrarme a los barrotes para no caer.

Suerte que los quince minutos pasan rápido, y con un suspiro de alivio, logro salir intacto del barullo de gente. Mi siguiente reto son las escaleras mecánicas, me pongo en la cola que hacen todos para llegar finalmente a la calle. El aire frío que sopla hace que tenga que taparme la boca con la bufanda mientras avanzo, me entran escalofríos y pienso que no me he abrigado lo suficiente. A la vez las tripas me suenan, y creo tener algo de tiempo para al menos ir a comprar el desayuno.

Pero al llegar a la tienda, una nueva cola hace que me replanteé el pasar la clase de historia en ayunas, e ir luego a por un aperitivo para soportar los exámenes sin morir de hambre. El olor del dulce me hace salivar, y daría lo que fuera por tomar uno de los cafés que tiene la gente que sí va a llegar a tiempo a sus trabajos. Miro la hora de nuevo y suspiro frustrado.

Algunos clichés por San ValentínWhere stories live. Discover now