Atrapados. Día 2 a.C. - Lucecitas

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SEGUNDA PARTE



  La media mañana del domingo llegó con la lentitud exasperante propiciada por el más absoluto de los aburrimientos, por lo que mientras Inga se tranquilizaba viendo algo de televisión yo decidí asomarme de nuevo al balconcillo. El panorama en la calle no había cambiado. Escuché el sonido de algunos coches y me pareció ver un par de personas andando despacio a lo lejos. No sabría decir si estaban deambulando o bien moviéndose con cautela. Permanecí unos minutos mirando a todos lados e incluso vi a un chaval cruzando la plaza al final de la bocacalle, corriendo como alma que lleva el diablo. Por un instante estuve tentado de gritarle para llamar su atención pero no lo hice y desapareció por una de las calles. La falta de expectativas positivas, o de cualquier otro tipo, hizo que pronto volviera al interior. 

  Fui a la cocina y estuve un rato organizando la despensa y la nevera. Disponíamos de medio paquete de macarrones, un mini-brick de salsa de tomate, una bolsa de magdalenas, un litro de leche, dos latas de atún, una lata de berberechos y un bote de galletitas saladas a un cuarto de capacidad. En la nevera, algunas croquetas sobrantes de las que había rapiñado a mis padres, dos tomates y una bolsa de lechuga prelavada. Con todo lo sucedido ayer me había sido imposible acercarme al supermercado a por comida, y a la vista de los víveres restantes comprendí que disponía de bien poco con lo que alimentar dos bocas si el encierro se prolongaba por varios días. 

  "La mejor opción es permanecer a la espera de noticias". —Lanzó el Jacques prudente.

  "Pero eres un zampabollos y dudo que aguantes mucho sin comer bien". —Devolvió el Jacques pesimista.

  "Tranquilo. Las autoridades pronto tomarán medidas y se harán con el control de la situación restableciendo el orden"

  "¿No escuchaste lo que dijo tú padre? No esperes nada bueno del gobierno y sus politicuchos"

  "Podéis racionar la comida y aguantar muchos días. Mientras tenga agua el cuerpo humano puede resistir..." 

  "¡Ohh cállate! Los ministros estarán comiendo cochinillo en casa Lucio mientras tu racionas esa bolsa de magdalenas" 

  Mis tripas apoyaron ese argumento con un breve retortijón de protesta y mecánicamente abrí la bolsa de magdalenas y empecé a despachar una.

  "¿Ves? El chico todavía está en edad de crecimiento. Bien... pensemos... quizás en el puticlub puedas encontrar algo más de comida." 

  "¡Pero eso es muy arriesgado! ¿Quién sabe dónde está ese peligroso zombie?" 

  "¿No has quedado ya bastante como un cagón delante de la sueca?" 

  Punto, set y partido.

  Tragué el último bocado de la magdalena y me acerqué de nuevo a la puerta. En el descansillo todo seguía igual. Veinticuatro horas después el cuerpo de la anciana presentaba ya los que supuse eran síntomas propios del rigor mortis, con cierta coloración verdeazulada en la cabeza. Decidí que sería mejor taparlo. Por humanidad y a fin de evitarnos, en la medida de lo posible, los futuros estadios visuales y olfativos por los que, según recordaba, pronto iba a pasar el cadáver. Me acerqué al armario principal del cuarto y empecé a buscar una sábana o algo que pudiera servirme.

—¿Qué haces? —preguntó Inga asomándose.

—Voy a tapar el cadá... el cuer... a la señora. —Logré articular no sin dificultad.

  En una caja al fondo del armario —aún por revisar después de la mudanza— encontré una colcha infantil que me había regalado mi ya difunta abuela cuando se estrenó la primera película de los Avengers.

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⏰ Last updated: Feb 11, 2020 ⏰

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El apocalipsis albóndiga (The meatball apocalypse)Where stories live. Discover now