Capítulo 25: Signa amoris

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En Meleagro, por ejemplo, encontramos combinados síntomas más melancólicos como las lágrimas junto a otros claramente más pasionales como los celos:


"Mi alma me advierte que huya del amor de Heliodora,

porque ha experimentado las lágrimas y los celos anteriores.

Me lo dice, pero no tengo fuerzas para huir, pues sin ninguna

vergüenza mi alma misma me advierte y, a pesar de su advertencia, ama."


Ojalá Guada no me hubiera bloqueado, tenía muchas ganas de comentar estos temas con ella, ¡pero no! Sería imposible hablarle. ¡Maldita sea! Mi alma nunca me había advertido sobre huir del amor, y ahora estaba acá atrapado, sin poder escaparme, ¿sin fuerzas? ¿Simplemente resignado?

Estos poetas se lo tomaban tan en serio al tópico del amor como enfermedad, que hasta también había poemas sobre supuestas "recetas" para curar ese mal. Por ejemplo, viajar, cantar canciones para la amada, o en Asclepíades se puede encontrar al vino como "remedio para el amor". Pero yo no podía viajar ahora, ni tampoco sabía cantar...


"Bebe, Asclepíades. ¿A qué viene ese llanto? ¿Qué te pasa?

No eres tú el único al que ha apresado la inflexible Cipris,

ni contra ti sólo ha afilado sus flechas y saetas el amargo

Eros. ¿Por qué, todavía con vida, te recreas en la ceniza?

Bebamos sin mezclar el licor de Baco. Queda un dedo de día.

¿Esperaremos hasta ver la lámpara que nos invita a dormir?

Bebamos; nada de amor ahora, pues después de no mucho

tiempo, desgraciado, nos envolverá la gran noche."


¿Beber? ¿Acaso eso podría curar mi propio mal de amores?

***

Al salir al patio del colegio y recibir el fresco de la mañana, todo mi cuerpo se estremeció. Sí, estaba recayendo, muy probablemente volvería a darme una gripe si no tomaba las precauciones adecuadas.

—¡Lean! –me interceptó Santi, en el recreo—, ¿cómo te fue con Maca el otro día?

—Bien –le respondí, y recordé que mis amigos me habían mandado algunos mensajes con recomendaciones, por supuesto que ahora querrían que les contara todos los detalles.

—¿Lo hicieron? –me preguntó Bruno con los ojos brillantes, que venía detrás de Santi.

—Wow, chicos, calma –me reí y comencé a toser. Ah, la enfermedad.

—¡Quiero todos los detalles! –me pidió Bruno, colocando ambas manos debajo de su mentón, como un niño adorable que está a punto de escuchar su cuento preferido.

—¿Al final compraste alcohol? ¿Usaste protección? ¿Te gustó? –me preguntaban.

No entendía por qué les parecía tan grandioso ni por qué se exaltaban tanto, pero procedí a contarles un resumen de lo que había ocurrido.

El amor en los tiempos del internetWhere stories live. Discover now