Capítulo 15: Nuestro último día en la Tierra

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Aquella noche, Jiang Cheng no durmió. Ni siquiera se molestó en intentarlo, sabía —o creía con mucha seguridad— que sería incapaz. Lan Huan y él hicieron el amor como tantas otras veces, pero aquella en particular la sintieron distinta. Fue renovadora y, al mismo tiempo, fue como una despedida. Agridulce, sí, esa era la palabra exacta que buscaba mientras se refugiaba de un frío que no sentía entre las tersas sábanas de invierno. Entre las posiciones y las posturas que se intercalaban una tras otra yacían los revoltijos de piernas y brazos. Unas gotas de sangre se derramaron sobre una lengua que se volvía loca por ellas. La intensidad en los movimientos de ambos podría dejar sin energías hasta a aquel que no las necesitaba gracias a la demoledora fuerza conjunta de ambos entrelazándose. Ante el calor de unas manos ardientes sobre un cuerpo helado se estremecieron el uno al otro al mismo tiempo. Llegaron a un clímax conjunto rara vez alcanzado. Fue su última noche juntos como humano y vampiro, y fue la mejor de todas.

Tras eso, tras consumarse tantas veces que perdieron la cuenta de ello, Lan Huan acabó por dormirse, preso de un agotamiento que muy pocos mortales serían capaces de soportar sin rozar la muerte. En su cuello se dibujaban dos pequeñas heridas plateadas que habían sido incapaces de evitar, fruto de una despedida fugaz y de una promesa rota. Él no cerró los ojos. Él tomó un libro cualquiera de la estantería de su novio, una novela que ya había leído alguna que otra vez, y gastó lo que restaba de la noche entre sus páginas, levantando la mirada de vez en cuando para contemplarle descansar. Luego, al amanecer, regresó a la cama y se acurrucó al lado de su amado artista, deseando poder decirle todo lo que guardaba en su pecho, decirle cuánto lo quería. No pronunció una palabra, quizá porque las sentía innecesarias o quizá porque todavía se avergonzaba de sus propias emociones. Se conformó con depositar un tierno beso en la comisura de sus labios antes de bajar los párpados. Cuando el escultor despertó a las seis, una hora más tarde de las impuestas por su familia, se encontró a Jiang Cheng a su lado, la cabeza apoyada sobre uno de sus brazos y sus cuerpos pegados el uno al otro. Aparentemente dormía. Su expresión transparentaba calma, un gesto hermoso que rara vez se podía ver tras su ceño fruncido. El desperar del otro no le era ajeno, pero prefería que Lan Huan se lo creyera. El artista le besó en la mejilla y le contempló durante eternos instantes como si fuese lo más bello del mundo. Para él sin duda alguna lo era. Retiró algunos mechones rebeldes de su frente, los colocó tras su oreja y poco después se puso en pie con todo el cuidado del mundo para así no perturbarle. Jiang Cheng le escuchó salir de la habitación. Solo cuando se fue, abrió los ojos. Tardó menos de medio segundo en reclamar para él el lugar en el que Lan Huan había pasado toda la noche, empapándose del aroma a jazmín y sándalo que tanto adoraba. Suspiró. Ambos tenían mucho en lo que pensar.

Procurando no hacer ruido, el artista dejó su habitación, saludó a una dormida Xing con una caricia imperceptible y subió al estudio sin querer despertar ni al vampiro ni a su mascota. Los escalones se notaban fríos bajo sus pies descalzos, así que acabó por poner la calefacción. También iba en pantalones cortos y por mucho que pronto fuese a volverse un inmortal, no le apetecía nada pillarse un resfriado entre medias.

Ante él, nada más abrir la puerta del estudio, se desplegaron las efigies de Jiang Cheng, preciosas estatuas que retrataban al vampiro desde cualquier posible ángulo. Les sonrió pensando que por fin estaba logrando captar todos esos detalles suyos que le volvían loco y logrando ganar a su eterna frustración. Sin embargo, hoy no era el día de esculpir. En vez de ponerse a trabajar en ellas, siguió caminando al frente, hasta la ventana. La luz del sol al amanecer en inviernos siempre es tan gris y melancólica... le daba ganas de volverse a la cama de inmediato. Se sentó en el suelo como si meditase, en la posición del loto. Sus ojos abiertos miraban al frente, y sus manos rápidamente abandonaron la postura para poner los codos sobre sus rodillas. Encorvó la espalda y apoyó la barbilla entre las manos, siempre pensativo. Toda la disciplina se le acabó ahí, aunque seguía conservando la elegancia de una manera asquerosa que haría rabiar a más de uno. A cualquier otro mortal le chirriarían los dientes. Y a cualquier otro exorcista, pero bueno. Si su tío lo viese ahora mismo, lo que le daría sería un infarto. Oh, le gritaría por tener una postura incorrecta y por haberse atrevido a doblar la espalda. Y luego le haría copiar textos apoyado en equilibrio sobre sus propias manos para que aprendiera la lección. Lo conocía bien, a él y a sus métodos. Pero claro, eso era solo por la forma en la que se perdía en sus pensamientos. Si supiera lo que pretendía hacer y a quién pretendía entregarle su eternidad... Si supiera en lo que pretendía convertirse sin ninguna clase de remordimiento, Lan QiRen empezaría por encerrarlo, como en su día vio encerrarse a su padre. Querría proteger a su sobrino de lo que —para él, y quizá no sin cierta razón— era el peor error que se le podría ocurrir cometer. Se volvería un inmundo vampiro, el primer jade de los Lan se mancharía de sangre, y lo haría con una sonrisa satisfecha, porque eso era lo que había decidido.

Hollow [XiCheng] [Mo Dao Zu Shi Fanfic]Where stories live. Discover now